El imperio del cinismo: una historia repetitiva

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En 1980, este perpetrador de caminatas ociosas en pos de una ciudad que aún se dejaba transitar a pie arribó al Distrito Federal adquirió en la sucursal San Cosme de la hoy desaparecida Librería Hamburgo la primera novela de un español que se volvería acompañante leal del tal perpetrador de vueltas a la saudade veinteañera enunciado al inicio del párrafo en transcurso. El autor era Eduardo Mendoza, de treinta y un años de edad, y su ópera prima era/es La verdad sobre el caso Savolta, que cinco años antes había editado Seix Barral y de la cual alrededor de cincuenta ejemplares estaban a la venta por diez/quince pesos la unidad en una de las varias mesas de saldos que nutrían y caracterizaban a <La Hamburgo>.

savolHoy sabemos por voz del propio Mendoza que la había terminado en 1970 y que en el 73 entró al proceso de revisión a cargo de un censurador franquista que la definió como un “novelón estúpido y confuso, escrito sin pies ni cabeza [cuya] acción pasa en Barcelona en 1917, y el tema son los enredos de una empresa comercial, todo mezclado con historias internas de los miembros de la sociedad, casamientos, cuernos, asesinatos y todo lo típico de las novelas pésimas escritas por escritores que no saben escribir.”

A este perpetrador de amoríos literarios lo encantó y se la regaló a un querido amigo de siempre: el poeta/periodista de La Jornada Antonio Heras. Y se regodeó en la prosa de Mendoza, por ser éste un irredento contador de historias que echaba mano de géneros y subgéneros varios para construir un sabroso pastiche narrativo, anclado en el <había/hubo una vez…> que signa todo aquello que bien se ha contado con sencillez al través de la ficción y la no ficción y que daba a conocer una historia, transcurrida en la primera posguerra mundial del siglo XX, de la corrupción en los negocios unidos a la política -y viceversa-, práctica que había encumbrado y destruido a una empresa española vendedora de armas. Y un año después de su edición, a propósito de haber ganado el Premio de la Crítica y con la felicidad que daba la muerte de Francisco Franco, Juan García Hortelano publicaría en el número 2 de El País (5 de mayo de 1976), una reseña crítica en la que resaltaba las virtudes de la novela de Mendoza: “el sarcasmo, la sabia estructura, un estilo eficaz, la imaginación y esa cortesía, no tanto para el lector (que será su último beneficiario) sino para la propia historia que se cuenta, de contar todo lo bien que se puede… [Y celebraba el haber] esquivado a las sirenas del ruidoso experimentalismo, las facilonerías de la modernidad y [haberse] esforzado en innovar lo inventado, ahorrándonos el invento puro.”

Cuatro décadas han pasado desde aquel 1975, casi cie años desde que trascurre la historia del <caso Savolta> y treinta y  nueve desde el texto de García Hortelano, quien terminaba convocando a los “monopolizados por la estadística, la normativa constitucional, la sociología, la flora, la fauna y el politicismo [para que leyeran la novela de Mendoza,] donde mucho se [podía] aquilatar la historia repetitiva de [su] país.” Igual en esto último al nuestro si recordamos un conjunto de hechos eslabonados en el tiempo con cimas que en el siglo XX arrojó perlas discursivas como “no hay quien resista un cañonazo de un millón de pesos”, “la moral es un árbol que da moras”, “un político pobre es un pobre político”, “la caballada está flaca”, “el que se mueve no sale en la foto”, “vivir fuera del presupuesto es vivir en el error”, “la amistad se manifiesta en la nómina”, “y yo por qué”, “haiga sido como haiga sido“, “¡al diablo las instituciones”!, “estoy ahorita en la pinche plenitud del poder”, “en Veracruz sólo roban frutsis y pingüinos”, “me tocó bailar con las más fea”… y que tiene su más reciente joya en el “ya sé que no aplauden” emitido por la cabeza de de un gobierno al que hace cuatro meses se le desbordó el drenaje sistémico y los detritus acumulados empezaron a flotar en torno a su cínico nadar en ellos.

Cuando Enrique Peña,  presionado por haber evidenciado su analfabetismo funcional y su incapacidad para improvisar en la FILU Guadalajara 2012, además de su huída en la Ibero Santa Fe, ofreció crear una fiscalía anticorrupción sabía que le daría largas al asunto y en una de ésas no cumpliría con ello -como no cumplió con sus promesas cuando fue gobernador mexiquense y no lo ha hecho con la mayoría de las que hizo en su campaña presidencial-. Lo que no sabía era que la corrupción del sistema político todo del cual él es productor/producto -sostenido por todos los partidos y actores políticos y la gran mayoría de los grandes empresarios- emergería en su vuelta a lo mismo, para zancadillear un discurso en el que los términos presuntamente modernizadores fueron botargas contenedoras de la desaseada e histórica esencia que ha hecho a eso que hemos dado en llamar <el sistema>, al cual no son ajenos los bonos de confiabilidad que el sufragio de una ciudanía mayoritaria convenenciera y también cochupera les ofrece a cambio de prebendas, puestos y dinero a secas. Situación conducente a que luego de quizás la crisis más grave de credibilidad -y por ende de legitimidad- que el sistema político nacional en su integralidad -obvio: con el PRI y todos los priistas a la cabeza- ha padecido en los años recientes luego de un terso inició amañado vía el <pacto por México>, el escenario posible según las encuestas es que el PRI y sus venales aliados obtendrán la mayoría de las diputaciones y alcaldías en juego y que sólo en el Distrito Federal volverán a morder el polvo.

En la historia largamente repetitiva de este nuestro país anclado al eterno retorno de lo que parecería haber quedado/superado/trascendido, tanto en la corta como en la larga duración pueden rastrearse y detectarse el cochupo, la transa… la corrupción, pues -como escribió García Hortelano en el 76 refiriéndose a una España que en aquel momento, y en éste, no era muy distinta a la de 1917-;  así como puede detectarse el cinismo de una élite política, impermeable al escarnio, crítica y reclamo nacionales e internacionales por la corrupción, los conflictos de interés y etcéteras circundantes, que respondió sin requiebros al través de Aurelio Nuño, asesor de Enrique Peña y seguro diputado plurinominal convertido en botón de muestra de lo expresado en las líneas que corren: “No vamos a ceder aunque la plaza pública pida sangre y espectáculo”. ¿Cínico el tipo? Pues sí; tanto como muchos que andan por ahí en las calles, en los templos eclesiásticos, en las páginas de diarios y revistas, en las aulas, en las casas de pobres y ricos y no tan pobres y no tan ricos y… que seguramente irán a las urnas para elegir cínicamente a una caterva de vividores -y de vividoras, no vaya usted a creer…- que abonarán esa repetitiva historia de la cual García Hortelano escribió hace treinta y nueve años a propósito de una novela cuarentona que para bien y mejor impulsó definitivamente el cambio que por entonces ya venían prefigurando Juan Marsé, Manuel Vázquez Montalbán y el propio García Hortelano, y que le devolvió su lugar a la ficción que hoy palidece frente a esta repelente realidad nuestra, devenida imperio de los cínicos.

Comentarios

  1. Leí este tronco de nota-reseña, y no se porque la terminé hasta el final. si la verdad esta demasiado tediosa en un constante intento de resultar mordaz o pícara cae en lo pesado, aburrido y difícil de comprender en una primera pasada para al final no decir absolutamente nada que uno no sepa. CARAMBA!!!!

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