La hora de los “pepetoños”/ El Cristalazo

Diputados federales y senadores culpables de la catástrofe económica que le espera al país a partir de este año gracias al PRI-gobierno
- en Opinión

No se ha ahogado el niño todavía, pero va rumbo al pozo destapado pues el anuncio del alza en los combustibles, con toda su cauda de explicaciones, hace imposible impedir el accidente. La economía camina rumbo a una crisis de las dimensiones previsibles, así los especialistas (quienes concurren siempre en el origen de las crisis), nos digan cómo se van a paliar los efectos de un problema creado por ellos y por nadie más.

A base de insistir quizá se pueda entender: el problema de los energético en este país no se debe ni al monopolio de Petróleos Mexicanos, cuya buena operación por decenios logró entre otras cosas el lejano “milagro mexicano” (tirado por la borda por los populistas del “echeverriato” y sus consecuencias), sino a la forma tan inicua como la Hacienda pública aplazó una realidad fiscal y trató a Pemex como la puta de la película: exigiéndole todo el dinero de su renta.

Durante años el fisco fue un “padrote”. Y como sucede con las prostitutas: la empresa nacional se hizo vieja y achacosa. Entonces la dejaron tirada en el Cuadrante de la Soledad y le abrieron las puertas a las chicas del barrio. Ya llegaron Las temibles “Siete hermanas”.

Inevitable esta asociación, pero si a alguien le parece grosera o grotesca, pues se las cambio por esta otra: la gallina mágica ponía huevos de oro y la codicia la mató. Y ahora la tecnocracia culpa a la pobre ave destripada. Ni un huevo más.

En esas condiciones los productos de la empresa nacional, cuya nueva definición de empresa productiva, como si antes nunca lo hubiera sido o lo pudiera lograr sólo mediante un cambio de nombre, nacieron lastrados por el impuesto especial. La competitividad de nuestros energéticos no obedece a razones ni de mercado ni de energía; se debe a “razones” fiscales (Pemex sustituía a los contribuyentes), las mismas (en su condición de sinrazones) por cuya insistencia se arruinó la empresa cuyo fondo ahora vemos en la cazuela agujereada.

Todos sabemos cómo paso a paso se desmantelaron las refinerías, cómo se dio el tránsito de la opulenta condición de exportador a la triste circunstancia de importador crónico. De productor a comprador. De dueño a socio y de socio a empleado. Ese es el camino.

En estas condiciones se escuchan las voces de la algarabía neoliberal: nos deshicimos de un monopolio. Es una victoria pírrica.

Apenas en los años setenta del siglo pasado, ese mismo monopolio mantenía un litro de gasolina en menos de un peso. Noventa centavos costaba aquella cosa llamada Gasolmex, de bajo octanaje y alto contenido de tetraetilo de plomo, muy contaminante. Pero eso ni siquiera se tomaba en cuenta. Había menos autos y todavía no llegaba la ola de los ecologistas.

Muy malo, muy malo no debe haber sido el monopolio hoy condenado por, todos los flancos, pues le permitió a este país el “desarrollo estabilizador” y los mejores pasos en su industrialización; un tránsito de la vida rural a la urbana y los principios de una modernización creciente.

A veces suena exagerado, pero la verdadera Revolución Mexicana no fue agraria. Fue petrolera y se le debe a la expropiación de las instalaciones decretada por el general Cárdenas. Pero eso es nostalgia inútil.

Con el paso del tiempo hemos llegado a estas condiciones. Disfrazamos la mano del mercado con la garra del fisco. Oímos en estos días los anuncios y los escuchamos por voz del secretario de Hacienda; no del de Energía, ni mucho menos del Director General de Petróleos Mexicanos quien tiene la empresa en terapia intensiva.

Miles de horas de discusión nos llevaron a esta reforma energética con la cual se quieren revertir los fenómenos causados por décadas de abandono en la inversión de Pemex y seguimos en las interminables piezas de oratoria analítica. Y como siempre ya intervienen senadores y diputados para exigir, severos e implacables, la presencia de los funcionarios para explicar lo del niño, el pozo, la gallina, los dorados huevos y la culpa de los “pepetoños”.O son o se hacen. Ya no hay nada por discutir. Sólo queda aflojar la billetera y cooperar. Cáigase con su cuerno.

Y en ese sentido solo queda como decían las abuelas ante el severo castigo:

O la bebes o la derramas.

[email protected]

[email protected]

Comentarios

¡Síguenos!

A %d blogueros les gusta esto: