El ex cuarto de Angélica Rivera en los Pinos mide cien metros cuadrados, vivió con extravagancia y lujo excesivo

México.- El jalisciense Rogaciano Javier Meza cree que hubo de todo: Pactos inconfesables, pagos ocultos, traiciones, despilfarro, alcohol, joyas, caballos, fiestas; pero en realidad, ¿cómo era el cuarto de la ex primera dama Angélica Rivera?

«Aquí hubo demasiada extravagancia, la recámara presidencial mide cien metros cuadrados. Ahí cabe toda mi familia, hasta mi coche», dice.

Desde hace ocho días, cuando la residencia de Los Pinos se abrió después de 83 años, muchos mexicanos llegan con temor. Entran como se ingresa al territorio de un enemigo que se ha ido en retirada. Su imaginación no alcanza. «Le venía diciendo a mi esposo: ‘Quién sabe qué habrá pasado por acá’, se siente algo, no sé, pero se siente algo raro'», comenta Lidia Martínez. «El ambiente es muy pesado», coincide su marido.

Los dos están sentados en uno de los jardines que hasta hace una semana cuidaban 18 elementos del Estado Mayor Presidencial. Grandes peces de colores se mueven en el fondo de un estanque, mientras ellos mastican gajos de naranja. Ante su vista: 127 mil 951 metros cuadrados, un lugar donde Lázaro Cárdenas reunía cada año a 30 niños pobres de una escuela para que su primogénito, Cuauhtémoc, se diera baños de pueblo.

La mayor parte de lo que ahí ocurrió seguirá en secreto, pero hay algunas cosas que se filtran. Entre 1947 y 1952, el Presidente Miguel Alemán Valdés ordenó construir una residencia de 5 mil metros cuadrados, con dos niveles y el sótano, que llevaría su nombre. En la entrada, dos esculturas helénicas de mármol blanco de Carrara: copias de la Venus de Milo y Venus de Médici, que hoy, tras las remodelaciones sexenales, ya no existen.

En la entrada está el escudo mexicano, donde en agosto pasado se retrató el tatuador Jon Boy, conocido por cobrar mil dólares por hora. Había ido a tatuar a las hijastras del Presidente Peña. Ahí mismo inicia una rampa ovalada, hoy flanqueada por las esculturas de 14 ex mandatarios, pero que mandó construir Gustavo Díaz Ordaz como pista para que sus hijos condujeran sus go-carts.

En el sótano también está la sala de cine y, arriba, la glorieta donde se detuvo Henry Kissinger. La sala con el cuadro de Nishizawa, donde Carlos Salinas ratificó a Colosio: «No se hagan bolas, Colosio es el candidato».

La casa esta vacía. De los 47 mil 824 objetos, incluidas 163 obras de arte, inventariados en 18 inmuebles, ya no queda nada.

Cada presidente remodelaba la casa. Fox gastó 56 millones, pero las cabañas donde vivió todavía no se pueden visitar, ni la cancha de tenis cubierta. Lo que se puede recorrer es la Miguel Alemán.

«Esta su cocina», dicen en el espacio que era atendido por dos cocineros.

Van oliendo el aroma dulce de la madera fina de la biblioteca. Caminan por las recámaras. La suite presidencial quizá mida 100 metros cuadrados. Hay más de 40 controles en las paredes. De reconocimiento ocular. De luminosidad. Las ventanas tienen doble grosor de vidrio, control de temperatura.

«La gente cree que vivir en Los Pinos es vivir nada más gozando, pero no es así, hay momentos difíciles cuando no se pueden hacer más cosas por nuestro país, también todos los días a las cinco se oye el clarín de Diana para levantar a los guardias presidenciales y, en ocasiones, el rugir de los leones de Chapultepec», dijo la esposa de Miguel de la Madrid.

Los visitantes acercan la oreja a las ventanas y lo comprueban: Desde adentro de lo que fue la residencia presidencial tampoco se oye el rumor de afuera.

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