UNAM: Piden seguridad y los reprimen

- en Opinión

El Colegio de Ciencias y Humanidades (CCH) Azcapotzalco ha tenido, de manera recurrente, como el de Aragón, problemas de corrupción, inseguridad y ausencia de profesores para los alumnos.

En los hechos han sido tratados como instancia de segunda en la atención de las autoridades de la UNAM. Primero, el 27 de agosto pasado alumnos tomaron las instalaciones administrativas del CCH Azcapotzalco para pedir la renuncia de la Directora María Guadalupe Márquez Cárdenas. La presión y los yerros de la directora hicieron que Márquez Cárdenas saliera del cargo.

Las autoridades de la UNAM creyeron que con esa medida terminarían los problemas y no fue así.

Las condiciones siguieron siendo las mismas. El 30 de agosto asumió como encargado Benjamín Barajas Sánchez. Un día después volvió a cambiar de director ahora Andrés Francisco Palacios Meza como si se tratara de un trato de vodevil: como se dice una cosa se dice otra.

El lunes pasado estudiantes del CCH Azcapotzalco llegaron al hartazgo: inseguridad, privación de la vida de una alumna en extrañas condiciones, desinterés de las autoridades centrales de la UNAM para dar un trato igualitario a todas sus unidades. Y marcharon a la Rectoría de la UNAM donde en la lógica del absurdo se quiso apagar el fuego con más fuego: los denominados “porros” dejaron en estado grave a dos alumnos y 14 heridos.

No hay elementos hasta el momento para señalar que esos ataques provinieran de la Rectoría de la UNAM. Pero sí hay claros indicios de omisión de la autoridad que se quedó viendo desde la barrera lo que pasaba sin hacer nada, sin impedir la entrada a los porros o detenerlos después de la agresión que sería lo que debió haber procedido frente a actos en flagrancia.

El rector Enrique Graue no es responsable de lo que hizo sino de lo que no hizo: garantizar la seguridad en Ciudad Universitaria frente a estudiantes que- es muy importante decirlo- se manifestaron pacíficamente en la Rectoría en un acto de desesperación.

Hoy la Universidad “reprueba” los ataques, “expulsa” a algunos “porros”, pero no explica porqué no actuó antes a través de su secretaría de atención a la comunidad de la que depende la dirección de prevención y protección civil. No previeron nada ¿o sí? Y por supuesto no garantizaron la protección civil.

El grave problema es que en la lógica de la impunidad las autoridades de la UNAM echan culpas a todas partes y señalan teorías conspiratorias de desestabilización, pero callan – y eso es preocupante- que la propia legislación universitaria tiene los supuestos y las instituciones para haber actuado y evitado este lamentabilísimo ataque, falló y ganó la impunidad porque ahora resulta que nadie es responsable de nada dentro de la UNAM.

Esta inacción interna que lastima el estado de derecho dentro de Ciudad Universitaria es un mensaje que preocupa. Pretextos sobran, pero se advierte la ausencia de la menor voluntad de sancionar con toda la fuerza de la ley a quienes dejaron por omisión o por acción que sucediera ese acto repudiable, que lo sería en cualquier parte, pero en la UNAM donde – se supone- se enarbolan valores de tolerancia y libertad de expresión, que hoy son palabras retóricas vacías de contenido, es inconcebible. Y quedarse callado ante esta infamia es ser cómplice de lo que ha pasado.

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