La tragedia inevitable/ El Cristalazo

La corrupción de autoridades principal causa de muerte en Tultepec
- en Opinión

Cuando suceden accidentes como el de ayer en Tultepec, las voces de la obviedad dicen siempre: Se pudo haber evitado. Pero no. Ese accidentes y los futuros de la misma naturaleza y en el mismo lugar (y con la misma gente, diría el filósofo), son inevitables.

Y lo son porque los factores para producirlos son inmutables. O a las mismas familias, porque los procedimientos de fabricación de los castillos y los cohetes, cohetones, “Huevos de codorniz”, “Garras de tigre”, “Escupidores”, “Brujas”, “Palomas” y “Palomones”, “Toritos”, son utilizados por los mismos artesanos o por sus familias en medio de una elástica vigilancia de una autoridad inexperta o descuidada.

No faltará quien en medio de la desgracia le arroje responsabilidades ajenas al Ejército, como si éste fuera autoridad supervisora de los procedimientos y no, como es, un proveedor riguroso de la pólvora; no de los usos o malos usos de ella en la elaboración de artificios de celestial estallido, cuyo estruendo convierte la noche en una cascada de luces de colores.

Obviamente habrá otras voces, ñoñas y sin sentido, cuyo mejor grito sea estimular la prohibición de la cohetería. A ese paso, para evitar problemas y muertes con la existencia, llegará el momento de prohibir la vida.

Pero en México antes de saber del vicio vimos del brazo de la novia casta (hubo novias castas en algún tiempo), la galana pólvora de los fuegos de artificio y hasta en gran maestro Haendel nos regaló para la eternidad la famosa suite de la pirotecnia real, cuyos acordes melódicos y estrepitosos esta columna no puede repetir por escrito, pues la música es misterio intraducible y único.

Por cierto, la obra de Haendel, como todos sabemos, fue escrita para conmemorar un tratado de paz, conocido en el siglo XVIII como el de Aix-la-Chapelle cuya firma terminó con las disputas por la corona austriaca.

Pero lejos de esas divagaciones y en espera de la siguiente conflagración en Tultepec, a donde todos los políticos habidos y por haber han ofrecido, prometido y jurado lo mismo: estimular la actividad local en las mejores condiciones posibles de seguridad, valdría la pena observar un detalle: estos accidentes ocurren casi siempre (ahí y en otras partes) en los meses de mayor actividad, derivada bien del fin de año o bien de las fiestas de la independencia.

Esos deberían ser los mejores tiempos para someter a una mayor vigilancia la actividad del pueblo cuyos habitantes viven y (por desgracia para algunos) mueren rodeados por el aroma de la pólvora.

La recurrencia de esas explosiones incontroladas nos remite no sólo a Tultepec sino a otras ciudades, como Celaya (72 muertos, más de 350 lesionados y un número indeterminado de daños materiales, sin contar la falta absoluta de registro de los desaparecidos), por ejemplo, cuyo mercado estalló en los lejanos tiempos del gobierno de Ramón Martín Huerta, el gobernador designado por el Vicente Fox de la fulgurante campaña presidencial de fines del siglo pasado.

A Carlos Salinas le reventó el Mercado Ampudia, de la Merced y su jefe del DDF, Manuel Camacho, decomisó todos los explosivos aún útiles y los confinó a una central de bomberos donde sobrevino el segundo estallido de una parte de ellos.

Quien duerme con niños amanece meado y quien fabrica cohetes algún día sufre un accidente. Son las leyes de la vida cuando la vida no puede tomar el control de la casualidad. Es el imperio de la suerte, es la vida en un juego eterno, los “volados”, a veces la moneda cae de un lado o de otro, jamás de canto.

Pero en este caso muchas cosas son comprensibles, menos una: la osadía echadora de la burocracia mediana. Recordemos las palabras, no tan lejanas de un señor muy fufurufo (diría la abuelita), quien con el pecho por delante dijo esto el pasado 12 de este agónico mes:

“(AP) El pasado 12 de diciembre, Juan Ignacio Rodarte Cordero, director general del Instituto Mexiquense de la Pirotecnia, consideró que el de San Pablito era el mercado de fuegos de artificio más seguro de Latinoamérica (o sea, ¿lo mejor del subdesarrollo?), “con puestos perfectamente diseñados y con los espacios suficientes para que no se dé una conflagración en cadena en caso de un chispazo”.

“En ese evento, Germán Galicia Cortés, presidente del Mercado de Artesanías Pirotécnicas de San Pablito, aseguró que los visitantes encontrarían un lugar seguro y con las medidas de seguridad necesarias como son: extintores, agua, arena, pico, pala y personal calificado que sabe cómo actuar en caso de algún incidente”.

No se trata de echarle a perder a nadie el organigrama, pero ¿de veras existe (ya ni siquiera se vale preguntar si de algo sirve, nada más si alguien se lo ha sacado del magín) un Instituto Mexiquense de la Pirotecnia?

El paleontólogo habría dicho: “¡No mamut!”.

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