La incomprendida materia del debate

Ricardo Anaya se hizo rico en sólo 13 años de su vida. Y no se sacó la lotería.
- en Opinión

Contaba José Alvarado, con irremediable melancolía, sobre la fealdad o belleza de las escaleras: las hay tristes o hermosas, malolientes o esplendidas en el mármol brillante.

Y entre esas escaleras hermosas citaba las del Palacio de Minería.

En su neoclásica disposición, su perfecta angulación, su suave y rotunda balaustrada, se determinará hoy el rumbo de la campaña electoral de los aspirantes a la Presidencia, quién asciende y quién desciende, y para este reportero cuyos ojos escépticos han visto tantas cosas, nada va a cambiar en relación con la medida general de las tendencias y análisis de encuestas, más o menos serias, porque resulta, sabe usted, que para estas fechas todos dicen lo mismo y los dados y las runas ruedan de la misma manera.

Los debates no son —como muchos dicen en defensa de la negociación democrática entre la persuasión y el convencimiento— espacios para contrastar ideas, propuestas o programas. Eso es falso.

A estas alturas nadie se acuerda, por ejemplo, de una sola idea surgida del debate Fox-Labastida en los albores del siglo. Pero todos recuerdan el banquito, la vestida, la mariquita.

Los debates no son una cuestión de ideología o exposición de programa político: son confrontaciones, son “rebates”, no “debates”.

Hoy habrá una confrontación a rebato de cuatro personas contra una.

La pareja “independiente”, Zavala de Calderón y El Bronco Rodríguez jugarán a su propia salvación. La señora tras la reelección de su esposo, usará su poco persuasivo tono de madre superiora y Rodríguez, su atropellada verborrea entre Vicente Fox y El Piporro.

Andrés Manuel se atrincherará en su cómoda ventaja de encuestas favorables e incomparable experiencia de político profesional, manipulador y mentiroso (grandes atributos); Ricardo Anaya (no se sabe si es “una joven promesa o un joven que hace promesas”, diría Balfour), jugará con la bilis derramada, como es su costumbre, y en algún momento, fosfórico, se encenderá furioso en contra de José Antonio Meade (quien a pesar del entrenamiento, sostendrá su tono monocorde y cansino), y cuya seriedad juega en contra en este tipo de espectáculos para la televisión.

Hace muchos años conocí a Harold Glasser. Era el promotor de Miss Universe International. Mientras miraba a la pasarela por donde ensayaban las hermosísimas muchachas de entonces (Maribel Fernández, ahora Guardia, era una de ellas), me aclaró la materia del negocio: esto no es un asunto de belleza; es un programa de TV para vender anuncios. lo demás es la envoltura.

Y si para ese concurso de belleza, la estética era un pretexto; para este asunto de política, las ideas son el telón.

Todo mundo quiere ver quién se tropieza y quién gana por las artes de la oratoria, pues las rápidas respuestas, los recursos verbales, el lenguaje no dicho, la postura y la compostura ( o la pérdida de ellas), son pequeños discursos improvisados en cuya oportunidad se busca la gran frase, el gran instante, la chispa capaz de torcer el rumbo de las preferencias.

Hace 58 años, el mundo del entretenimiento —al cual pertenecen los debates políticos televisados entre candidatos presidenciales (como un super tazón o una final del mundial de futbol)—, les ofreció a la TV y a la política un nuevo producto: La discusión pública entre Richard Nixon y John Kennedy. Era como llevar las discusiones parlamentarias o de templete de campaña, a la sala de la casa.

Hoy ese episodio de la política estadunidense es muestra, ejemplo y referencia inevitable cuando se habla de estas cosas, pero nadie recuerda una sola idea de aquel “mano a mano”.

Todos saben, sin embargo, cuáles fueron las razones del desastre: Nixon era feo, estaba sin rasurar y desaliñado; mientras Kennedy, joven y guapo, dorado de la piel y la cartera, se conducía como el rey del mundo. Esa tarde, además, se había follado a Marilyn Monroe, y se presentaba exultante, lleno de vida y oloroso a jabón de camerino.

Pero también se sabe el desencanto público del producto mismo. A Kennedy y a Nixon los vieron, en blanco y negro, más de sesenta millones de personas. En confrontaciones recientes de ese mismo tipo, las audiencias son casi similares. Al menos en Estados Unidos. El interés ha decaído como las transmisiones de los viajes interestelares. Ya ni siquiera se hacen.

Aquí se ha llegado al ridículo de negociar con la Federación de Futbol el horario de los juegos, para no distraer a los niños ciudadanos cuya tarea es, en parte, mirar el siguiente debate.

“El Instituto Nacional Electoral (INE)llegó a un acuerdo con la Federación Mexicana de Fútbol (FMF), para que la final del torneo mexicano no se empalme con el segundo debate presidencial, que tendrá lugar el próximo 20 de mayo en la ciudad fronteriza de Tijuana, Baja California.

“El INE informó que el debate entre los candidatos presidenciales se recorrió una hora y empezará a las 9 pm hora del centro de México (10 pm ET / 7 pm PT); mientras la final de la Liga MX se mantiene programada a las 7 pm (8 pm ET / 5 pm PT).

“Aún así, no se garantiza un posible empalme, porque en caso de haber un empate en los 90 minutos reglamentarios, los contendientes de la final del fútbol mexicano podrían irse a tiempo extra o en su caso hasta penales, pues únicamente dos horas separan al partido y al debate presidencial”.

Pero, en fin, cada quien entiende a su modo esa responsabilidad del INE de “fomentar” la cultura democrática.

Hoy, en el Palacio de Minería todo mundo va a ver actitudes, conductas, reacciones, capacidad de responder en situaciones incomodas o de producirle en los otros, condiciones irritantes.

Todos nos acordamos de las respuestas rápidas de Vicente Fox en cuanto a su temporal majadería frente a la incurable corrupción de los priistas. Es memoria común cuando Reagan, señalado por su edad, ofreció no aprovecharse de la juvenil inexperiencia de su opositor y aunque no se trata de un debate de este tipo, las respuestas de Churchill en muchos momentos de apremio, son guía de cómo se debe actuar en estos casos para ser recordado y muchas veces imitado.

No tendremos un actor con la simpatía de ­Reagan, ni un playboy como Kennedy. Tampoco grandes oradores a la manera de López Mateos o Carlos Madrazo.

Tendremos lo disponible en un país capaz de sustituir al menguante y debilucho “Ogro Filantrópico”, a quien todo mundo ningunea y arrincona, por el flautista de Hamelín a quien todos siguen fervorosos tras la música hipnótica de su pífano, rumbo a la cañada, el precipicio o el derrumbe.

Los aspirantes —con sus alforjas llenas de bombas, bombitas y explosivos, aeropuertos cancelados, avionetas rentadas, naves industriales, acusaciones de complicidad y demás elementos para el combate—, fueron por la tarde del sábado a conocer el terreno. Ensayaron y vieron dónde los bañará la luz para registro ideal de las cámaras.

Dónde se acomodarán, cuál es su ángulo de visión. Todos menos quien no necesita este tramite.

Muchas veces, quien gana los debates gana las elecciones. Otras no. En la memoria está fresco el recuerdo de Diego Fernández de Cevallos y poco memorable ( en cuanto a citas citables) resulta el caso de la elección anterior de cuya tarde sólo hay registro de una ubérrima escort devorada por todas las miradas.

Hoy se tiene la innovación de tres colegas sentados muy serios en su papel, de sinodales o de paleros. Cada quien dirá cómo quiere jugar. Cada quien sabrá si se trata nada más de repartir el orden de la palabra o si se ejerce a plenitud la autorizada capacidad de preguntar (cuestionar, inquirir, rebatir) o se prefiere la discreción de la imparcialidad obsecuente.

Pero por esas escaleras nobles del templo de la ingeniería, alguien subirá y alguien bajará esta noche, sin riesgo de perder la zapatilla de cristal, la bota o el zapato.

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