La democracia y el voto

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- en Foro libre

Por Roberto Hurtado/

La democracia en México está limitada y circunscripta al oneroso ámbito electoral. Antes y después de cualquier elección, hay muy poca de ésta en casi todo lo importante que sucede en el país, desde las pequeñas unidades sociales hasta las mayores. En las familias, las escuelas, en los gobiernos, los partidos políticos, las empresas, los sindicatos, medios de comunicación, las asociaciones civiles, se adolece de participación democrática y abundan las estructuras jerárquicas, caciquiles y autoritarias. No es la costumbre histórica de los mexicanos convivir democráticamente. Así ha sido desde las teocracias prehispánicas, pasando por la monarquía absoluta de la Colonia, las dictaduras del siglo XIX y la presidencia imperial del PRI de 70 años. El autoritarismo y su contundencia siguen encantando. El país de un solo hombre sigue seduciendo a muchos.

Así, el voto electoral parece limitarse a ser un aval para el futuro gobernante de ir por la libre en el ejercicio de su función. A veces también es un examen de grado, un voto de castigo. El consecuente péndulo político de dicha reprobación es uno de los pocos mecanismos de ajuste y de escape con los que nos conformamos para aprobar o rechazar el rumbo de las políticas públicas o el desempeño de los gobernantes. Dicha evaluación, sin embargo, está irremediablemente ligada a las percepciones y a los dichos más que a los hechos.

2012

Hace seis años, durante la campaña electoral federal en México, hubo una corriente que incitaba a los votantes a anular su voto. Apoyaron el movimiento incluso personalidades de renombre como Denise Dresser. Argumentaban que ningún candidato ni ninguna plataforma política era digna de ser elegible, por tanto, la opción correcta era anular el voto. Y era mejor opción que la abstención por que así quedaría registrada su inconformidad, a diferencia de la indefinida intencionalidad de no votar. Pierre-Joseph Proudhon se hubiera deleitado.

En las postrimerías del sexenio de Calderón había motivos para el desencanto: las secuelas de la crisis económica global iniciada en el 2008 y el alza en la violencia criminal derivada del narcotráfico. El progreso y el bienestar prometidos por el gobernante PAN -en dos sexenios-, medidos a través del empleo bien remunerado y la paz y tranquilidad social, no estaban llegando. Parecía que se iban relegando. La ciudadanía ya no quería esperar.

Al final, a pesar de que el llamado por el voto nulo obtuvo casi 5% en la elección de senadores, triunfó el voto por la continuidad en el modelo económico, pero con los que contaban con mayor experiencia en el sucio arte de gobernar: volvió el PRI a los Pinos.

2018

El sexenio de Enrique Peña Nieto no logró devolver la gobernabilidad que la gente añoraba, en términos de disminución de la violencia relacionada con el crimen organizado. Incluso aumentó (en el 2011 hubo 22409 homicidios dolosos en todo el país, en el 2017 fueron 25339). El número de ejecuciones y la expansión de las actividades delictivas llegó a entidades que antes tenían aura de seguras, como el estado de Guanajuato. Hay regiones que siguen siendo ampliamente controladas y dominadas por el crimen, como en partes de Tamaulipas. Los escandalosos casos de Ayotzinapa y Tlataya son paradigmáticos de la incapacidad gubernamental en el campo judicial y de justicia.

El modelo económico, ligado irremediablemente al comercio exterior, mantuvo su crecimiento en términos macroeconómicos (medido en exportaciones: 370,914 millones de dólares en el 2012; 409,494 en el 2017), pero sin lograr mayor participación de empresas de capital y tecnología mexicana. No ha ocurrido el milagro chino o sudcoreano. No han aparecido empresas mexicanas innovadoras en el mercado de la tecnología de vanguardia; siguen siendo las mismas que comercian con “commodities” o con servicios (con contadas excepciones). El salario real en México no ha mejorado desde hace 30 años. Cabe destacar, sin embargo, que este sector -el del comercio exterior- ha estado relativamente inmune a la escandalosa corrupción que ha imperado en el sector público en este sexenio. Éste, y las remesas de los paisanos que viven en Estados Unidos, son los que mantienen a flote el sistema económico.

Entonces, al no mejorar la gobernabilidad ni los ingresos familiares y ante la rampante corrupción del sistema, el péndulo parece inclinarse hacia la candidatura de Andrés Manuel López Obrador (quien promete resolver los males nacionales a partir de inducir el combate a la corrupción con su sola presencia). Aunque todavía no son las elecciones, así lo parecen indicar las múltiples encuestas que se han aplicado durante esta larga campaña electoral. A José Antonio Meade, a pesar de su reputación de ser un funcionario público capaz y honrado, lo detiene el lastre del partido que lo postula. A Ricardo Anaya le pesa su inexperiencia al frente del gobierno y su relación con la mafia del poder; concepto inventado por AMLO que le ha dado mucha popularidad. Sin embargo, el cambio por el cambio no garantiza una mejoría. El voto de castigo será un mensaje claro de reprobación al PRI y al PAN, pero no necesariamente lograrán que la situación del país llegue a mejor puerto en los próximos años. AMLO llegaría al poder acompañado de su estilo personal de gobernar en el que se asoma el autoritarismo, la restricción de la libertad de expresión y el regreso a políticas económicas y públicas -de índole populista- que no han funcionado en el pasado ni en México ni en el mundo. Es probable, sin embargo, que un gobierno encabezado por Morena y AMLO no logren consolidarse en todos los ámbitos del poder ni puedan imponer su visión de la función pública en un sexenio, por lo que éste sería de transición. La incorporación de elementos disímiles en sus posiciones político-económicas en su equipo de campaña (como Tatiana Clouthier y Alfonso Romo vs Paco Ignacio Taibo II y Napoleón Urrutia) parecen indicar que no habría medidas radicales desde el inicio. Así, la elección trascendente que tendría efectos duraderos en las políticas públicas sería hasta el 2024. Por lo pronto, el país de un solo hombre parece estar a punto de regresar. Esperamos, de haber un sexenio encabezado por AMLO, impere la sensatez y por lo menos no se destruya lo logrado hasta ahora.

 

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