Violeta Parra en su centenario

- en Cultura

Por Roberto Ponce/

Ciudad de México. (apro).- El 4 de octubre próximo, por todo Chile se estarán celebrando los cien años del nacimiento de la artista Violeta Parra, quien se autodefinía como “un demonio de siete cabezas”, conforme expresó Juan Íñigo Ibáñez en Azul@rte, revista literaria virtual, el 23 de julio pasado.

El artículo de Ibáñez es extenso e importante, no sólo por recordar a una cantautora social de gran trascendencia para América Latina, sino por actualizar su memoria y anunciar que en los últimos años Chile ha subsanado en varios planos la antigua falta de reconocimiento hacia la figura de la compositora de “Gracias a la vida” (http://revistaliterariaazularte.blogspot.mx/2017/07/juan-inigo-ibanezvioleta-parra-cabeza.html):

“El mejor ejemplo es el museo con su obra emplazado en un lugar central de Santiago (de Chile) y con una mayoría de fondos públicos para su puesta en marcha y funcionamiento. Es lo que debía ser. Todavía puede hacerse más, sin duda, por incorporar su obra y sus lecciones de investigadora en los planes de educación”, estima Marisol García… una de las mejores formas de compensar la falta de apoyo que, en su momento, sufrió la artista, es aplicar una idea de su nieta, Tita Parra, la cual consiste en incorporar su metodología creativa, compositiva y de investigación a los planes de educación en Chile, recordando que su máxima aspiración era convertir la Carpa de la Reina en una universidad del folklore.”

Ya en 2011 se había publicado un interesante documental sobre su vida intitulado Viola Chilensis, que comienza así:

“Violeta del Carmen Parra Sandoval nació en San Carlos, región campesina al sur de Chile, el 4 de octubre de 1917. Su cuerpo dejó de existir el 5 de febrero de 1967. Hija de Nicanor, maestro de escuela, y de Clarisa, costurera, Viola creció junto a nueve hermanos… Violeta tuvo cuatro hijos, los dos mayores Isabel y Ángel con su primer marido, y Carmen Luisa y Rosa Clara, con el segundo. Tuvo grandes quereres y un gran amor… Violeta Parra es quizá la artista más auténtica y completa de Chile.”

En 2011 apareció Violeta Parra se fue a los cielos, impactante película inspirada en el libro homónimo de Ángel Parra, quien murió el pasado mes de marzo en París, donde radicaba.

Hacia 1971, el Instituto Cubano del Libro, a través de Casa de las Américas, dio a conocer Décimas de Violeta Parra, compilación de 93 poemas que influyeron en cantautores mexicanos como Marcial Alejandro y en donde pueden leerse sus experiencias de vida (296 páginas).

Uno de los primeros libros que nos habló de la grandeza y vitalidad de Violeta Parra apareció en marzo de 1976, Gracias a la vida. Violeta Parra, testimonio, por Bernardo Subercaseaux y Jaime Londoño, edición de ocho mil ejemplares en la bonaerense Editorial Galeana (139 páginas, con glosario de chilenismos), el cual va intercalando informaciones proporcionadas por 23 personas y familiares de Violeta, con versos de su autoría, desde sus primeros años hasta su suicidio. He aquí algunos de aquellos testimonios…

“Chillán, 1917”

Hilda Parra, hermana mayor de Violeta:

“La Violeta nació en San Carlos, por ahí por el año 1917, en la calle Montaña, frente a la Plaza de Armas. Ahí en ese pueblito nacimos las dos y de ahí nos fuimos a Chillán. Éramos chiquitas, yo casi no tengo memoria, poquito me acuerdo; nada más por lo que mi mamá nos cuenta que nacimos las dos en San Carlos y nos criamos en los alrededores de Chillán; parece que como mi padre era profesor, en ese tiempo andábamos p’arriba y p’abajo. Un profesor ganaba apenas para mantener la casa… y mi mamá ayudaba en las costuras.

“Con el montón de chiquillos que tenía, más no podía hacer, ¡creo yo! Así que la situación era mala, completamente mala. La familia Parra, los abuelos, ellos eran los ricos, eran los dueños de Chillán, casi de Chillán entero.”

El padre de mi papá

versao fue en lo de leyes;

hablaba lengua de reyes,

usó corbata de rosa,

batelera elegantosa

y en su mesa, pejerreyes…

“Y mi madre tenía su familia en el campo, en el Huape. Ellos siempre fueron pobres.”

Mi abuelo por parte e maire

era inquilino mayor;

capataz y cuidador

poco menos que del aire.

El rico con su donaire

lo tenía de obligado,

caballerizo montao

de viñatero y rondín,

podador en el jardín

y hortalicero forzao.

Clara Sandoval de Parra, madre de Violeta:

“Parece que tenía tres años la Violeta cuando nos venimos a Santiago. Fue por un tiempo, no más, porque después volvimos al sur, a Lautaro, cuando mi marido fue nombrado profesor en el regimiento Andino número 4. Íbamos en el tren nosotros y ahí la niña recibió la infección…

“Yo no sabía qué era, porque se hinchó tanto… Por suerte llevábamos frazadas y la envolví bien, así que nadie se dio cuenta. Así llegamos a Lautaro con la niña enferma, sin que nadie supiera de qué. Un día oí hablar de tantísima viruela que había en Lautaro. Murieron varias personas y tuvieron que hacer un hospital especial, bien alejados del pueblecito. Total que para allá partíamos nosotros, con ella y con mi marido, a ver a los enfermos.”

Hilda Parra:

“Mi mamá dice que Violeta era bonita, hasta que esa maldita peste le marcó la cara. Seguramente que ella después, como sus compañeras de escuela eran más buenasmozas, más arregladas, entonces ella se sentiría acomplejada. Por eso nos habla en las décimas de su fealdad.”

Aquí principian mis penas,

lo digo con gran tristeza.

Me sobrenombran “Maleza”

porque parezco un espanto…

“Cuando tuvimos la edad del colegio, como a los seis años, estuvimos en la escuela juntos los cuatro: Roberto, Eduardo, la Violeta y yo. Bueno, el lucero de la familia era la Violeta. Ella era la que sabía todo. Yo le veía sus certificados, era la primera alumna en canto, en lectura, en asistencia, ¡en todo lo que tiene que responder un niño en la escuela!”

Mejor ni hablar de la escuela,

la odié con todas mis ganas:

del libro hasta la campana,

del lápiz al pizarrón,

del banco hasta el profesor.

Madre de Violeta:

“Ahora no sé por qué me acuerdo que nació con dos dientes. Verdaderos dientes. Uno se le cayó como a los 30 y tantos años, y el otro… con el otro se fue. Y yo me asusté mucho, tenía miedo, es que la gente de antes contaba tantas cosas… Recuerdo que mi marido fue a buscar un doctor que había y me felicitó, me dijo: ‘Esta niñita va a ser muy inteligente y ojalá que todas sean así’. También teníamos un vecino, Neftalí Reyes (Pablo Neruda), que escribió:

Parra eres

y en vino triste te convertirás

“En vino alegre, en pícara alegría, digo yo. Porque después la Violeta siempre fue muy habilidosa, de guagua [“niña de pecho, bebé”] muy viva. ¡Huy, y habladora! Son los dos habladores que tuve: Roberto y ella.”

Roberto Parra, hermano de Violeta:

“Cuando niños, íbamos al cementerio con la Violeta y la Hilda, a vender agüita para las flores y escaleritas para los nichos. Nos ofrecíamos para limpiar las rejas. En el sur la gente les llevaba coronas de magnolias a los muertos, rosarios de flores, así que nosotros nos íbamos a estar toda la tardecita y sacábamos tremendos ramos de magnolias y les echábamos en botellitas, con agua… para hacer colonia.

“En las coronas de los ricos, les ponían chaquiras, unas perlitas negras de adorno. Y ahí andábamos nosotros con ellas, de vuelta y vuelta en el cogote. Así también eran las tandas que nos daba mi mamá: ‘¡Y a dejar al cementerio esas chaquiras de los muertos!

“Nos gustaba mucho salir en patota [“en grupo, pandilla”], la Hilda, la Violeta, el Lalo [Lautaro] y yo. Nos íbamos a bañar al río Cautín y pasábamos a jugar a una barranca, a unos muelles de aserrín ¡bien graaandes! Y cuando se podía íbamos a una placita de juegos infantiles. Entonces nos compraban una guitarrita a cada uno, eran muy lindas, con cuerdecitas de colores, todo de dulce. Eso, en Lautaro.”

Madre de Violeta:

“Después del año 25 nos vimos más afligidos. Por ahí fue cuando Ibáñez [general Carlos Ibáñez del Campo, que ocupó la presidencia por primera ocasión en 1925, obligado a renunciar en 1931]dejó sin ocupación a mi marido y a muchos profesores les dio el sobre azul. Total que de Lautaro nos fuimos de nuevo a Chillán.”

Hilda Parra:

“En ese tiempo no entendíamos, no como ahora que la juventud y los niños hablan de política y hablan de todo, nosotros en ese tiempo no sabíamos nada más que jugar, cantar y comer. De política no se hablaba en casa y aunque se hubiera hablado nosotros no entendíamos. Nunca supe por qué echaron a mi papá, no tengo la menor idea…”

Hay multa por la basura,

multa si salen de noche,

multa por calma y por boche.

Cambió de nombre a los pacos [“carabineros”: despectivo],

prenden a gordos y a flacos,

así no vayan en coches.

“Entonces si la situación era mala en aquel tiempo cuando mi papá era profesor, más tarde fue peor porque después ya mi papá no quiso trabajar un día a nadie más, si no era de profesor como era su profesión de él.”

Así creció “La maleza”

en casa del profesor;

por causa del Dictador

entramos en la pobreza.

Juro por Santa Teresa

que lo que digo es verdad:

Le quitaron su actividad,

y en un rincón del baúl

brillando está el sobre azul

con el anuncio fatal.

“Entonces nosotras seguimos de mal en peor, de mal en peor… y con un grupo de niños que mi mamá quedó, total que lo poco y nada que ella ganaba era para educar a Nicanor, que era el mayor, porque mi papá, como digo, nunca más trabajó en la vida, se dedicó a tomar y como tocaba guitarra, a tocar la guitarra y a pasarlo bien, se olvidó de la mujer y se olvidó de los hijos.”

En fiestas de tomatina

mi taita vende la tierra,

con lo que se arma la guerra

en medio del pasadizo.

Le exigen los compromisos

qu´él les firmó entre botellas,

d’esta manera tan vil

le rapiñaron la herencia.

“Las Aguileras eran muy buenas primas, tenían buena relación y a nosotras nos querían, ¡cómo la pasábamos bien allá! Siempre estábamos con ellas. Allá la Violeta aprendió sus primeras canciones folklóricas, auténticas; con esta misma familia. Y con mi mamá también cantaba, porque ella era la folklorista, entonces allí se completó todo el folklore, con la familia, amigas, tías y las chiquillas Aguilera.”

Las cinco son una orquesta

con todo su desenfado

en rondas y chapecaos,

en pericones y cuecas.

Con esas niñas aprendo

lo qu´es mancera y arado,

arrope, zanco y gloriado,

y bolillo que está tejiendo;

la piedra que está moliendo:

siembra, apuerca, poda y trilla.

Emparva, corta y vendimia,

ya sé lo que es la cizaña,

y cuántas clases de araña

carcomen la manzanilla.

Cuando me pierdo en la viña

armando mis jugarretas

yo soy la feliz Violeta,

el viento me desaliña.

“Últimas composiciones”

Carmen Luisa (hija menor de Violeta):

“Entre yo y mi mamá la relación era difícil porque yo era bien complicada, yo creo que era uno de los grandes problemas para mi mamá, me costaba mucho adaptarme con ella porque yo era floja, me cargaba hacer las cosas, me cargaba cantar, me cargaba todo, entonces nos pasábamos todo el día peleando, a pesar de que nos amábamos, es decir, en la mañana yo me levantaba y me metía en su cama a tomar tecito, pero ya en la tarde ya no nos soportábamos más, las peleas eran terribles.

“Pasábamos unos ratos maravillosos y ratos que daban terror. Siempre fue una relación difícil, mi mamá era demasiado coso, era demasiada vitalidad, demasiada energía junta y yo que soy lenta para todas mis cosas, era otra onda… Me acuerdo que un día había salido con mi pololo y mi mamá me retó porque llegué tarde. Me armó todo un escándalo tan grande… Ahí yo le dije que me tenía aburrida y lo que deseaba era matarme. Me quedó mirando así como con pena, como con ternura.

“—Mira Carmen Luisa –me dijo–, cuando uno quiere matarse se mata calladita; yo nunca te voy a decir nada a ti que mañana me voy a matar o que tengo ganas de matarme.”

Héctor Pavez, “El Negro”, cantor:

“Durante el último verano pensaba a menudo en eso, a mí me lo dijo varias veces. Un día estaba yo afinando una guitarra y ella trabajando en la mesa con un montoncito de barro.

“—Negro… ¿Has pensado en una cosa?

“—No… ¿de qué? Yo pienso tantas cosas…

“—¿Piensa tú que te va´i a morir?

“—Sí –le dije yo—, es horrible, pero nunca lo creo…

“—Cuando tú te mueras va a ser así –y me mostró lo que había hecho, una figura de un muerto. Yo la miré y me asusté.

“—Hay que morirse –dijo–. Uno tiene que decidir la muerte, ¡mandarla! No que la muerte venga a uno.”

Hilda Parra, hermana mayor de Violeta:

“Recuerdo que ese verano de 1966, un día viernes, yo hablé con ella y estaba muy contenta:

“—Vente pa´cá el día miércoles tempranito –me dijo—pa´que nos demos unos baños turcos en la Carpa.

“—Ya –le dije yo y seguimos conversando de otras cosas.

“—Esto es lo mejor que he hecho en mi vida, ¡escucha! –me dijo—Enchufó el tocadiscos y puso ‘Gracias a la vida’…

“Cuando terminó le pregunté por qué le había puesto Últimas Composiciones a ese disco. Porque son las últimas, me dijo riéndose y claro que yo no se lo tomé en serio.”

Carmen Luisa, su hija:

“Yo estaba ordenando algo en la Carpa, serían como las seis de la tarde, de repente sentí un balazo… Entré corriendo a la pieza y encontré a mi mamá allí tirada, encima de la guitarra, con el revólver en la mano. Me acerqué a ella y la moví, le hablé… Y no me contestó.

“Ahí me di cuenta de que por la nuca le corría un hilillo de sangre. Quedé como paralizada, no sé por qué, pero lo más instintivo fue quitarle el revólver. Salí fuera de la carpa y le avisé a gritos a las personas que andaban por ahí. De repente se llenó la carpa de gente… llegaron los detectives, y después vino una ambulancia a buscarla.”

 

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