Gasolinazo: incapacidad es ingobernabilidad

EPN lleva al país al precipicio
Mexicanas y mexicanos […] Este será un año de importantes retos […] El primero, sin duda, es el aumento en el precio de las gasolinas. Sé que hay mucha molestia y enojo por esta situación. Son sentimientos que entiendo y que comprendo [pero] se trata de un aumento que viene del exterior. […] Tratar de mantener el precio artificial de las gasolinas nos hubiera obligado a recortar programas sociales, a subir impuestos, o a incrementar la deuda del país, poniendo en riesgo la estabilidad de toda la economía […]. Aquí les pregunto, ¿Qué hubieran hecho ustedes? Además mantener precios artificiales de la gasolina significaría quitarles recursos a los mexicanos más pobres para dárselos a los que más tienen […] 60 millones de mexicanos, los de menores ingresos, sólo consumen el 15% de la gasolina […] para proteger a la población […] he dado indicaciones a las dependencias de Gobierno [para que vigilen y eviten abusos].
(Enrique Peña Nieto, mensaje a la nación, 5 de enero de 2017).
El primero de enero, los mexicanos tuvimos amargo despertar. El anunciado incremento en los precios de las gasolinas, en un 20%, constituyó el primer gran golpe de la administración peñanietista en este nuevo año. “El aumento viene del exterior”, aseveró el presidente en lamentable intentona de justificación. Ante el sombrío panorama, se sintió con suficiencia para retar a la audiencia con un, “¿Qué hubieran hecho ustedes?”
Si Enrique Peña Nieto pregunta a los ciudadanos cómo hubiéramos procedido de cara al entorno económico preocupante, parece que lo hace, uno, por pura retórica; dos, porque llanamente no está seguro de la decisión que tomó; o tres, porque cree que no sabríamos qué hacer estando en su lugar mas que proceder de la misma manera en que actuó. Una lectura más seria es que el mandatario ignora que en la ciudadanía hay individuos ilustrados, y más capaces que él, para realizar la importante labor de servir a la patria.
Buen número ha respondido al sorprendente «¿Qué hubieran hecho ustedes?» de un mandatario que a estas alturas no ha gestionado algo positivo para el pueblo mexicano. En efecto, voces han ripostado afirmando que: atacarían la corrupción gubernamental, bajarían salarios y prebendas a la burocracia encumbrada en los puestos de mayor jerarquía, e incrementarían salarios para echar a andar una política de fortalecimiento del mercado interno. Otros dicen que venderían el avión presidencial y la ignominiosa Casa Blanca.
El cuestionamiento soberbio e intransigente del señor Peña llega demasiado tarde (faltando menos de dos años para que se vaya) y, ciertamente, en forma errónea. Lo correcto era haber hecho esa pregunta desde diciembre de 2012, a la manera de: «De todo lo que prometí en mi campaña a la presidencia, pregunto a la ciudadanía ¿qué considera prioritario hacer a partir de este momento que ya soy presidente?». Pero no, el mexiquense prefirió hacer acuerdo con los grupos de poder para generar las condiciones que les permitieran lograr jugosas ganancias a costa de las necesidades de los ciudadanos y de los recursos naturales de la nación. La realidad es que al priísta poco preocupa la estabilidad y el bienestar social… los resultados hoy se ven en las calles, a lo largo y ancho del territorio.
El Pacto por México prefiguró el mayor embaucamiento de la administración priísta, con la complacencia feliz del PAN, el PRD y demás partidos parásitos. Al cobijo de las Reformas estructurales hemos sido testigos de los peores actos de rapiña en presidencia alguna de los últimos tiempos. López Portillo se levantaría de la tumba asombrado, preguntándose por qué a él no se le ocurrió tal estrategia de latrocinio disfrazada de desarrollo.
Son otros tiempos; los astutos «visionarios» del gobierno (como ése que llega “a aprender” a la SRE) así lo planearon. Sin embargo, en su obnubilada ambición obviaron que para la sociedad mexicana también son otros tiempos; vivimos una era donde el control estatal se enfrenta al reto de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación, que no se dejan domar fácilmente por el aparato gubernamental de represión y censura, y que están al acceso de cada vez más personas. Por caso, esta contribución no hubiera salido a la luz pública de no existir medios independientes y valientes como el que usted ahora lee.
En breve, a la pregunta del mexiquense muchos respondemos que hubiéramos instrumentado un paquete de medidas de política pública que beneficiaran, primordialmente, al pueblo; y que esas acciones se enfocarían en aspectos de salud, alimentación, educación, empleo, seguridad pública, y certidumbre jurídica. Que en lugar de echar a andar un tren de complacencia hacia los peores actos imaginables en el sector público, hubiésemos incentivado una cultura de valores y principios de ética, honestidad, servicio social, respeto a la diferencia, pluralidad, inclusión y, por supuesto, combate a la aberrante corrupción y su pareja inseparable, la impunidad. También, que hubiéramos desterrado el pernicioso nepotismo que tanto daño ha ocasionado a las instituciones y al país en su conjunto.
Por supuesto, el presidente no nos consultó en 2012 al inicio de su desgobierno. Ni ahora. Porque la respuesta ciudadana hubiera quedado totalmente fuera de su visión de lo que significa gobernar. Mientras que, para él, la corrupción y todo lo que se le suma es “algo cultural” (es decir, ser corrupto es ser normal), la gran mayoría de mexicanos rechazamos esa convenenciera posición.
El movimiento de indignación que sigue creciendo como la espuma día tras día no es solamente debido al alza de los precios de las gasolinas. No. Eso es minimizar el asunto. El disgusto y la inconformidad fueron creciendo con los primeros yerros de este gobierno, que demostraron su incapacidad; desde aquella toma de posesión del 1o. de diciembre de 2012 cuando las fuerzas del Estado arrollaron la expresión ciudadana, pasando por los dispendiosos viajes presidenciales al extranjero, con comitivas de cientos de allegados, entre familiares y amigos; y llegando al famoso “No te preocupes, Rosario” cómplice, que significó un cheque en blanco para dar vuelo a la actuación sucia, ilegal y sin consecuencias punibles, en todos los niveles de la administración.
Sin olvidar, por supuesto, los viajes en helicóptero, de su casa a la oficina “para evitar el tráfico”, del entonces titular de la CNA (y amigo del presidente), David Korenfeld; la compra (insatisfactoriamente explicada) de la mansión del otrora Srio. de Hacienda (y amigo del presidente), Luís Videgaray, en Malinalco; la adquisición (insatisfactoriamente explicada) de la Casa Blanca, en las Lomas; y el dispendioso avión presidencial heredado de la gestión calderonista.
Y qué decir de la desaparición de los estudiantes de la normal rural de Ayotzinapa, de la estulticia de “verdad histórica”, y luego el execrable “ya supérenlo” presidencial. Y cómo olvidar los negocios con constructoras de más amigos, como los de OHL, al amparo del poder; o la zalamera invitación al impresentable Donald Trump, y la indignante sumisión oficial ante el racista. Etcétera.
El Gasolinazo de 2017 parece tornarse en la cereza del pastel. Aunque es claro que al ejecutivo federal aún le queda tiempo para seguir haciendo daño. Por ello, la inconformidad está en las calles. Y por mucho que el sistema quiera acallarla (recurriendo a todo tipo de marrullerías, como infiltrar provocadores, organizar actos vandálicos con su base de golpeadores, desacreditar la indignación por vía de plumas y medios orgánicos), sabe que los mexicanos ya no quieren ni pueden soportar más injusticias. La ingobernabilidad que hoy percibimos es producto de la incapacidad que existe en las alturas.
El gobierno tiene de su lado el uso “legítimo” de la violencia, y la “legalidad” de las arbitrariedades de las fuerzas públicas; tiene a los “poderes” legislativo y judicial sometidos a su antojo, con salarios y canonjías que insultan a todos. La sociedad NO: los recientes desalojos, con fuerza bruta en exceso, en agravio de quienes protestan por el gasolinazo, lo demuestran. No obstante, los ciudadanos cuentan con otros recursos, que el gobierno en turno nunca tendrá: comunión de preocupaciones y esperanzas, fuerza moral, dolor y necesidad, dignidad, razón, y patria. Contra eso, no hay fuerza mayor.
El presidente y su gabinete deberían tomarse un momento para reflexionar en ello.

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