No se qué tengo en los ojos…/La ciencia desde el Macuiltépetl

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- en Opinión

Well, it’s one for the money
Two for the show
Three to get ready
Now go, cat, go

But don’t you
Step on my blue suede shoes
Well you can do anything
But stay off of my blue suede shoes

Elvis Presley: Blue Suede Shoes

-¡No sé que tengo en los ojos, que puros borregos miro!- entra gritando Mané a la cantina de su preferencia.

-Oyes, Mané, está bien que andamos medio crudos y que nos hemos de ver medio jodidos, pero eso de vernos como borregos es otra de tus jugarretas para burlarte de la distinguida concurrencia.

-Ja, ja- replica Mané, no se hagan, si yo mismito los vi hace unos días cuando pasó por el barrio el candidato dizque independiente del PRIPANMO, invitando al mitin que armó aquí en la esquina. Y clarito miré a todos ustedes, incluyendo al Profe Malacates, salir corriendo de la cantina hacia el punto donde estaban repartiendo las tortas y refrescos donde a codazos se abrieron paso para lograr el ansiado lonche para completar la escasa botana que últimamente se ofrece en este respetable antro.

Claro que mi mayor sorpresa fue ver entre la borregada al Profe, que presume de tanto conocimiento y no es capaz de darse cuenta de lo que la clase en el poder -que incluye a los partidos de todos colores y sabores- está haciendo con nuestro querido México. Lo que para mí significa que todo ese saber del que presume vale dos cacahuates, pues no le sirve para entender ni siquiera lo que está ocurriendo con el sistema educativo, en particular con la educación pública superior, siendo que labora para una de estas  instituciones.

Pero ya me da temor expresarles mis ideas con mis propias palabras, puesto que siempre me juzgan de marihuano, o de loco, pues no sé cómo se enteraron de que padezco el síndrome de Alicia en el País de las Maravillas, que consiste en sufrir esporádicos episodios en que se percibe una deformación del espacio, las cosas se ven más grandes o más pequeñas de lo que realmente son, o se miran deformadas o cambiadas de lugar y, peor aún, se sufren alucinaciones, como las llamadas esfenoides por Oliver Sacks, y hasta puede uno sentir el cuerpo mismo desubicado como sentir que el pie derecho es el izquierdo y viceversa. Sin embargo ya me acostumbré, pues no se pierde la conciencia y la sensación dura unos 15 segundos, y además ya le agarré el gusto y me divierto recontando lo que estoy experimentando, igualito que Alicia. (El lector que también crea que Mané se la pasa  inventando tarugadas, consulte en Google para convencerse que el síndrome es reconocido clínicamente entre la comunidad médica y fue ésta la que así lo denominó. (Consulte por ejemplo: http://www.neurologia.com/pdf/Web/4810/bb100520.pdf )

Sufrir este síndrome no afecta las facultades intelectuales, así que me siento capaz de intentar ilustrarlos, en esta ocasión acerca de la situación que guarda la educación superior en nuestro país, pero para anular su desconfianza hacia mis palabras recurro a las palabras del reconocido investigador Emilio Ribes pronunciadas en ocasión de recibir el Doctorado Honoris Causa que recientemente le otorgó la Universidad Autónoma de san Luis Potosí. Este especialista en psicología y educación no se anduvo por las ramas y, con autoridad y   seriedad intelectual, puso los puntos sobre las íes.

La situación de la universidad mexicana -afirmó Ribes en su discurso- no es, ni puede ser, ajena a las circunstancias configuradas por el sistema económico y político mundial. A partir de 1988 se hizo patente la uniformidad impuesta globalmente por el capitalismo como sistema único, y la instauración de la doctrina neoliberal que considera al planeta (por el momento) como un gran mercado abierto a la competencia de los emprendedores, mercado en el que todo es susceptible de convertirse en mercancía y, por consiguiente, de aumentar y acumular, sin freno en el horizonte, las ganancias de las grandes corporaciones y sus cabilderos. Al comercio e industria tradicionales, se han sumado el agotamiento y la contaminación de los recursos naturales, el aprovechamiento especulativo de los desastres naturales y los provocados, el lucro con las enfermedades y el hambre, la explotación laboral de  las migraciones humanas, la promoción de las guerras como un negocio de destrucción y reconstrucción, la especulación financiera con fondos inmobiliarios y de inversiones,  el sometimiento y modulación de la opinión pública por los medios electrónicos e informáticos, la transformación de las personas en consumidores permanentes de bienes desechables, y la privatización de la educación para integrarla al sistema meritocrático del mercado.  Se ha perdido la línea divisoria entre lo público y lo privado, de manera que las instituciones públicas se han convertido en agentes e instrumentos servidores del poder económico. Los límites entre la clase política y la clase empresarial son difusos. Los que aparentemente ejercen el servicio público actúan como cabilderos y facilitadores de negocios, recursos y riquezas de las grandes corporaciones y de los aspirantes a constituirlas. Simultáneamente, como se dice en España, entran en acción las puertas giratorias, y los políticos ingresan a las corporaciones al término de sus labores, al tiempo que son remplazados por otros servidores del capital privado en los puestos públicos. Capital y poder político constituyen la nueva simbiosis de nuestra época, en la que se borran también las diferencias entre delincuentes y aplicadores de la ley, y entre terroristas y defensores de la manoseada democracia.

La voracidad sin término del capitalismo que nos toca vivir ha corrompido en un grado nunca antes visto todas las prácticas humanas. En México, la corrupción, la simulación, el cinismo  y la impunidad, se han instalado, con un saldo trágico en todos sentidos, como forma de vida, como cultura de lo cotidiano. La gran mayoría de nuestros políticos y empresarios, sin rubor alguno, se burlan, en el día a día, de la realidad que padecemos, y al estilo de los antiguos profetas religiosos, nos repiten que vivimos o estamos a punto de vivir en el paraíso que ellos, afanosamente, con sacrificios y generosidad, contribuyen decisivamente a construir.

La educación en general, y en particular la educación superior y la investigación científica y tecnológica, son también apetecibles presas para este sistema predador. La educación básica en México nunca rompió completamente sus vínculos con la Iglesia Católica y diversos grupos culturales o económicos conservadores. La escuela privada se contempló como un complemento de la escuela pública para ampliar la cobertura educativa y que, es justo mencionarlo, en algunos casos no se persiguieron únicamente objetivos comerciales. La educación superior inició de manera acelerada su privatización a partir de 1988, no solo por la autorización incontrolada de instituciones privadas ofreciendo estudios de licenciatura y de postgrado, sino también por la adopción de criterios de planeación y administración de la educación superior pública y de la ciencia y tecnología afines a los intereses de las clases detentadoras del poder económico y político. Estas políticas fueron impulsadas por las  corporaciones financieras, industriales y comerciales nacionales e internacionales. A partir de la última década del siglo pasado se hizo patente la injerencia de organismos financieros y económicos internacionales, como la OCDE y el Banco Mundial, en la formulación de las directrices a seguir por las universidades públicas mexicanas, tanto en sus programas formativos como en los programas de investigación. Dichas políticas fueron impuestas a la educación pública a través de las secretarías de estado del gobierno federal que suministran y regulan los subsidios económicos, así como por el CONACYT y organismos aparentemente autónomos como la ANUIES. El PRODEP y sus dos ancestros, los PIFIS, la acreditación de programas, la implantación de currículos denominados flexibles en las licenciaturas,  los programas de estímulo al desempeño, y muchas otras formas de la llamada cultura de la evaluación, no constituyen iniciativas de las universidades, y ni siquiera de las instituciones gubernamentales mexicanas. Son todas ellas variantes o aplicaciones directas de “recomendaciones” de los organismos internacionales mencionados. Estas políticas han creado una “nomenklatura” administrativa de la educación superior y la investigación científica, cuya justificación  operativa ha degenerado en una compulsión permanente en cambiar formatos evaluativos y requerimientos administrativos (lo que ha sido facilitado por una de sus variaciones mutantes, los ingenieros informáticos).  Esta nueva “nomenklatura” de planeadores y administradores de la educación superior y la ciencia se ha apropiado de la organización y funcionamiento de las universidades, usurpando su gobernanza en detrimento de los auténticos criterios y modos que sustentan la vida académica y de búsqueda del conocimiento.

La vida académica y de investigación se ha convertido en patrimonio de una clase de administradores ajenos a ella y a su práctica, la que para algunos es solamente  el vestigio de un pasado remoto. De esta manera, investigadores y docentes constituyen solamente la materia prima de cálculos, controles, registros, reglamentos, planes, programas y estadísticas diversas. Los académicos son contemplados, contradictoria y simultáneamente, como gasto corriente y como gasto de inversión, para emplear la jerga economicista de los nuevos tiempos. Las universidades son vistas como empresas que forman parte de la estructura productiva del sistema y, en esa medida, toda inversión debe justificarse con base en su productividad y en la plusvalía que genera. El discurso oficial hace manifiesto que gastar en educación es invertir, y que la educación es la instancia en que se crean los recursos humanos para el sistema productivo. En este aspecto es el único en el que no hay engaño. Pero como parte que somos de la periferia del sistema capitalista, esta visión también condena a nuestras universidades a un papel periférico en la generación, transmisión y aplicación del conocimiento: solamente maquilamos y reproducimos conocimiento o sus aplicaciones.

En las universidades mexicanas, administrar es usualmente sinónimo de controlar, vigilar, desconfiar y utilizar los subsidios de manera discrecional y vertical. Algunas de nuestras instituciones de educación superior son émulas del “hermano mayor” o “gran hermano” de Orwell en “1984”, en las que se emplea el “neolenguaje” de la infinidad de siglas referidas a tipo de instituciones,  programas, presupuestos y otros más, y en las que hay multitud de instancias administrativas (algunas de ellas con disfraz académico) que funcionan como “policías del pensamiento”. La llamada cultura de la evaluación ha resultado ser un gran panóptico, como el que diseñó Jeremy Bentham para vigilar a los reclusos de una prisión en cualquier punto en el que estuvieran: se deben rendir informes permanentemente, se debe justificar cualquier solicitud o petición exhaustivamente, se deben presentar comprobantes de cualquier actividad o resultado, se puede ser auditado en sito para que ese gran ojo se cerciore del cumplimiento o incumplimiento de las tareas académicas, El académico tiene que dedicar una parte de su tiempo a cumplir tareas del proceso de evaluación y, otro, a realizar tareas para ser evaluado, de manera análoga a como los dioses condenaron a Sísifo a rodar sin cesar una roca hasta la cima de una montaña, para que esta volviera a caer por su propio peso. Albert Camus señalaba que  “[los dioses] habían pensado con alguna razón que no hay castigo más terrible que el trabajo inútil y sin esperanza”. Los nuevos dioses que rigen las universidades han convertido a un posible paraíso del conocimiento en un infierno administrativo.

Comparto y hago mías las palabras de Ribes –concluye Mané- y hago votos para que ustedes bola de borregos, pero en especial usted Profe que forma parte del claustro académico, mediten en esta situación y se sumen al movimiento en defensa de la educación pública superior organizando debates, difundiendo información, o adelantando propuestas para en algo contribuir a transformar este nuestro país tan arruinado y devastado por la predadora clase dominante.

Consideren que la educación superior es tan valiosa para todos los mexicanos, como los zapatos de gamuza azul lo fueron para Elvis.

And don’t you step on my blue suede shoes/ Well, you can do anything/ But stay off of my blue suede shoes.

(https://www.youtube.com/watch?v=T1Ond-OwgU8)

 

 

 

 

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