Tiempo de contagios

2020 está quedando en la memoria como un período de sorpresa, inmovilidad, e incertidumbre. El último día de 2019, cuando festejábamos la clásica reunión familiar y hacíamos votos porque los buenos deseos se cumplieran pronto, en Wuhan, China, surgían noticias alarmantes que tienen hoy al mundo en vilo. En esa fecha, la Organización Mundial de la Salud confirmaba que una nueva clase de coronavirus causaba estragos en Wuhan. El riesgo anunciado era que el agente infeccioso, cuyo nombre técnico es SARS-CoV-2, podría ser dispersado por viajeros; sólo era cuestión de tiempo para que ocurrieran manifestaciones globales de la enfermedad, hoy conocida como Covid-19.

El primer caso en el país ocurrió el 28 de febrero. Desde entonces, las autoridades federales decidieron reconocer al Consejo de Salubridad General (CSG) como el ente directivo y coordinador de las acciones tendientes a confrontar la amenaza. El posicionamiento del Consejo fue claro: se desconocen las dimensiones del daño que puede ocasionar SARS-CoV-2, no hay medicamento reconocido para combatirle, y nadie está preparado para confrontarle con expectativa de éxito en el corto plazo. Por lo tanto, habrá que prepararse para una larga estadía del agente infeccioso y lamentar la pérdida de innumerables vidas humanas.

Luego de cuatro meses de vivir con el enemigo, sin que aún exista cura, el planeta sigue intranquilo. En México, rebasamos las 27 mil defunciones por Covid-19. En este periplo, amplios sectores de la población permanecen en casa, acatando disposiciones del CSG; aunque muchos más no tienen esa posibilidad, porque si no salen no tienen los medios de subsistencia suficientes.

A muchos invade la incertidumbre sobre el retorno a la regularidad, acerca del cómo hacer para evitar contagios en los espacios de trabajo o donde se desarrollen otras actividades, y asalta la inquietud por no saber si nuestras interacciones sociales volverán a ser como antes. Hoy, nadie tiene la garantía de no contagiarse; por ello, los gobiernos del mundo con sus equipos de científicos trabajan a marchas forzadas para conseguir la cura.

La exasperación que causa el confinamiento y el miedo al contagio han hecho mala mezcla con las directivas de algunos gobiernos, que han pretendido imponer un supuesto orden para evitar mayor propagación de la epidemia. Esa amalgama de sentimientos sociales y actitudes autoritarias detona reacciones deleznables. Ejemplos sobran. Ahí están esos policías de Ixtlahuacán de los Membrillos, Jalisco, que aprehendieron y asesinaron a Giovanni López bajo el argumento que no llevaba puesto el cubre-boca. Cabe preguntar si esto hubiese ocurrido en caso que Giovanni hubiese sido un joven de clase acomodada y no un albañil. Y ¿cómo olvidar las vejaciones que trabajadores de la salud han sufrido (escupitajos, baños de cloro, golpes, asesinatos inclusive) a manos de sujetos irracionales que alegan temor a ser infectados?

En el extremo, la efervescencia trasciende al coronavirus y se manifiesta en otros contagios. Tal parece que hay quien cree correr el riesgo de “infectarse” con el color de piel o la condición socioeconómica de otros, y justifica su actitud racista y clasista en que esos “diferentes” o acaso “inferiores” amenazan su statu quo. Ejemplos de esta otra pandemia abundan en diferentes latitudes; y acá no es la excepción. Perlas recientes son las de impresentables como Jorge Castañeda, Gabriel Quadri, Chumel Torres, o Kenia López. Pero la cosa no para ahí; el rechazo a lo diferente se exacerba de cara a un contexto de transformación política: el sector de vida acomodada ve como enemigo a un régimen diferente que procura a los desfavorecidos. Es lamentable saber que por fobias políticas, haya quien cuestione por qué fracasó el intento de asesinato de Omar García, secretario de seguridad de la ciudad de México, desee que ocurran más muertes por Covid-19, o haga mofa de desastres naturales que causan pérdidas humanas, como el reciente sismo del martes 23.

De cara a la “nueva normalidad”, hace falta una reflexión seria sobre qué es lo que deseamos, podemos, y queremos hacer cada uno de nosotros para que ese colectivo llamado México tenga visos de viabilidad y mejor convivencia. La reflexión vale la pena.

Comentarios

¡Síguenos!

A %d blogueros les gusta esto: