En defensa de la ciencia: ¿Vale la pena responder preguntas?

Estudiantes de Ciencias Agrarias de la UV en trabajos de Tlaltetela
- en Foro libre

Por Guiomar Melgar Lalanne/

Si siguen recortando la ciencia, la Tierra volverá a ser plana

Leído en Internet

Los y las científicas hacemos preguntas. Jane Goodall afirma que esa habilidad nos hace humanos. Hacer preguntas es barato, lo que es realmente caro es responderlas. De cada pregunta surgen otras nuevas, en una espiral infinita de conocimiento. Cada respuesta que obtenemos plantea nuevas interrogantes y, a veces, desmonta las creencias anteriores cambiando nuestra forma de mirar el mundo. Eso le sucedió a Darwin cuando observó la evolución de las especies y a Mario Molina cuando descubrió el agujero de la capa de ozono y sus consecuencias. Lamentablemente, todavía existen muchas personas que ponen en dudas ambos hechos. Por eso, no solo tenemos la obligación de hacer ciencia, también tenemos la obligación de que llegue a todas las personas en todos los rincones. Algo para lo que también se requieren recursos.

En la ciencia buscamos las respuestas a través del método científico, que consiste en la observación sistemática, la medición, la experimentación, y la formulación, el análisis y la modificación de las hipótesis iniciales. Requiere también de un gran sentido de la ética, de evitar los sesgos y las manipulaciones. Y en ocasiones, de valentía, porque hay que decir lo que se observa, no lo que se quisiera ver. Para hacer todo esto, se requiere de tiempo, de capital humano y de recursos económicos, es decir: dinero.

La realidad de la ciencia nos exige resultados a corto plazo. Hay que publicar al menos un artículo indexado al año para mantenerse en el Sistema Nacional de Investigadores. Para algunos compañeros de la pertenencia a ese sistema depende directamente su plaza laboral generando todavía más premura y más angustia dicha publicación. Se limitan así investigaciones que es necesario trocear en partes para publicar castigando la idea del “todo” que los investigadores tienen en mente y desean explicar. Es el famoso “publish or perish” (publica o perece) que nos persigue.

Leer y publicar ciencia es costoso. Una gran parte del presupuesto de la ciencia en el país se destina a que científicos y estudiantes tengamos acceso a publicaciones científicas. Leer no es gratis y publicar, muchas veces, tampoco. El precio de publicar en muchas revistas indexadas supera los 2,000 USD. Además, ciertas editoriales exigen un certificado de revisión de inglés, que, sumado a la traducción muchas veces necesaria, puede costar el mismo dinero…

El capital humano está formado fundamentalmente por jóvenes estudiantes en formación y un pequeño (comparativamente) número de investigadores. Los estudiantes requieren recursos económicos que les permitan cubrir sus necesidades básicas mientras realizan sus actividades de formación e investigación, altamente demandantes de tiempo (una beca). Además de sus gastos corrientes (comida, habitación, trasporte, salud, …) se enfrentan a numerosos desplazamientos para realizar experimentos o salidas a campo, que no siempre están subvencionados. A veces, incluso compran ellos mismos algunos de los reactivos y materiales que requieren para cumplir sus tiempos establecidos o se pagan la asistencia a cursos y congresos que complementan su formación.

Los recortes a la investigación son una queja constante desde que tengo memoria. No es nuevo en este sexenio. Los reactivos químicos son altamente especializados, casi todos de importación y fabricados por muy pocas empresas. Por ello, procuramos equivocarnos poco, que los experimentos salgan a la primera y así optimizar recursos. También se reúsan materiales que en otros lugares consideran desechables como las puntas de plástico, los tubos de centrífuga y las placas de Petri. Esto ahorra dinero, pero hace que el tiempo destinado a la investigación se vea reducido o que se tengan que dedicar más horas a la investigación (que es lo que sucede en la práctica).

Los equipos que utiliza la investigación son especializados y costosos tanto en su compra como en su mantenimiento. Si el centro de investigación no se encuentra en una gran ciudad conseguir que un técnico especializado se convierte en una odisea, y, evidentemente, el precio del servicio es mayor. Para colmo, al igual que pasa con los celulares y las computadoras, las prestaciones que brinda un tipo de equipo avanzan rápidamente en el mercado por lo que las versiones se vuelven rápidamente obsoletas, se dejan de encontrar refracciones y mantenimiento quedando inservibles en la práctica. Existen todavía muchos equipos de laboratorio funcionales que usan como sistema operativo el Windows XP, son obsoletos, pero funcionan.

Los y las científicas queremos construir futuro. Las dificultades no nos amedrentan y las solucionamos con largas jornadas laborales, sacrificando vacaciones, fines de semana y vida familiar. Todos tenemos anécdotas al respecto: artículos enviados el día de Navidad; compañeras que inician tareas de parto trabajando en el laboratorio; videoconferencias a media noche siguiendo el horario de Australia, hijos correteando por los laboratorios los fines de semana…

¿Recuerdan el proverbio que dice que es mejor enseñar a pescar a la gente que dar pescados? La ciencia construye la caña de pescar: inventa nuevas cañas para pescar mejor, determina cuándo hay que pescar y cuándo hay que poner periodos de veda para mantener el ecosistema, revisa la calidad de las aguas, previene la toxicidad de los pescados, enseña como deben conservarse y cómo es mejor cocinarlos, … Garantiza que tengamos buenos peces y que las próximas generaciones los sigan teniendo. Al hacerlo construimos un mejor futuro para todos y también construimos soberanía porque damos nuestras propias respuestas, adaptadas a nuestro ambiente, a nuestra gente, a nuestros recursos, a nuestra cultura.

La mayoría de los científicos y las científicas estamos lejos de ser villanos y superhéroes. Tampoco somos corruptos. Nuestras acciones son más cotidianas y menos espectaculares. Los y las investigadores que conozco, los que hacemos ciencia en huaraches, ponen su granito de arena con serias dificultades económicas. Esa ciencia requiere recursos. Diseña estrategias para enseñar a los manipuladores de alimentos de las fonditas a lavarse las manos para que no nos enfermemos; desarrolla brazos robóticos para niños de escasos recursos; recuperan el conocimiento ancestral de las plantas y hongos medicinales en busca de soluciones a nuevas y viejas enfermedades; evidencian las violencias y sus causas; generan estrategias para mantener los arrecifes; denuncian los daños del consumo de edulcorantes, construyen metodologías para el diagnóstico temprano de enfermedades olvidadas, …

La ciencia la financiamos entre todos: las financiadoras públicas estatales y federales (como Conacyt), nuestros centros de investigación y universidades. En fin, los ciudadanos a través de los impuestos. Por eso la ciencia es nuestra, de todos y cada uno de nosotros y a todos pertenecen sus logros.

La ciencia, la gran ciencia y la pequeña ciencia, responde las preguntas que todos nos hacemos, busca soluciones que mejoran nuestra vida y la del planeta. Para hacerlo necesitamos tiempo y dinero. ¿Vale la pena seguir respondiendo preguntas? ¿Vale la pena construir el futuro? De las respuestas que demos como país dependerá nuestro futuro.

 

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