Javier Corral, dónde y cuándo hay/ El Cristalazo

Javier Corral gobernador panista de Chihuahua
- en Opinión

Hace muchos años Luis Echeverría llenó la casa presidencial de Los Pinos con decenas de integrantes de la comunidad Rarámuri (Tarahumaras), ese pueblo –dijo Carlos Montemayor– de estrellas y barrancas.

Al bajar del avión, sometido a un choque cultural de siglos, el más anciano de todos me dijo, a través de un intérprete, una de las cosas más conmovedoramente estrujantes de mi vida.

¿Qué le hace a usted falta para ser feliz?

–Una camisa nueva y un cuartillo de maíz. El cosmos de la miseria, la pobreza de siglos; de explotación de sometimiento y humillaciones, se podrían borrar, de un momento a otro, con la simpleza del grano contenido en las dos manos y un trozo de tela para cubrirse el pecho.

Nada más. El resto, estrellas y barrancas. De todos modos jamás sería dueño de ninguna de éstas.

Hoy nos venimos a enterar, en tiempo de las vacaciones y los descansos, cómo el gobernador de Chihuahua, ex senador y político de discurso siempre correcto, en los linderos de la verborrea panista y el izquierdismo domesticado, se ha hecho de un predio boscoso cerca de la cascada de Basaseachi, en la Sierra Madre Occidental.

Obviamente este caballero no se parece en nada a Humprey Bogart ni escribe con la magia de B. Traven, pero también tiene su tesoro en la Sierra Madre. No se trata de una película, se trata –dicen los medios– de un cabaña sobre 700 metros (de los cuales ha declarado 300) en una zona protegida de la reserva ecológica de la serranía, circunstancia fuera de su tramposa declaración del 3 de 3, la cual –como todos sabemos– solo sirve para tapar ojos de macho.

El señor Enoé Carrasco, secretario de Organización y Desarrollo del Consejo Supremo de la Sierra Tarahumara, el cual podría ser, como la mayoría de los organismos de ese tipo, un simple membrete al servicio de quien llegue primero, ha señalado la transgresión de Corral y ha sido sencillamente: pedimos la expropiación de esa cabaña, lo cual suena disparatado e injusto, pues cómo se le va a negar a un hijo de Chihuahua derecho de propiedad sobre unos cuantos metros de tierra en el estado más grande de la República.

El caso es llamativo porque nos convoca a reflexionar en cómo el poder iguala a los ambiciosos. A Corral nada más le faltaba estar donde hay. No quiso pedir ni nada reclamó, nomás era cosa de estar ahí, en el sitio oportuno y en el momento conveniente, donde llueven las invitaciones para jugar al golf y volar en aviones privados, sitios desde los cuales se pueden adquirir predios rústicos en zonas de maravilla natural, donde es posible hablar impunidad para no pagar deudas o litigar con la sombra del Senado las facturas pendientes por la propaganda electoral y ahora, con más blindaje, enfrentarse con el poder federal y desviarle sus responsabilidades en la protección de los periodistas de su estado, cosa en la cual ha declarado un cierto compromiso desde la fundación de las AMEDI.

YARRINGTON

Ahora aparecen revelaciones tan tardías como la captura de Tomás Yarrington: tenía ocho escoltas a su servicio.

La confusión de los boletines recientes, los cuales reproducen mediante el adobo y el refrito los bien informados columnistas de siempre, no dice si esos escoltas aún estaban en comisión, si se los habían  retirado o también miraban la plaza en Florencia y se extasiaban con la enorme réplica del David a las orillas del Arno.

En cualquier caso, si Yarrington no viajaba solo, los procesos por extradición se multiplicarán y nadie sabe cómo será el destino de esos funcionarios del gobierno mexicano, pues tal serían los agentes destacados a cuidar a un  fugitivo.

¿También a ellos los reclamará la DEA?

Quizá nos dejen la morralla, el sobrante.

Ya se ha vistio cuál es el verdadero significado de las extradiciones: entregarles a los Estados Unidos una información con la cual podemos todos los mexicanos ampliar nuestra fama y remoquete de bad hombres. Todos, todos frente al gobierno americano.

Bad bussines.

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