Mexicanos de excepción/ Matices

En el Estado mexicano la investigación de los delitos compete al Ministerio Público y a las policías, sin que ninguna autoridad pueda autorizar, en esa investigación, a particulares entrevistar a los testigos, como sería el caso requerido por este grupo de extranjeros (extracto del comunicado del Gral. Arturo Vallarta Tafolla, de la IX Región Militar con sede en Guerrero, en respuesta al interés del Grupo Interdisciplinario de Expertos Independientes, de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos por entrevistar a 25 militares del 27 Batallón, en Iguala. En Aristegui Noticias, 12 de septiembre de 2015).

La debacle económica ahorca a la mayoría. Las cuentas macro parecen cuadrar, pero en el bolsillo de la gente las cosas empeoran. Sin embargo, Ellos viven a todo lujo; se pasean por Beverly Hills, Londres, París, Milán, o donde quiera que puedan gastar los recursos públicos. Poseen casas blancas, “malinalcas”, y todos aquellos inmuebles y obras de arte que gusten brindarles generosos “donantes”. La Revolución les ha hecho justicia. ¿Y México? “Creciendo y progresando”, responden.

En México hay 60 millones de pobres y una clase política y empresarial rica
En México hay 60 millones de pobres y una clase política y empresarial rica

El deterioro de la política y la administración pública impide la construcción de acuerdos, la generación de iniciativas, y la puesta en marcha de acciones en pro del desarrollo nacional. Quienes dicen representar al pueblo no son más que levanta-dedos de su bancada, y quienes se dicen servidores públicos más bien se sirven del público. Pero ninguno de Ellos se inmuta, vale más el “hueso”, las prebendas, los “moches” o “mordidas”, que el bien general. ¿Y el país? “Bien, porque trabajamos para la sociedad. Solamente quienes buscan destruir lo que tanto nos ha costado construir dicen que vamos mal… ¡Ay, esos populistas, esos populistas!”, espetan con fingido pesar.

El tejido social se deshace; la riqueza se concentra y la pobreza se expande. La fragmentación de la comunidad es hierba seca para el fuego del conflicto y la violencia. Pero Ellos se hallan a gusto con el actual estado de cosas, pues mientras más fragmentados y distantes estén los ciudadanos, mayor garantía tienen de seguir gobernando sin obstáculos. ¿Y la nación? “Muy unida; vamos por buen rumbo”, aseveran con desparpajo.

La violencia incontrolable inhibe la convivencia social y la inversión. Tan peligroso resulta andar por las calles como arriesgar el capital en un lugar donde no hay seguridad pública, mucho menos certeza jurídica. Pero Ellos no ven problema alguno; viven protegidos por fuerzas de seguridad del Estado (sí, esas que pagamos los mexicanos) y guardan sus dineros en bancos extranjeros. ¿Y México? “En paz, luchando para salir adelante” responden de inmediato.

Por Ellos, me refiero a los mexicanos de excepción. Esos que parece que viven acá (o al menos, aquí hacen sus business) pero que no son como los demás. Pertenecen a la elite; pero no de la honestidad o la intelectualidad. NO. Son personajes de excepción por su extrema maldad. Que viven de y para la impunidad, la apariencia, el encubrimiento, el nepotismo, el abuso, la opacidad, la deshonestidad, el crimen, la ineficiencia en el cumplimiento del encargo, entre otras perversidades. Son de esos que se solazan al decir que la corrupción es un asunto cultural, así que ¡a cerrar esa discusión! ¿Conoce usted a alguno de ese tipo?

Lo sorprendente es que, conociéndoles, aún les toleremos y reconozcamos como autoridades, gobernantes o “representantes populares”. Sabemos que son unos demonios camaleónicos que año tras año, trienio tras trienio, o sexenio tras sexenio, aparentan renovarse, y se venden como la esperanza mejor para el pueblo ingenuo y jodido. Si nos preguntamos en dónde radica su fortaleza, una respuesta fácil y rápida es afirmar que está en la misma sociedad, que es indolente y acomodaticia, y que anhela seguir su ejemplo; que los vota porque cree que, “ora sí se van a acordar de nosotros, porque en el fondo, son buenos”. Eso es verdad a medias, como el asunto “cultural”.

La fortaleza de esos mexicanos particulares, elite del poder por definición, radica en los amarres que promueven entre sí para su sobrevivencia. Una perla es muestra necesaria:

En los acontecimientos del 26 de septiembre de 2014 en Iguala, Guerrero, cuando fueron secuestrados y desaparecidos los estudiantes normalistas de Ayotzinapa, el ejército tuvo participación activa. Así queda demostrado por el reciente informe del Grupo Interdisciplinario de Expertos Independientes (GIEI), de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH). Los especialistas internacionales sugirieron entrevistar a 25 militares que a la sazón formaban parte del destacamento 27 de esa zona. ¿Alguien se opuso?

Mucho antes que el propio ejército, en voz del Gral. Vallarta Tafolla, expresara el pasado 12 de septiembre su rechazo a esa opción, vienen a la memoria las furibundas declaraciones del presidente de la Confederación de Cámaras de Comercio, Servicios y Turismo, Enrique Solana Sentíes, quien en diciembre de 2014 afirmó, en relación al caso Iguala-Ayotzinapa y el reclamo por que el ejército abriera sus cuarteles, que la desaparición de los estudiantes no justificaba tal demanda. En consecuencia, exigió al gobierno “dar vuelta a la página, como se ha hecho con otras tragedias en el país”. Por si su impudicia y soberbia no fueran patentes, agregó, “El gobierno debiera resarcirles a las familias el daño que se ocasionó, los padres [de los estudiantes normalistas] aceptar lo que se les dé y después cerrar la página”.

¿Alguien más?.

Durante meses el gobierno federal, a través de la Secretaría de Gobernación, negó la participación militar en los hechos de Iguala. Hoy, a la luz de la evidencia, continúa rechazando cualquier posibilidad de interacción directa del GIEI con los militares. Alega que solamente pueden someterse a interrogatorio “en el marco del proceso penal sin la presencia de los expertos de la CIDH” y que, acaso, podrían interrogarlos mediante cuestionarios por escrito. Recientemente, Vallarta Tafolla dio el portazo al asunto al afirmar que satisfacer la inquietud de la CIDH significaría transgredir la ley… mmmh, claro, claro.

Si alguien cuestiona por qué, entonces, mantener un ejército opaco, que resulta inútil para la sociedad, y que más bien en cualquier momento puede volverse contra el propio pueblo a la orden de algún mando deschavetado, la respuesta, por simple, causa escozor: para proteger a la élite económica y política con la que comparte cobijo. Sí, esos engendros de excepcional maldad necesitan una milicia atemorizante para poder seguir viviendo en la bonanza a costa de los ciudadanos. Lastimosamente, la grey militar también se integra a esos mexicanos de excepción. La ley es para todos…excepto para Ellos.

http://www.ricardosantes.com

@RicSantes

 

Comentarios

¡Síguenos!

A %d blogueros les gusta esto: