Por Andrés Felipe Romero Briceño*/ Desde Colombia
VIERNES OSCURO
– ¡Gloria a Dios en el cielo!
– ¡Y en la tierra pasan los hombres que aman al señor…!
– ¡Señor Dios, cordero de Dios…!
– ¡Ten piedad de nosotros!
Aquellos ventanales con símbolos cristianos reflejados en el suelo gris y firme, embellecen el estrecho pasillo donde la cruz pasa lentamente, parece volar por los aires. Los cantos gregorianos retumban en el inmenso templo, todos los peregrinos arrodillados lloran y oran, es la muerte, es el sacrificio de un inocente por la culpa de todos nuestros pecados.
Aquella mañana de viernes santo mi padre se disponía a bajar al pueblo, todos los años desde que tengo memoria la semana mayor ha sido parte de nuestra familia. Eran las 7:00am y como todos los días me ponía mis botas de caucho, tomaba la cantina, me colocaba la vieja ruana del abuelo, un sombrero de paja de mi padre y caminaba sin parar hasta las lejanas llanuras de la tía Imelda. Todo el camino era en piedra acompañado de un profundo y fuerte respirar del viento, el cual dirigía mis cortos y acelerados pasos por aquel sendero de conversión.
Mi familia tenía un enorme pasado. El 23 de enero de 1903 nació en este mismo pueblo mi abuelo, Don Jeremías Ocampos. Era un señor de mucho saber campesino, sus tierras eran envidiadas por todos sus vecinos gracias a la enorme productibilidad que aquellos suelos le brindaban. Fue un líder innato, constituyó la primera organización campesina liberal de la zona en apoyo al reconocido líder popular Jorge Eliécer Gaitán. Con su muerte y los acontecimientos del 9 de abril de 1948 la situación en el campo empeoró, grupos campesinos cansados de aquel bipartidismo holocaustico decidieron coger las armas e iniciar una guerra santa por lo que no tuvieron y tanto deseaban.
El viejo y sabio Jeremías decidió alejarse de la política, pues primero estaba su familia y su vida. Mi padre creció en esos tiempos de conflicto, tiempos oscuros donde las guerrillas, paramilitares, hasta el mismo gobierno desataban un conflicto armado casi a escala de la II Guerra Mundial.
Eugenio Ocampos Machota, así se llamaba mi padre. Fue un joven imperativo según mi abuela Carmiña, era muy bueno en la escuela y para el trabajo en la tierra se esmeraba y demostraba sus genes de líder. Cuando nací, mi padre ya era un reconocido activista social del pueblo, siguió los mismos pasos de mi abuelo. La barbarie seguía destruyendo familias, las tierras llenas de hermosos cultivos de papa, maíz, yuca, cebolla y otras legumbres, fueron remplazadas casi en su totalidad por los nacientes e ilegales cultivos de coca.
Mi tío Lucas Ocampos era un hombre de familia, devoto a la Señora del Carmen y un gran campesino digno de admiración y respeto. Fue asesinado junto a toda su familia en la espantosa masacre de El Salado ocurrido entre el 16 y 22 de febrero del 2000. Esto marco a mi padre, la pérdida de su único hermano hizo crecer en él una culpa por no defender los derechos de su gente.
Para remediar esta trágica realidad mi padre comenzó a organizar a la comunidad, con la ayuda del gobierno local, denunciaba y exigía al poder central mayores garantías y oportunidades en aquel olvidado e inhóspito paraje entre montañas. La violencia tomaba cada vez más vidas, Doña Clara la vecina de toda la vida tuvo que abandonar su viejo rancho días después que su único nieto fuera asesinado por grupos paramilitares. Todos éramos guerrilleros para esa organización armada.
El sacerdote Pedro, provinciano de algún pueblo de la costa fue desaparecido por los entonces grupos del narcotráfico que comenzaban a ganar territorio por todo el país. La niña Guadalupe y su madre Elena fueron violadas y cruelmente asesinadas aparentemente por oficiales del ejército nacional de Colombia. ¿Su deber no era protegerlas?
Cuando se firmó el acuerdo de paz alcanzado por el entonces gobierno del expresidente Juan Manuel Santos y las FARC el 26 de septiembre del 2016, la esperanza nuevamente surgía entre la cumbre espesa del miedo y la ira. Fue entonces cuando mi padre empezó a ser amenazado por sujetos externos a la comunidad.
– ¡Oh glorioso San Miguel! ¡Príncipe de los ángeles fieles al señor!
– ¡Se nuestro defensor ante el enemigo!
– ¡Ayúdanos a salir victoriosos de sus ataques…!
Desde aquel día en adelante mi asustada madre arrodillada en aquel piso de granito, repetía con fuerza y devoción la oración de protección de San Miguel Arcángel, con el único fin de que a mi padre no le sucediera nada malo. Pasaron los meses y mi padre dirigía una pequeña organización que ayudaba a las familias vulnerables por el conflicto, además seguía denunciando públicamente el incumplimiento de los acuerdos y la violencia que aun caminaba libre por las calles de la urbe macondiana.
Mi tía Imelda, la hermana mayor de mi hermosa madre aquel viernes 19 de abril del 2019, me ayudó a ordeñar rápidamente las ocho vacas. Cargando la cantina llena de leche en el burro que allí reposaba, me dispuse regresar rápidamente a casa.
– ¡Pumm!
La primera campana a sonado.
– ¡Pumm!
La segunda campana ya sonó.
– ¡Pumm!
La tercera y última campana anunciaba el comienzo de la procesión. Llegué a casa y desmonté el burro, lo amarré al bebedero y me fue al baño. El agua estaba fría, pues la ducha eléctrica ya no servía, me cambié a toda marcha, me persigné y me dirigí a bajar al pueblo al encuentro de mis padres. Llegaba por la destapada de la panadería de Don Chucho, cuando a lo lejos la multitud de peregrinos de luto abrían un camino por el cual la sagrada cruz llevada a cuestas por veinte hombres se abría paso lentamente. Al frente del grupo se encontraba mi padre tocando devotamente la matraca.
– ¡Traca, traca, traca, traca!
De atrás de la multitud un hombre con la cabeza cubierta por un trapo negro, desenvuelve de su saco una pistola y sin pena ni gloria dispara tres veces. Mi padre me mira fijamente a lo lejos y se derrumba ante la cruz. Tres campanazos, tres tiros, la historia ya estaba escrita, un inocente moría por los pecados de otros cayendo sobre él la pesada cruz de la discordia y la barbarie. Viernes de luto ya no solo por el hijo de Dios, sino ahora también por mi padre.
En memoria de los más de 534 líderes y lideresas asesinados en los últimos 4 años.
Esta Crónica es una pieza literaria que forma parte de una investigación periodística desarrollada con una metodología cualitativa, donde el análisis de documentos oficiales ofrecidos por diferentes organizaciones ciudadanas, internacionales y estatales: (Redepaz) Red Nacional de Iniciativas Ciudadanas por la Paz y contra la Guerra, (UNP) La Unidad Nacional de Protección, (ONU) Organización de las Naciones Unidas, (INDEPAZ) Instituto de estudios sobre paz y desarrollo, Cumbre Agraria Campesina Étnica y Popular, La Procuraduría General de la Nación en Colombia y otras más, permitieron un mayor rango de estudio.
Esta investigación periodística cuenta con la recolección de diferentes testimonios de líderes sociales nivel local y nacional, con el fin de darle una base social donde estas historias de diferentes sujetos históricos permitan direccionar de una manera más técnica el proyecto investigativo. Presenta un complemento referencial: (Reyes, Alejandro. La reforma rural para la paz. Colombia: Debate. 2016. 166) Este libro nos presenta un análisis sobre el acuerdo de la reforma rural discutido en los diálogos de paz en la Habana. Esto ayudara a la profundización de los temas más difíciles a la hora de entender el conflicto armado en Colombia. En los últimos años una de las principales causas de asesinatos a Líderes Sociales ha sido la restitución de tierras, por lo cual es necesario entender como esto puede perpetuar un conflicto armado. (Lara, Patricia. Adiós a la guerra. Bogotá: Planeta. 2018. 152) Este libro nos narra la historia de violencia que por años Colombia ha tenido que vivir. Además, presenta testimonios de víctimas reales y como es el proceso de desmovilización de las guerrillas. Esto será de utilidad en momento de analizar los diferentes momentos de la violencia en Colombia, sus actores sociales (víctimas y victimarios) y como el proceso de desmovilización se desarrolla en un momento tan coyuntural para la paz de un país.
Esta investigación periodística se enfoca en estudiar las diferentes etapas del conflicto armado en Colombia, los procesos de desmovilización de las guerrillas y los actores sociales dentro del conflicto armado, ya que en los últimos años se ha presentado un aumento considerable en el número de asesinatos a líderes sociales en los diferentes departamentos del país. Así, el presente proyecto investigativo busca entender y profundizar las causas y consecuencias que este fenómeno social trae consigo mismo.
Esta investigación es llevada a cabo por el estudiante Andres Felipe Romero Briceño actual estudiante en curso de la Universidad Central y dirigido por Elsy Rosas Crespo profesional en Estudios Literarios de la Universidad Nacional de Colombia. Magister en Literatura Hispanoamericana del Instituto Caro y Cuervo. Actualmente se desempeña como docente en la Universidad Central y en la Universidad Pedagógica Nacional.
- El autor es estudiante de comunicación social y periodismo de la universidad Central de Colombia.
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