Noticias de la caída del imperio

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Wenceslao Vargas Márquez/

Hace precisamente 150 años Maximiliano de Habsburgo defendía en Querétaro los restos de su imperio. Era la primera quincena de mayo de 1867, era la última quincena de Maximiliano en libertad y como emperador de México. Al amanecer del 15 de mayo el emperador debió entregar materialmente su espada a Escobedo en el cerro de Las Campanas, lugar donde un mes después sería fusilado. Mariano Escobedo al frente de las tropas republicanas asediaba la circunvalación de la ciudad mientras Juárez y su gobierno estaban estacionados en San Luis Potosí.

Culminaba así un experimento político de tres años impulsado por nacionales y extranjeros. Culminaba un sitio militar que había empezado dos meses atrás, en marzo, y culminaba también, en el desastre, un imperio siempre frágil que había comenzado tres años atrás, en abril-mayo de 1864.

Maximiliano comenzó a quedarse solo desde que empezó a acompañarse de los liberales moderados y de unos pocos liberales a secas con que quiso ampliar la base política de su gobierno. Recién en diciembre del año en que llegó a México, 1864, chocó con el nuncio apostólico. Al inicio de 1865 el nuncio abandonó el imperio y con él se fue una de las más importantes fuentes de apoyo político que es el apoyo religioso vaticano. En julio de 1866 se fue Carlota a Europa a pedir apoyos, y la certidumbre de su locura -que data muy probablemente de septiembre- la constató Maximiliano a fines del mismo 1866. En este espacio hemos buscado fijar una fecha aproximada de la evidencia incontestable del desastre mental de la emperatriz en la nota titulada La Locura áulica de Carlota (por el sesquicentenario, septiembre de 2016).

Lo había abandonado su médico de cabecera, Federico Semeleder, en septiembre del mismo 1866, por celos profesionales cuando Semeleder comprobó que el archiduque consultaba a escondidas al doctor Rafael Lucio. Semeleder fue uno de los dos hombres (el otro fue Rodolfo Günner) que Maximiliano propuso a los masones del Rito Escocés Antiguo y Aceptado para que ingresaran en vez de él a la masonería en diciembre de 1865. Él emperador declinó ingresar.

En febrero de 1867 lo abandonaron los soldados franceses, su principal, y acaso único, apoyo militar para sostenerse en el trono. Bazaine y el último soldado francés salieron de la capital imperial el 5 de febrero de 1867. Los más notorios imperialistas se habían desplazado a Europa. No tenía hijos, no tenía esposa, no tenía familiares ni directos ni indirectos, no tenía a su médico de confianza. Abandonado por todos y al frente de unos mil quinientos soldados decidió jugarse el todo por el todo en Querétaro hace justamente 150 años. Al amanecer del 13 de febrero de 1867 salió de la ciudad de México. El 19 entró a Querétaro. El 3 de marzo Mariano Escobedo asomó a su ejército sobre la ciudad. El 6 de marzo empezó el sitio.

Más de dos meses después, cuando comenzaba mayo de 1867, la situación se hacía insostenible. Las fuerzas republicanas sitiadoras y las fuerzas imperiales sitiadas mantenían un insospechado equilibrio militar. ¿Qué hacer, cómo romper el equilibrio? La explicación de lo que ocurrió aún se debate en algunos círculos interesados en el tema. Al amanecer del día 15 de mayo, un favorito muy cercano del emperador y de la lejana emperatriz, Miguel López, facilitó la entrada a Querétaro de las tropas republicanas de Escobedo. Un triunfo así no convenía a la república porque significaba un triunfo basado en una (supuesta) traición. ¿Por qué lo hizo López? Interesados en la efeméride, y ahora en el sesquicentenario, siguen discutiendo el motivo.

En un Informe firmado el 8 de julio de 1887, publicado en 1888, y dirigido al presidente Porfirio Díaz, el sitiador republicano Escobedo narró su versión de los hechos. Escribió que la plaza imperialista de Querétaro fue entregada a los republicanos por Maximiliano, y que para ello envió como emisario a Miguel López con instrucciones para decidir en última instancia porque el archiduque ya no quería resistir combatiendo. Después de setenta días de sitio urgía resolver y se decidió por la solución menos sangrienta: la entrega de la plaza. La decisión estuvo enteramente conforme con su carácter.

A las siete de la noche del 14 de mayo López se presentó ante Escobedo con plenos poderes para resolver el empate, dice el Informe. Intentó primero que se permitiera la salida del emperador y algunos cercanos rumbo a Tuxpan o Veracruz para embarcarse. Al negarse Escobedo alegando falta de facultades López dejó claro que, de cualquier forma,  al amanecer del 15 podrían entrar los republicanos a Querétaro y tomar la plaza sin resistencia, cosa que efectivamente ocurrió. Ya con las luz del día 15 Maximiliano entregó su espada y quedó preso para ser juzgado mediante la ley juarista del 25 de enero de 1862.

Los republicanos y los imperialistas, que no supieron la historia secreta que Escobedo publicó veinte años después, acusaron de inmediato a Miguel López de traición. En un librito fechado el 31 de julio de 1867 (La toma de Querétaro, digitalizado por la UANL), a dos meses de la caída de Querétaro y a un mes del fusilamiento de Maximiliano, López clamaba por su inocencia y negaba un acto de traición, pero no mencionaba la realidad que lastimaría al archiduque fallecido además de que había un pacto con Escobedo para no hablar. La lectura íntegra del Informe de Escobedo permite interpretarlo así (El sitio de Querétaro, Porrúa). Desde nuestro punto de vista, efectivamente no hubo traición: Miguel López sólo hizo lo que el archiduque le indicó, negociar la salida o rendirse a discreción, y eso fue exactamente lo que hizo. Escobedo y López, en lados opuestos del río de la historia, guardaron silencio por veinte años hasta la publicación de la verdad en 1888.

Maximiliano había dado muestras durante sus tres años de gobierno de una gran falta de firmeza, de una enorme falta de determinación y de, en general, una falta de decisión en los grandes momentos de las tantas encrucijadas en las que se encontró desde que algunos mexicanos fueron a buscarlo a Miramar en 1863. El 15 de mayo de 1867, hace 150 años, el segundo imperio mexicano asistió a su desastre final, y no concluyó ni con un desenlace militar ni con una traición. A Escobedo se le fue la oportunidad de tomar la plaza a sangre y fuego, arrebatando cañones y pendones. A Maximiliano se le fue la oportunidad de entregar la plaza dignamente y evitó la salida militar, rompiendo el sitio, que intentaba Miguel Miramón para el amanecer del mismo día 15. Maximiliano se le adelantó.

Concluyó el sitio con una solución propia del Maximiliano que conoció el México de entonces, el México de nuestros abuelos: la entrega de la plaza a escondidas, bajo promesa de secreto, sin la gloria del derramamiento de sangre que en Europa sus familiares hubiesen preferido para la muerte militar de un Habsburgo.

 Twitter @WenceslaoXalapa

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