En Roma la mayoría de los escenarios fueron reconstruídos a partir de la memoria de Cuarón: diseñador

Madrid, 30 enero (EFE).- Poner en pie una película como Roma ha sido una labor complicada y muy delicada porque recrea la memoria de su director, Alfonso Cuarón, y también “titánica” por la cantidad de escenarios que tuvieron que construir, incluida la famosa avenida de Insurgentes de la capital mexicana.

Partiendo de los recuerdos de Cuarón, todo el equipo técnico se puso a disposición del realizador para escucharle porque fue a partir de su relato que se construyó una película que ha conquistado al mundo entero, llegará a los Óscar con 10 nominaciones y es la gran favorita a hacerse este sábado con el Goya a mejor película iberoamericana.

Se enfrentará por el Goya a la uruguaya La noche de 12 años, de Álvaro Brechner; la chilena Los perros, de Marcela Said, y la argentina El ángel, de Luis Ortega, tres “grandes películas iberoamericanas” en palabras de Eugenio Caballero, nominado al Óscar por el diseño de Producción de Roma junto a Bárbara Enríquez.

Un éxito que es producto de un gran esfuerzo colectivo, como resalta a Efe Caballero, que reveló cómo había un “guion muy bien escrito” por Cuarón, que sin embargo no quiso compartir con el equipo, ni siquiera con los actores.

Así que el trabajo empezó con larguísimas conversaciones para, a través de lo que Cuarón recordaba de su infancia, determinar los temas que quería explorar en la película.

Fue la suma de los pequeños detalles lo que permitió poner en marcha el proyecto y determinar por ejemplo que había que construir un decorado de la avenida de Insurgentes desde cero.

En esas horas de conversación Cuarón contaba a su equipo “cómo eran los espacios en los que se iba a desarrollar la película” y qué elementos le importaban.

Empezamos hablando de qué había en la mesa a la hora de cenar o cuál era su juguete preferido, el aroma que despertaba un puesto ambulante que había en la esquina de su casa, qué revistas eran las que él leía en el kiosko…” recuerda Caballero.

Y cuando terminaron aquellas conversaciones, ya tenían todos los detalles y se dieron cuenta de que aunque “originalmente una de las primeras premisas es que se rodara lo mas posible en los lugares donde pasaron las cosas”, era algo imposible.

Sí rodaron en algunos escenarios reales pero la mayoría fueron reconstruidos sobre la memoria de Cuarón, como la casa, el principal escenario de la historia, que se situó en un vivienda similar que encontraron cuando estaba a punto de ser derruida.

Ahora ya es un edificio moderno de 12 plantas, pero con una profunda intervención lograron que fuera el hogar que recordaba el realizador y donde se desarrolló su infancia, tal y como muestra una película brillantemente interpretada por un amplio elenco encabezado por Yalitza Aparicio, como la criada Cleo y Marina de Tavira, como la madre -ambas nominadas al Óscar-.

Una mayoría de intérpretes noveles dieron vida a la familia de Cuarón en una historia que se rodó en orden cronológico y sin que los actores supieran hacia donde iban sus personajes.

“Alfonso creaba un caos entre ellos entre toma y toma, les daba instrucciones juntos y por separado y se contradecía para lograr reacciones más naturales”, explica Caballero, que considera que Roma fue un reto continuo para todo el equipo.

“Para mí -dijo- este proceso fue de mucho aprendizaje, fue muy nuevo. Nunca había hecho una película en blanco y negro y con un tono que buscábamos que no fuera de gran contraste, sino que pareciera moderno, y hecho en cámara digital”.
Eso requirió “un análisis profundo de color en cada decisión”, relata Caballero, ganador de un Óscar por la dirección artística de El laberinto del fauno junto a Pilar Revuelta.

Dos películas muy diferentes, cada una con sus dificultades, y dos ejemplos de la potencia y el éxito de los cineastas mexicanos, algo que no cree que sea producto de una fórmula.

Es más bien la mentalidad mexicana “de ayudarse los unos a los otros” y de haber crecido Cuarón, Guillermo del Toro y Alejandro González Iñárritu, en una época en la que hacer películas en México era “casi un acto de fe y de testarudez”.

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