Las urgencias, el granizo caliente, la llama/ El Cristalazo

Felipe Calderón insiste en imponer a su esposa Margarita Zavala como candidata presidencial por el PAN ¡Pobre México!
- en Opinión

Nadar sabe mi llama la agua fría”; dice don Francisco de Quevedo en inmortal verso en cuya síntesis de los opuestos se expresa la indefinible naturaleza del alma humana, pero en la lengua popular mexicana esa misma contradicción térmica, entre lo naturalmente cálido y lo irremediablemente helado se usa para otras cosas más mundanas y vulgares, como por ejemplo la ambición política, cuyos demonios se han soltado desde hace muchos meses de manera prematura debido a las condiciones del gobierno actual.

“No te calientes, granizo”, dicen los rancheros norteños cuando le piden a alguien no caer en la trampa de las ansias, el apresuramiento y la calentura irrefrenable, preludio de precipitadas decisiones y errores de juicio. Calma y nos amanecemos, decía el erotómano paciente. No por mucho madrugar; en fin, despacio si llevamos prisa. Todo eso, como dice el refrán, dar tiempo al tiempo.

La urgencias, no aquellas masculinas en los versos de Lugones y atribuidas al mar cuyo bramido en torno de la mujer terminan penetrándola como una daga de espuma; no, las prisas viles de los ambiciosos, hombres o mujeres a quienes el gusano del poder se les ha enquistado en el corazón y los hace pugnar y pujar por una candidatura a toda costa, tal es el caso de la señora Margarita Calderón (Zavala), quien urge al presidente del Partido Acción Nacional, Ricardo Anaya, a prontas definiciones, por lo pronto entre su desempeño desde la jefatura y la promoción desde ese privilegiado sitio de su propia construcción para ser él mismo quien reparta y no comparta.

Piso parejo, dice la señora Calderón cuando su propia condición conyugal, como ariete del reeleccionismo mal disimulado de su esposo, el siempre truculento y oblicuo don Felipe del Sagrado Corazón de Jesús, convierte su plataforma en una muy especial plancha de lanzamiento para recorrer el camino conocido.

Se podrá decir, no es una ventaja ilegítima, es una condición derivada de la vida misma, pues a ella le tocó acompañar a su esposo en Los Pinos, lo cual ni siquiera está vedado, para actividades futuras, en leyes o reglamentos o cánones de cualquier cosa semejante a la política, pero la verdad es otra: no son esas circunstancias producto del trabajo propio ni la evolución de una obra personal; son simplemente condiciones afortunadas cuyo peso en el acopio de información y relaciones no tienen los demás.

Haber vivido seis años en Los Pinos y querer regresar, ya es una muestra de lo disparejo del piso cuya lisura ahora se exige desde la zaga de la cancha.

Y esto, lo de la zaga, porque para nadie es un secreto cómo Ricardo Anaya ha tomado del pescuezo al panismo y lo ha puesto a bailar al son de su gusto, ya sean violines de la sierra queretana o dulces canciones desde las cuales sobresale la voz quebrantada y emocional de Ray Charles cuando evoca “Georgia in my mind”; pues en ese estado de duraznos y mujeres de elásticas piernas, (“Gone with the wind”), se encuentra el domicilio familiar del señor presidente del PAN quien se anticipó a la crisis de los dreamers en las suaves colinas de Atlanta.

Pero en fin, para los defensores de la señora Calderón, se pueden mostrar los casos de Cristina Kirchner o Hillary Clinton, lo cual es mezclar las preñadas con las paridas.

Todo proviene de la urgencia, del calor del hielo, del agua en la llama.

Los Calderón quieren ya, pero ahora, de inmediato y si se puede antes, el proceso de designación del candidato; Anaya gana tiempo mediante un artilugio genial: su asociación con otra urgida de alcanzar la orilla opuesta, Alejandra Barrales, pues el cuento ese de la construcción democrática (todo debe ser democrático en este imperfecto país), se irán hasta noviembre, tal es su finalidad.

Por eso jalan la reata (con permiso de Ingrid y Brozo) esperando no reventarla en el último jalón y en busca de las correas de cada cuero. Los panistas invocan un doble motivo para aliarse en un frente cuya amplitud ya nos viene quedando estrecha: hundir el PRI en las mazmorras del olvido. Y, obviamente, confiar al Peje a los más lejanos rincones del fracaso, pero la verdadera razón es prolongar artificialmente los tiempos de la decisión y el mecanismo de selección, para garantizar la vigencia del control.

Anaya como buen gavilán no agarra para soltar. Ya ha agarrado (con las garras; no como aquel quien agarró y se murió, dicen algunos) y no dejará la candidatura, desde ahora guardada en su espuerta, gracias –dicen algunos dizque sabios—un acuerdo ya firme con el gobierno actual, quien le ha ofrecido abrir la maleza y construir un sendero seguro en esta dura travesía, a cambio –claro—de comprensión para el futuro.

En ese sentido Rafael Moreno Valle mira cómo baja a gran velocidad su canastilla en la rueda de la fortuna cuya ingeniería tanto dinero le costó al gobierno de Puebla y a sus patrocinadores, y con su libro de propaganda en la mano, va como la zarzamora por los rincones. Romero Hicks, Ruffo, Derbez y quienes lleguen más tarde no son sino comparsas en la actual mojiganga en busca de la compensación para cuando abatan sus banderas y le alcen la mano a Don Ricardo (hermano, yo declino).

Los amarillos –por su parte– necesitan flotadores para conservar su única fuerza real ahora mermada por la irrupción de Morena: la Ciudad de México.

Para arrebatarles esta capital de inundaciones y calamidades, ya tiene el Neptuno de Morena un tridente como el del Barcelona, pero en lugar de Messi, Suárez y Neimar, dispone de Monreal, Sheinbaum y Batres (ay, nanita).

La prisa suele ser mala consejera.

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Los periodistas solemos anticipar los movimientos políticos en el mundo; dictar las medidas económicas del planeta entero, ver la solución de todos los problemas en las palmas de nuestras manos, pero casi nunca sabemos enfrentar la realidad en nuestros propios diarios.

Ayer La Jornada, un periódico atípico por su condición de barricada, tuvo un grave choque con la realidad. No es lo mismo teorizar sobre los derechos interminables de los trabajadores y la condena a los malos patrones y la supervivencia del estado bienhechor, a lidiar cotidianamente con la realidad financiera.

Estos son dos párrafos del editorial de ayer, escritos con tinta roja y negra. Pero escritos al fin. La función (en este caso, la edición) debe continuar:

“En un laudo emitido el 31 de mayo pasado por la Junta Local de Conciliación y Arbitraje de la Ciudad de México se determinó que el contrato colectivo de trabajo firmado por Demos Desarrollo de Medios, SA de CV –razón social editora de este diario– y el Sindicato Independiente de Trabajadores de La Jornada (Sitrajor) hace financieramente inviable a la empresa.

“En tal circunstancia, y con el propósito de evitar despidos masivos y reducciones

propiamente salariales y en el afán de salvaguardar la fuente de trabajo, resultó ineludible suprimir aquellas prestaciones no estipuladas en la ley y que habían sido acordadas de manera bilateral por la empresa y el sindicato a lo largo de más de 30 años.

“El Sitrajor, en uso de su derecho, emplazó a huelga a la empresa y ayer, a las cinco de la tarde, cerró las entradas al edificio del diario. Significativamente, cerca de un centenar de trabajadores permaneció en el interior de las instalaciones con la finalidad de garantizar el funcionamiento y la manufactura del periódico.

“En esta circunstancia inusual, y a la espera de la calificación que la autoridad laboral emita sobre la medida sindical, La Jornada seguirá llegando a manos de sus lectores, tanto en su versión impresa como en su sitio web, continuará cumpliendo su deber informativo y se mantendrá, como lo ha hecho siempre, en el más escrupuloso acatamiento del marco legal”.
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