El neopresidencialismo mexicano democrático/ El Cristalazo

El neopresidencialismo mexicano -democrático- ya se vio con la revocación de la multa a MORENA por gastarse dinero de damnificados en campaña
- en Opinión

Llega septiembre y con él las noticias sorpresivas cuya naturaleza causa cualquier cosa menos sorpresa: el Tribunal Electoral del Poder Judicial, alineado en el mismo ánimo de un electorado ferviente, devoto y decidido, e imbuido del fervor por el cercano advenimiento de la cuarta transformación de la patria, arroja al cesto de los papeles la multa del Instituto Nacional Electoral contra Morena por el (jamás demostrado) uso indebido de los fondos de un fideicomiso pío, constituido para auxiliar a los damnificados de los sismos del otro septiembre, el de 2017.

—Es una venganza, una infamia— dijo el presidente electo de hoy cuando era el candidato triunfante de ayer y supo de tal castigo.

Desde la escalinata de la casa de Chihuahua, apretó las mandíbulas, cerró el puño y denunció la intimidación proveniente del Consejo General. Señaló directamente a Benito Nacif, responsable de la fiscalización (quien hoy debe tener contraídos los esfínteres y listo el pasaporte), pues en algún lejano tiempo habría validado el fraude del 2006. Y con voz tonante, el líder se negó a admitir tan innoble multa.

Y después, todas las piezas de la torre de la fiscalización de los fondos y la vida partidaria de Morena se ­cayeron en pedazos, como el poderoso Yahvé tiró la soberbia torre de Babel.

Sólo faltaba la resolución judicial  y ésta se ha dado.

El órgano oficial, Regeneración; lo dice así, en tono de celebración:

“Regeneración, 1.sep.18.- El Tribunal Electoral del ­Poder Judicial de la Federación (TEPJF) revocó la multa de 197 millones de pesos impuesta por el Instituto Nacional Electoral (INE) a Morena por la constitución del fideicomiso Por los Demás, para ayudar a los damnificados del sismo del pasado 19 de septiembre.

“La resolución fue celebrada por Horacio Duarte ­Olivares, representante de Morena ante el INE.

“‘Le ganamos al INE el tema del fideicomiso Por los Demás, el TEPJF revoca la multa ilegal e injusta que a Morena se le había impuesto. Se hizo justicia y se reivindicó nuestra autoridad moral’, dijo Duarte.

“El TEPJF concluyó que hubo violaciones graves al procedimiento y que la autoridad no pudo demostrar que se utilizaron recursos públicos, ni un financiamiento paralelo al partido.

“Los magistrados del Tribunal Electoral aprobaron una sentencia que revoca ‘lisa y llanamente’ la multa, con lo cual el asunto queda completamente cerrado.

“Según el magistrado Felipe Fuentes Barrera ‘no se trata de dar carpetazo’ al asunto, pero el INE ya desplegó al máximo sus facultades de investigación y por ello la decisión de revocar la multa. La sentencia aprobada ­señala que es suficiente para revocar la multa el ­hecho de que el INE violó la garantía de audiencia del comité técnico del fideicomiso, los elementos fueron insuficientes, no analizó de manera integral los hechos, no ejerció sus atribuciones de acudir para pedir información a las autoridades bancarias y hacendarias para identificar a quienes hicieron las operaciones.

“Además no se acreditó el uso de recursos públicos, ni se demostró el beneficio económico al partido político, un fraude a la ley o un financiamiento paralelo.

“La sentencia agrega que se trataba de una prueba indiciaria compleja, porque debe existir relación entre los elementos que sirvieron para determinar la multa, pero debe operar el principio de presunción de inocencia”.

Más allá de los matices judiciales y las argucias leguleyas de una u otra de las partes, sobre “pruebas ­indiciarias y complejas”, la garantía de presunción de inocencia es el recurso eterno de la nueva legalidad nacional. Y punto. Todos a aplaudir.

La multa, se debe reconocer, fue revocada por el incontenible trabajo de los abogados de Morena.

Y no me refiero a Horacio Duarte, me refiero a los treinta millones de abogados de Morena: sus electores.

Resultaría ilógico, absurdo e imposible (políticamente imposible), multar por cualquier cosa, con razón sin ella, con cualquier monto a un partido cuya esperanza, entre los ciudadanos le ha dado el control absoluto del país (ya no en rayo, en raudales luminosos, caudales celestiales incontenibles), en todas las áreas, incluyendo al Poder Judicial cuya autonomía hoy resulta un ­chiste mal contado. Al menos en casos como éste.

Nunca la Inquisición acusó de herejía a un papa.

Y este detalle nos lleva, a un día de la inauguración formal del nuevo Congreso, todo teñido de tinto, con el desteñido rito del VI Informe Presidencial, vacío y sin interés, a repensar el papel de las simbólicas oposiciones, las cuales —en el mejor de los casos, y es de dudarse—, podrán triunfar en los debates y perder en las votaciones, por más y como prometan los coordinadores de cada ­cámara (Mario Delgado en San Lázaro; Ricardo Monreal en el Senado) no incurrir en el sometimiento de todos bajo el peso de la mayoría.

Por desgracia no es una cuestión de buena o mala voluntad: es el resultado de la composición de las bancadas, de la representación y la sobrerrepresentación en un sistema cuya estructura lo permite.

Hoy, como se decía en una ­columna previa, México ha regresado al partido hegemónico y el presidente todopoderoso. Decirlo no es una crítica o una censura, sino una mínima y objetiva mirada a los hechos.

La voluntad del presidente, hoy, hace volar los aviones o alquilar los helicópteros; ofrece lecciones morales y determina el fomento al deporte de su preferencia.

Predica la austeridad en cabeza propia y pone el ejemplo de su vida sencilla y honesta para todos sus seguidores y hasta para quienes no lo siguen; mueve la escala de los salarios, ordena reducir los haberes de los partidos políticos y dice si los soldados marchan de dos en dos o de tres o tres; se guardan en sus cuarteles y barracas o siguen disparando tiros para después ser señalados como abusivos y violentos; dispone los árboles en el campo, decide la siembra, y pronto la siega y la cosecha; repatria líderes obreros, premia y castiga. Gobierna sin tener el gobierno.

Dicta conductas y les ordena a sus colaboradores no caer en el error pecaminoso de la soberbia: humildad, les ha dicho; transparencia, honestidad, les ha exigido.

Y todos lo siguen, quizá sin convicción, pero sí con disciplina, pues el temor y el interés, a veces superan a la conciencia y si ése es el ritmo, pues entonces todos bailar como les dicen, mientras se halla la fórmula para darle la vuelta a los preceptos de la superioridad.

La influencia de Morena en la totalidad de las decisiones nos lleva de nuevo, al cuestionamiento sobre la vigencia del presidencialismo y la discusión, a veces planteada con seriedad por varios políticos sensatos, entre ellos Muñoz Ledo, de buscar otra forma de distribución del poder y no el poder individual de un ­Ejecutivo con facultades constitucionales y metas constitucionales excesivas y difusas, como decía Jorge Carpizo en aquel célebre texto.

Hoy los poderes de la Unión están sometidos, tanto como los aparentemente equilibradores órganos autónomos  (CNDH, INAI, CRE, COFECO, etc.), cuya autonomía es una ilusión, pues dependen absolutamente de los presupuestos autorizados desde una cámara de Diputados dependiente del Ejecutivo en el que se pueden fraguar políticas de gestión (austeridad, reducción, recorte) con criterios de premio o de castigo.

Y eso mismo sucedería con los medios (otros elemento dizque democrático de equilibrio político), una vez analizada y puesta a discusión la Ley de Comunicación Social actualmente en revisión en la Suprema Corte de Justicia y cuya esencia es el reparto del dinero público en la información y la propaganda (sobre todo ésta) del gobierno.

En los tiempos del Partido Revolucionario Institucional el sostén de la presidencia era vertical de arriba ­hacia abajo. El poder supremo (heredado de quienes ganaron la Revolución a balazos), decidía desde la altura de la silla.

Hoy el poder presidencial también tiene un soporte vertical, pero ahora es de abajo hacia arriba. Los treinta millones de votos de AMLO significan ese sólido cimiento en el cual se está comenzando a edificar un poder presidencial cuya naturaleza nos llevaría a llamarlo: el neopresidencialismo democrático mexicano.

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