Teodoro y las alcancías de la luz

Teodoro González, arquitecto
- en Opinión

El viernes 16 de septiembre, fecha conmemorativa de un maravilloso aniversario (para mí, para México), murió Teodoro González de León.
Cuando un hombre como Teodoro González de León, un creador de tan magnas características, se muere por razones de la vida, por la edad a la cual culminó, hay un lugar común para llorar una pérdida para la cultura mexicana.
Y la cultura mexicana —creo yo— no ha perdido nada con la muerte de Teodoro, porque la cultura no es la congregación de las personas, sino la transmisión de las obras.
Y si la arquitectura es posiblemente la más gregaria de las expresiones artísticas, porque es un arte asociado con la cosa más simple del mundo, las manos llenas de adobe o de cemento y la obra del constructor para —a su modo— esculpir ciudades y barrios y casas humanas, Teodoro seguirá caminando nuestras calles.
Por eso los constructores de las catedrales, en los tiempos lejanos, eran los depositarios de la gran sabiduría, eran los maestros y todos se agrupaban en grandes logias hasta los masones, quienes llevan como emblema la verticalidad de la plomada y la exactitud en el ángulo recto de la escuadra. Entonces, los maestros constructores hicieron catedrales.
Los arquitectos contemporáneos —lo decía Fran Lloyd Wright— construyen rascacielos (El Escorial es un rascacielos dormido); nuestras nuevas catedrales, no importa si son en forma de aguja o en forma de “Pantalón”, pero le hacen cosquillas a las nubes; son edificios en los cuales el hombre va a vivir arriba del suelo, cosa atribuible a quien inventó el elevador, no a quien aspiró a llegar al cielo; pero finalmente, la cultura mexicana tiene la herencia de Teodoro.
¿Cuál era la maravilla de González de León?, quien no habría hecho la obra conocida si no hubiera logrado la sociedad en ese binomio genial con el arquitecto Abraham Zabludovsky. Pues el hallazgo audaz y generoso de formas, el aprovechamiento del espacio y su transformación en ámbitos habitables, como esa flecha partida en Virreyes, recortada sobre la línea de la tarde, pues eso es la arquitectura (según Le Corbusier), la convivencia entre el hombre y el entorno en las mejores condiciones de habitabilidad.
Los edificios son para vivirlos, pero también son para admirarlos y a veces hasta para soñar con ellos.
Uno puede soñar con esa escalinata perfecta afuera del Auditorio Nacional, con una escultura metálica y aérea, al ras de uno de los peldaños para ver la escala del hombre y luego junto tiene una pieza espantosa, una escultura horrible de Juan Soriano, pero eso ya es cuestión de gustos.
Pero el edificio es perfecto, el edificio es equilibrado, el edificio es útil, en él canta la música y suenan las orquestas y hasta bailan las mujeres solitarias con la música autocompasiva de Juan Gabriel.
Se puede ver el edificio de la delegación Cuauhtémoc, gris y rígido, como el gobierno; El Colegio de México, el cual es un edificio reposado, severo, casi como un claustro de pensamiento y sabiduría. Podemos admirar el edificio del Fondo de Cultura Económica, los miradores, el Parque de Tabasco, también el Infonavit, ahora con una azotea aprovechada con un jardín maravilloso en complemento de la bella estructura dueña de ventanales horizontales, enormes,  como  alcancías para el oro matutino; la luz entra por ahí, deposita su moneda cada mañana, porque las ventanas son rendijas perfectas y se marcha por las noches.
Entonces, Teodoro le dio funcionalidad a la belleza, hizo unidades habitacionales, espacios culturales como el Museo de Rufino Tamayo y su pérgola cerca de la Ciudad Universitaria; hizo edificios de oficinas, hizo cosas muy hermosas y esas cosas hermosas forman parte de todo ese esplendor llamado México.
Y a mí parece más lindo presumir la obra arquitectónica de Teodoro y no  la accidental siembra del cacao para hacer el chocolate; pero todo es México y la obra de Teodoro es México y la obra de Abraham Zabludovsky, su compañero, su socio, su mancuerna, es México; y quienes viven y trabajan y aman a veces adentro de esos edificios son México, y ése es el país perdurable, porque ése es un México pétreo, es un México resistente a los terremotos, es la patria de la obra perfecta, de la obra estable, de la obra de vidrio y de piedra y el aluminio y los jardines y los árboles en el centro de un patio.
Todo eso hizo Teodoro y gracias por haberlo hecho.
Bueno, para mí, en lo personal haber logrado cercanía, relativa amistad con él, de mucho respeto, de mucha enseñanza, de cuando joven yo quería ser arquitecto y a falta de talento terminé haciendo esto, también México.
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