Por Eduardo Vázquez/
La filosofía actual es como una flor de invernadero académico —la frase es de Emilio Uranga—. Depende de nosotros que sea como esas flores humildes y resistentes que cubren las laderas y brotan de las grietas del pavimento. Para ello, debemos transformar la práctica filosófica y las instituciones ligadas a ella con la convicción de que una nueva manera de hacer filosofía es posible. La tesis central de este ensayo es que podemos hacer eso sin dejar de ser filósofos analíticos o, mejor dicho, volviendo a ser filósofos analíticos.
Guillermo Hurtado
Comúnmente en el gremio filosófico se dice que una corriente de pensamiento surge cuando las circunstancias sociales, políticas y culturales así lo demandan. Esta afirmación, lejos de la prosa que la caracteriza, es muy relevante: lo que acaece en el mundo social determina la reflexión, de eso no hay duda. Cada periodo filosófico ha intentado atender a la situación social en turno: griegos, medievales, modernos. Es decir, realidad física, religión y ciencia, respectivamente. A la par, dentro de estas tradiciones algunos sistemas de pensamiento han atendido a cuestiones relacionadas con la existencia humana y la política.
Si analizamos la idea de filosofía como práctica, la cuestión se vuelve aún más relevante: es en la práctica donde la teoría adquiere su mayor significado, lo demás sería verborrea sin sentido, paja discursiva. En filosofía tenemos una postura interesante, es decir, filosofía como práctica analítica. En terminología de Fernando Salmerón: filosofía en sentido estricto. Ésta consiste en el análisis lógico y conceptual de términos, proposiciones y argumentos. El objetivo es tener precisión en la teoría, con la finalidad de lograr una discusión fructífera, clara, precisa, elegante.
Esta idea del quehacer filosófico riguroso la tenemos desde los inicios de la postura analítica; desde los tiempos en los que Edward Moore intentaba convencer a Bertrand Russell en los pasillos de Cambridge de que era necesario hacer de la filosofía una práctica encabezada por el análisis, en lugar de seguir conservando un conjunto de teorías oscuras y repletas de confusiones lingüísticas.
El título de este escrito está formado, principalmente, por tres palabras fundamentales: viraje, práctica y filosofar. El término “viraje” apela a aquel viejo escrito de Moritz Schlick, “El viraje de la filosofía”, donde anunciaba el valor filosófico de la práctica analítica. Así como Schlick, otros integrantes del movimiento del Círculo de Viena (Carnap, Hahn, Neurath) mantenían la idea según la cual el verdadero método del filosofar no es otra cosa sino análisis de las afirmaciones, sobre todo científicas. Pero también el alcance de ese método abarcaba hasta cuestiones sociológicas, históricas y políticas. Para ellos, la herramienta de la nueva lógica moderna era necesaria para un mejor análisis. Con todo, la filosofía analítica no se reduce a la propuesta neopositivista. Podemos realizar análisis no formales, pero muy finos.
Actualmente, hay entre las críticas al punto de vista analítico una serie de prejuicios lamentables. Se piensa que ser analítico es reducir cualquier tema a la abstracción simbólica. A la par de esto, se ha llegado a afirmar que el método utilizado en esta vertiente es encontrar incongruencias en los discursos con el solo fin de destruir al interlocutor o a la persona que presenta las ideas. O en el peor de los casos, se tacha al analista asegurando que no es más que un simple recolector de falacias sin atender al contenido del discurso. La buena Analítica no es esto. Está muy lejos de serlo. Y los que sostienen estas tesis, me temo, se han quedado con la parte peyorativa y tergiversada del movimiento.
En este contexto, el Círculo Analítico de Xalapa intenta, por una parte, eliminar esta mala fama que se ha hecho popular entre muchos filósofos no analíticos. Por otro lado, el propósito fundamental de gran parte de este proyecto es emprender la práctica del análisis filosófico enfocado a temáticas extraacadémicas. No se pretende formar una filosofía de cubículo, ya hay muchas. Esto compagina muy bien con los ideales de los primeros analíticos, sobre todo con los pioneros de esta filosofía en Latinoamérica.
El sentido que esperamos sea tomado de la práctica analítica que proponemos es el que tiene pertinencia social. El método, en efecto, es el análisis, pero el objeto de estudio es cualquier problemática social, política, científica, artística, entre otras tantas que caracterizan al mundo. Desde este punto de vista, recogemos las ideas ya lejanas de los primeros analíticos tanto de Europa (Moore- Russell) como las de los padres del análisis en Latinoamérica: Carlos Alchourrón, Tomás Moro Simpson, Gregorio Klimovsky, Raúl Orayen, Luis Villoro, Alejandro Rossi, Hugo Margáin, entre otros.
Además de la idea de analítica (sentido peyorativo) detallada líneas arriba, tenemos otra concepción (sentido positivo) de esta práctica filosófica: formación y desarrollo del pensamiento crítico. Como sostendría el autor de nuestro epígrafe, la Analítica es la posibilidad para “una filosofía revolucionaria y liberadora”. Tal vez sea un poco utópico el sentido de esta afirmación, pero quizá se pueda comenzar a construir ese objetivo desde el sentido positivo de Filosofía analítica.
Comentarios