Aquel maestro, aquella escuela serrana

- en Opinión

–¿Y qué quiere, periodista?

“—Que me ponga un par de soldados para que me acompañen a subir la sierra, general. Voy a buscar a Lucio Cabañas. El delegado agrario en Guerrero sabe su ubicación, va a estar en estos días en una comunidad llamada Coronilla.

“—¿Y usted sabe dónde es eso?

“—No, general, voy a conseguir un guía. Pondré anuncios en la radio de Arcelia y subiré a lomo de bestia a menos que usted me preste un helicóptero.

“—Mire, joven, o usted es un imbécil o cree que yo soy un pendejo. Primero, si le pongo soldados es más fácil que lo maten. A usted y a ellos. Segundo, para volar sobre esa zona necesito tender un cordón de cientos de hombres y de semanas de trabajo. Tercero, meterse a la sierra es exponerse a todo. Le explico.

“El general se levantó y miró por una ventana. Regresó y se sentó en otra silla, lejos del escritorio. Con una paciencia casi paternal, le dijo al reportero:

“—Si usted se sube, los abigeos lo pueden confundir con un ganadero. Los ganaderos, con un robavacas; los mariguaneros con un federal y los policías con un traficante. Los soldados con un guerrillero y los alzados con un militar sin uniforme. Todos le van a tirar a la cabeza. No va usted a durar dos horas en el monte. No sea estúpido. No le juegue al héroe”.

Sin embargo, el reportero y su fotógrafo (Antonio Reyes Zurita, muerto de manera trágica muchos años después) subieron a la sierra. Cruzaron el río en Arcelia, después de avisar su presencia por la radio con anuncios pagados para los siguientes tres días; alquilaron dos mulas en Santo Tomás y cabalgaron en las acémilas por 24 horas acompañados de un guía a quien le pagaron mil pesos y otros quinientos por cada acémila; dos bolsas de carne seca y una botella de mezcal. Se sacaron la camisa para exhibir su condición desarmada y se introdujeron al monte agreste.

El campesino mulero llevaba tres perros. Los animales iban por delante. Las mulas se balanceaban con una cadencia quebrantahuesos.

“Casi veinte horas más tarde, el hombre dijo: allá está Coronilla, mientras extendía un brazo magro y largo. A lo lejos se miraban las insinuaciones de un caserío. Había una manchita azul, era la escuela.

“Como si el brazo hubiera sido una señal, se escucharon los tiros. Los perros, los tres, se convirtieron al instante en bolas de pelo ensangrentado. Apenas un aullido sordo y el ruido de los cuerpos amarillos rodando en la tierra seca. El reportero y el fotógrafo alzaron los brazos y no los volvieron a bajar hasta llegar al pueblo.

“A la entrada, a unos doscientos metros de la escuela azul, un grupo de hombres en camisa, con sombreros de palma, estaba sentado junto a una mesa rústica y sucia. Bebían refrescos calientes y comían mangos.

“—¿Qué quieren, qué buscan?, dijo uno.

“—El reportero arrogante y decidido les dijo: queremos hablar con el profesor Cabañas. Venimos de Excélsior, no somos del gobierno, queremos saber, que nos diga de su lucha.

“—No sé de qué me habla. No sé quién es ese profesor Cabañas ni sabemos nada. Y usted, si me permite el consejo, devuélvase por donde vino, pero ahorita mismo, cabrón. Y mejor apúrese, ya se está oscureciendo y el monte es traicionero en las noches, no le vaya a pasar algo. Váyase. Todos se miraban entre ellos. Dos lucían indecorosamente las armas.

“No bien había oído eso cuando el fotógrafo, a lo lejos, vio a un hombre solitario cerca de la arboleda. ‘Es él’, murmuró…

“Nunca lo confirmó. Volvió grupas hacia el pueblo y la horrible marcha de otras veintitantas horas comenzó sin descanso ni tregua.

“Al llegar a la siguiente loma, desde donde se había divisado el pueblo cuando mataron los perros, los disparos volvieron. Todos a pocos metros de los asnos. Entonces se hundieron en la noche, sin comida, sin nada en las manos, sin esperanza y con miedo, lo cual contrastaba con el maravilloso paisaje oscuro de riachuelos de plata al vuelo celestial de las luciérnagas y el aturdimiento de cigarras y ruidos de la noche”.

Eso fue en el año 1975.

El Estado —con todo y la llamada Guerra Sucia— había perdido desde entonces (y seguro desde la guerrilla de don Vicente) el control de la geografía de Guerrero. Por eso lo publicado ayer no es sino la extensión de eso y muchas cosas más.

“Siete periodistas de medios locales, nacionales e internacionales fueron interceptados ayer por la tarde en un retén instalado en la carretera Iguala-Ciudad Altamirano, a la altura de este municipio, en la zona norte de Guerrero, por unos 100 civiles armados y encapuchados, que los despojaron de sus equipos de trabajo y pertenencias”.
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