Entre adversidad y caminar

- en Opinión

Por: Lunacia

 Entre vientos fríos y palomas, se muestra una arquitectura colonial de colores, formas y con ciertos rastros de siglos del ayer. Con una vista al horizonte, con mujeres que se colocan en el panorama y te invitan a comer tamales, a tomar un café, champurrado, atoles y otros antojitos. La gente camina, comenzando sus actividades, mira el nuevo día que se asoma entre las montañas. La pequeña ciudad jamás duerme, solo respira unas horas por la noche y despierta lentamente. Despertamos entre el frío y las adversidades que se vive día a día en la ciudad, entre las ilusiones de gente que cree en un Dios que le acompaña para no sentirse sola e impotente, para no sentir la marginación o para imaginarse superiores y que dan bendiciones a otros, como si eso los colocara en un lugar de “ buenas personas» que sienten que un ser imaginario les ayuda desde otra realidad construida en su cabeza, al igual que sus costumbres, sus prejuicios, sus machismos y mitos sobre la vida, sobre la humanidad, son parte de la vida cotidiana.

A través de miradas, en una diversidad visible, las mujeres mestizas, étnicas, extranjeras, y las que llevan el peso de los años, caminamos solas o acompañadas con nuestras resiliencias, entre banquetas de piedras lisas, mientras dominamos el uso de tacones o mojando los pies con sandalias cuando llueve. Caminamos con nuestros afectos y malestares, nuestros sentires y pensares, entre miradas con prejuicios, racismo, discriminación y acoso.  A veces tratadas con lástima y falsas caridades de solidaridad, entre mandos patriarcales que nos dicen como “debemos vestirnos para vernos bien o presentables», discretas, “no provocadoras”, decentes, respetables, casi perfectas, reales o lo que imaginan de nosotras. Caminamos entre hipocresías, que presumen falsos valores, con personas que te hablan un día y al otro día olvidaron quién eres o que tal vez conocieron una historia falsa de ti, llena de prejuicios, te señalan por imperfecta, con morbo, sin conocerte, así pasa en este poblado lugar.

En este pueblo de marginados, adaptados, conservadores, de gente banda, doble-moralistas, prejuiciosos, religiosos, morbosos, despreciad@s, ni los obstáculos nos detienen para vivir una vida diferente o tradicional en ese mundo diverso. Una realidad que tiene poco de “amable vibra positiva” y la que tiene no es para todas las personas. Muchas mujeres caminamos, buscando bienestar propio, sin saber a dónde ir, con afectos o sin ellos. Pero se conserva la tradición, a la que muchos se adaptan con apatía, agachados, obedientes, sometidos al mando de otros, indiferentes, aguantando con alcohol, obsesiones, ansiedades, depresiones, tristezas, presiones, lamentaciones que no terminan pero que se quedan como si fuera un mecanismo de defensa.

Caminas como si fueras a caer, como si fueras a correr, a morir, a escapar de alguien que te presiona y espera tu obediente amabilidad, en esta sociedad que todo el tiempo con desprecio nos señala, nos evalúa, nos puede poner en riesgo, nos puede matar por ser mujeres. Y caminas entre esa adversidad en la que los piropos de algún hombre que te regala una paletita a cambio de unas monedas, y que da por hecho, que con decirte bonita es amable contigo, como si te hiciera un favor, y si lo ignoras con su misoginia igual te despide despreciándote por dentro, porque no respondes a su “atención”.

Al comunicarme, para pedir solidaridad ante una agresión emocional, un hombre me dijo que era muy «INTENSA» con mis palabras y actitud, porque dije unos «super rollos» y le causé molestia, le generé mucho conflicto, cansancio y apatía, eso por la forma en que «escribo», me cortó la comunicación. A una mujer profesionista, poeta, muy preparada, con actitud machista, insolidaria, también le generé malestar, ella me dijo que no era psicóloga para escucharme, me cortó la comunicación. Así, por reclamar mi derecho a un buen trato y sin violencia, me describieron como negativa, conflictiva, que digo «mucho rollo» como si ser persona que expresa racionalidad, emociones, cuestiona, piensa, habla, fuera «anormal», y lo soy según la tradición de las mujeres, pero prefiero estar consciente e informada sobre mis derechos humanos y ciudadanos, porque no estudié para seguir lo que un sistema de enseñanza quiere de mí, que me adapte a sus creencias, mitos y realidades desde un sentido de triste orfandad

Un hombre mexicano, de esos que estudian en escuelas privadas de corte religioso, admirador de sacerdotes, obispos y que se presume públicamente como defensor de los derechos humanos,  además de “ayudar” a sus compañeras de trabajo feministas, con su espiritualidad. Por preguntarle que si era racista me dijo “irrespetuosa” como si la curiosidad de una mujer fuera eso, una falta de respeto para un hombre, quizás por algún malestar emocional que su machismo no le permitió expresar, fue su respuesta, pero te explica lo que entendió desde su “mentalidad espiritual” que dice  “debes sentir culpa” por preguntar y por tu curiosidad. Eso se llama discriminación, exclusión, represión, prejuicio, juzgar, porque soy mujer libre, les incomoda, les molesta mi presencia. No soy responsable de los malestares de otras personas que tienen problemas para tratar a otras.

Otro mexicano, me dijo “pendeja” y “mentirosa” como si abusara de su solidaridad, como si tuviera que explicarle todo lo que yo hago, ni mi padre hace eso conmigo, como si yo ocultara mi vida o actuara con doble moral, como él. Amistades de años, se desaparecieron de un día para otro, me dejaron como si yo fuera un “objeto desechable” por creer-confiar que los hombres pueden “ser amigos de una mujer” y me lo mereciera.

Hombres indígenas mexicanos, me trataban como amiga, uno ya se casó y su esposa no lo deja hablar con otras mujeres “porque me madrea” dijo, me dejó de hablar, por los celos de ella. El otro, por un tiempo me mostró un buen trato de amistad, al menos eso parecía, un día dejó de hablarme y me ignoraba en la calle, al final me dijo «ni me conoces, ni te conozco, deja de joderme» por volver a preguntar de él. Construyó muchas fantasías en su cabeza. Un español me dejó de tratar, era muy religioso, y se espantaba de las mujeres que viven solas y ¡ jooder ! ¡son mexicanas!. Una mujer alemana me decía loca, me tenía miedo, porque yo no consumía drogas y no quería hacerlo para convivir con ella o sus amistades, que se alcoholizaban y terminaban peleadas para después, seguir con-bebiendo.

¿Quién no ha sentido esa soledad de no tener con quien platicar, a quien contarle tus sentimientos, lo que piensas de tus experiencias? En un pueblo donde vivir de apariencias e hipocresías, es más importante que las personas y que enfrentes un bullying de adultos.

Son los tiempos mexicanos de hoy, en los que nos desprecian, nos humillan en un medio laboral, académico, social, nos matan, nos señalan por tener vidas libres que no encajan en una tradición para las mujeres, donde la violencia es “normal”. Y nos tenemos que cuidar, de esa adversa realidad entre la “magia” de un pueblo mexicano, real.

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