La febril independencia/ El Cristalazo

- en Opinión

Entre el alborozo de algunos, la cautela de otros, el desencanto de muchos y la preocupación institucional, El Bronco le ha puesto el cascabel al gato.

Quizá todo este empuje se haya gestado en 1992, cuando un próspero empresario llamado Ross Perot escribió su propia acta de Independencia y se lanzó a la arena pública como candidato a la presidencia de Estados Unidos. Invirtió 70 millones de dólares y les quitó a los republicanos y demócratas el 19 por ciento de los votos ciudadanos.
En otro rasgo de audacia personal, pero rescató a dos empleados suyos secuestrados en Irán. Más tarde crearía un membrete dizque de partido político.
La enciclopedia electrónica lo consigna así:
“…En 1992 quiso convertirse en presidente de los Estados Unidos, se gastó 70 millones de dólares y consiguió el 19% de los votos. Se presentó nuevamente en 1996 a las elecciones en un intento de romper el bipartidismo imperante en USA. Su programa conservador en el cual llegaba a proponer que el ejército protegiera a los ciudadanos de la elevada delincuencia en las grandes ciudades logró un significativo porcentaje de votos. “Fundador del Partido de la Reforma de los Estados Unidos”.
De entonces a la fecha el independentismo ha sido un fenómeno frecuente. No lo inventó Perot, pero su ejemplo fue el más visible de todos; ya lo sabemos, el discurso empuja, pero la emulación arrastra.
En México, donde todo nos llega por contagio o por importación, el inicio de esta ola de candidaturas independientes, en cuya cresta pueden deslizarse Margarita Zavala, si fuera necesario o en caso determinado por la casualidad hasta Miguel Ángel Mancera o Rodolfo Neri Vela (sin llegar a la Luna ya vive en ella) y quien desee anotarse en esa lista entre el oportunismo y la aparente inocencia, estamos viendo el zenit de los independientes.
Debemos recordar lo ocurrido en 2005 cuando la Comisión Interamericana de los Derechos Humanos (OEA) le recomendó al Estado mexicano medidas cautelares para registrar a Jorge Castañeda como precandidato presidencial independiente. De ahí se derivaron todos los demás asuntos, pues la ya dicha corte reventó las compuertas del sistema partidario exclusivo y excluyente.
Diez años después, entre el alborozo de algunos, la cautela de otros, el desencanto de muchos y la preocupación institucional, El Bronco le ha puesto el cascabel al gato. Y detrás de su ejemplo se ha desatado una fiebre de independientes cuyo primer resultado es apenas imaginable. Todo se basa en el artículo 35 de la Constitución, cuyo texto reconoce el derecho de todo ciudadano de aspirar al voto y ejercer el sufragio. Votar y ser votado.
El cantante diría: amar y ser amado, pero no es lo mismo, según nos dijo Cuco Sánchez.
La última barrera no la derribó la intervención internacional en el abusivo estilo de la CIDH, sino la reforma electoral producida bajo su influjo y quizá hasta su impulso: la legalidad de las candidaturas independientes es un hecho irreversible e incontrovertible (ya no tiene caso discutir) y en los tiempos por venir veremos el maravilloso espectáculo de papeletas electorales con diez o quince o cien candidatos independientes.
Todo mundo podrá anotarse en la lista de las aspiraciones, con lo cual se van a enfrentar dos actitudes políticamente correctas: los independientes anularán a los “analistas” del voto, pero lograrán un fenómeno hasta ahora impredecible: la atomización del conjunto elector.
Las candidaturas independientes convertirán el voto en confeti.
¿Tiene, sin embargo, algún provecho este surgimiento de la redención ciudadana a través de las candidaturas independientes?
Lo debe tener en cuanto a la extensión del interés público en los fenómenos políticos, pero le dará oportunidad a mayores y quizá peores improvisaciones. La independencia no significa automáticamente eficacia ni moralidad a toda prueba.
Los pecados de la política existen por la condición humana, por la codicia, la toxicidad del poder, la ambición, la ruindad. No son enfermedades adquiridas por la militancia. Son circunstancias de la vida. Y contra ellas, poco se puede hacer, desde los partidos o desde la soledad aparente) de la independencia personal.

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