Jorge E. Lara de la Fraga/ Espacio Ciudadano
La agresión, la rudeza innecesaria y el embate feroz contra Carmen Aristegui son reflejos claros del enanismo gubernamental.
El escritor Fernando Del Paso, autor de varios textos, entre los cuales me permito citar “Noticias del Imperio”, recibió en Mérida, Yucatán el pasado 7 de marzo del presente año el Premio José Emilio Pacheco a la Excelencia Literaria, en el marco de la Feria Internacional de la Lectura Yucatán 2015.

En tal recinto y acorde a su particular estilo, Del Paso recordó su amistad con su colega José Emilio (ya fallecido) y entabló un “diálogo etéreo” con él, para comentar en voz alta algunos sucesos lamentables que se viven en México en la actualidad. Su intervención fue por demás relevante; destaco sólo unos fragmentos en razón del espacio disponible. Escuchemos al maestro: “José Emilio, quiero decirte que yo también amé a tu manera a esa patria de los cuantos bosques y ríos y de la ciudad monstruosa que fue tu cuna y la mía… Quiero decirte que a los casi 80 años de edad me da pena aprender los nombres de los pueblos mexicanos que nunca aprendí en la escuela, y que hoy me sé sólo cuando en ellos ocurre una tremenda injusticia; sólo cuando en ellos corre la sangre: Chenalhó, Ayotzinapa, Tlatlaya, Petaquillas… ¡Qué pena, sí, qué vergüenza que sólo aprendamos su nombre cuando pasan a nuestra historia como pueblos bañados por la tragedia!…”
El monólogo (diálogo) continúa: “Qué pena también, que aprendamos cuando estamos viejos que los rarámuris o los triques mazatecas, son los nombres de pueblos mexicanos que nunca nos habían contado, y que sólo conocimos por la primera vez cuando fueron víctimas de un abuso o de un despojo por parte de compañías extranjeras o por parte de nuestras propias autoridades! … Parece mentira, José Emilio, que hayan pasado tantos años y todavía no hemos aprendido a no mancillar ese fulgor abstracto que alimentaba nuestra pasión por la patria… Nunca como hoy día me pregunto qué hicimos, José Emilio, de nuestra patria, a qué horas y cuándo se nos escapó de las manos esa patria dulce que tanto trabajo les costó a otros construir y sostener. ¡Ay, José Emilio! Sí, dime cuando empezamos a olvidar que la patria no es una posesión de unos cuantos, que la patria pertenece a todos sus hijos por igual…”
Ese mensaje memorable de Fernando Del Paso me emocionó y me conmovió; ojalá puedan leerlo completo varios de los lectores. Me sirve de sustento para manifestar que la colectividad nacional en estos tiempos está dolida y harta de tanta violencia y de desapariciones forzadas en nuestro territorio. Que nuestro pueblo se opone a esa brutal magnificencia de unos cuantos a costa de la pobreza y miseria de muchos. Al igual que al escritor laureado, le duele e incomoda a la sociedad crítica que prevalezca la discriminación y agresión a los pueblos originarios, así como se opone a esa contaminación ambiental progresiva. Sin dejar de lado ese repudio pleno a la corrupción e impunidad que inunda los círculos del poder económico y político, en medio del derroche de nuestro patrimonio común, del mal manejo de la industria energética, de la caída del precio del petróleo, de la depreciación de nuestra moneda y de la deficiente formación de las nuevas generaciones. Muy lamentable resulta que exista un desencanto por lo que ocurre y que sigamos caminando hacia el despeñadero, mientras nuestros representantes y políticos de carrera únicamente se preocupan por sus jurisdicciones de control y sus prebendas sustanciosas.
Anhelando ver el otro lado de la moneda o atisbar la luz al final del túnel oscuro, incorporo con optimismo que afortunadamente hay connacionales que ya están empujando para que nuestro sufrido país salga del hoyanco en que se encuentra. Por el momento puedo decir que hay organizaciones que luchan contra la inseguridad, que múltiples jóvenes están despertando y se manifiestan airadamente contra las atrocidades instrumentadas por los poderosos, que asimismo varios sacerdotes y ministros de avanzada realizan un servicio humanístico y una labor social encomiable destinada a la gente marginada que sufre. Que ya múltiples docentes no se pliegan dócilmente a los controles corporativos sindicales; que comunidades enteras defienden su patrimonio y luchan para contrarrestar proyectos u obras que lesionan o afectarán sus recursos naturales. Por si lo anterior fuera poco, es altamente gratificante que ya la ciudadanía cuestiona a los demagogos y a los falsos redentores, también a los ineficaces institutos políticos. Gratificante es que además de la desobediencia civil organizada, varias personas utilizan vías alternas de comunicación humana, recurren a las redes sociales independientes (foro internético), a fin de no seguir siendo esclavos de los consorcios televisivos. Sigamos adelante; si las autoridades no quieren resolver los problemas, será el conglomerado organizado quien inicie las tareas de salvamento.
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