Cuestión de suerte/La ciencia desde el Macuiltépetl

- en Opinión

Angustiado por la posibilidad de no verte más, me daba por inventar pretextos con tal de no renunciar a esa espera. Elegí contar el paso de los autos para atenuar el ritmo de mi impaciencia. Esperaré todavía hasta que diez vehículos, de cualquier tipo y marca, pasen por este preciso lugar -me decía al tiempo que invocaba con inconsciente tenacidad a los caprichosos dioses del azar. Cumplida la condición y el indeseable plazo, me empeñaba en buscar variantes que prolongaran el ya inútil acecho. Decidí entonces contar sólo autos compactos, después sólo autobuses de la ruta 3. Pero una y otra vez la ley de los eventos raros se manifestaba con singular intransigencia. Sin darme por vencido, se me ocurrió marcar el fin de la espera con un evento sumamente improbable: el paso de un Mercedes Benz negro por la esquina de aquel solitario barrio. Al poco rato, dando vuelta lentamente a la esquina, lo improbable -que no imposible- se produjo: apareció el Mercedes. En esa noche de quimeras, las probabilidades estuvieron de plano en mi contra. No llegaste antes que el  Mercedes, o tal vez arribaste al lugar de la cita con diez horas de retraso. Me marché y, en ese instante, se bifurcó el sendero de mi destino.

Hoy intuyo que el azar no existe. La cita incumplida era necesaria, una exigencia del karma. El karma es la ruleta de la vida, un juego con reglas precisas, pero desconocidas, para el jugador; un juego despiadado en el que el jugador apuesta contra sí mismo; un juego en el que, al final, no hay pérdida ni ganancia; un juego de suma cero. El azar sólo encubre nuestra extensa ignorancia de los designios divinos. En este punto de mi vida, al escribir estas líneas, llega a su término una de las ramas del caótico árbol de mi existencia y, a la vez, nace el brote que se abrirá a una multitud de bifurcados caminos

La lotería, todo el mundo sabe, es un juego de suma cero: alguien gana lo que otras pierden. Si en la lotería juegan cincuenta mil números distintos, la probabilidad de ganar el premio mayor si compro uno de los números, es de 1/ 150,000. = 0.00002; si apuesto a dos números distintos, esta insignificante probabilidad se incrementa a 0.00004. Si juego en cien sorteos la probabilidad de ganar el premio mayor una vez es 0.001996 y la probabilidad de no ganarlo en ninguno de los cien, es 0.9980. Esto significa, para fines prácticos, que la probabilidad de ganar el premio mayor es cero y la pérdida casi segura. Y sin embargo, en cada sorteo hay un ganador, un afortunado vencedor.

En el karma de la vida compro un boleto cada día, cada minuto; apuesto a mí mismo, si hoy pierdo, mañana gano. Si ayer gané mucho, tal vez perderé por varios días seguidos. Para el sorteo del martes compré dos cachitos de la lotería nacional. Con las probabilidades indicadas, mi ganancia esperada es de -4.80 (menos cuatro pesos con ochenta centavos); es decir, que si juego por un tiempo infinito acabaré perdiendo.

En el karma de la vida, al final no habré perdido ni ganado; mis penitencias igualarán la magnitud de mis pecados; no habrá adeudo pendiente y, en caso de haberlo, tendrá que reencarnar una y otra vez -en forma de ave o como animal marino, tal vez- hasta saldar la cuenta. El número cero es, en cierta forma, un símbolo abstracto del karma.

Reflexionar para comprender lo que se ve y lo que no se ve.

 

 

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