Hoy desperté con ganas de vivir tras superar el Covid19

- en Opinión

Sí, lo viví, lo padecí. Muy pocos lo saben.

Hoy es necesario abrirme y contarlo.

Tengo la responsabilidad de escribirlo como profesional y como ser humano.

Y debo hacerlo porque a estas alturas, hay quienes aún, no lo creen.

El virus del COVID-19 entró en mi organismo. No supe cuándo, ni dónde, ni cómo.

Me ocurrió a pesar de usar cubrebocas, guantes, gel antibacterial y guardar la sana distancia.

El virus puede estar en todos lados, vivir en muchos lugares inimaginables y moverse de manera invisible.

Es posible que esté en un billete, en una moneda, en una manija, en un roce, en un saludo, en una superficie, en un asiento, incluso en una plática.

Solemos pensar que lo que no vemos no existe, es la filosofía errónea de la mayor parte de la población.

Pero les tengo una noticia, el aire no lo vemos, pero mueve las ramas de los árboles, el oxígeno no lo vemos, pero nos permite respirar.

El virus es una amenaza tanto para niños, jóvenes, adultos, y sobre todo adultos mayores.

Y no respeta clases sociales, pobres, ricos, millonarios y multimillonarios.

Tampoco respeta a enfermeras, doctores, teóricos y científicos que han muerto en la primera línea.

El dinero no es escudo ni vacuna, y el conocimiento es limitado.

Es verdad que afecta a las personas que poseen enfermedades crónicas como hipertensión, diabetes y obesidad.

Pero también deben saber -y esto no lo dicen las autoridades de salud- que las personas más sanas pueden caer igual o peor que los enfermos crónicos.

Como sobreviviente del COVID-19 – no como especialista, que no lo soy- les contaré.

Estamos ante un virus cien por ciento letal, nuevo, camaleónico, incierto, destructor, terrible, cruel, fatal e indestructible, hasta ahora.

El virus de origen asiático golpea fuertemente a dos sistemas vitales del cuerpo humano: la parte física en el organismo y la parte psicológica. La segunda, en la que tampoco han abundado los científicos.

Desde la parte física se derivan infinidad de cuadros cínicos -muchos inesperados- que van desde los más leves hasta los estados más críticos que necesitan intubar.

El paciente que llega a hospitalización y es intubado tiene un 10 por ciento de probabilidad de vivir.

El virus ataca al sistema inmunológico y es la puerta de acceso a cualquier organismo del cuerpo, aunque su principal objetivo son los pulmones. ¿Por qué? No lo sabemos.

Pero desgraciadamente también se desliza por el sistema nervioso central, causando estragos, específicamente en la psicomotricidad.
Temblor en manos, piernas y músculos del rostro. Dato que tampoco se ha tomado en cuenta en los estudios.

La comunidad médica y científica se ha preocupado -y es válido- por salvar vidas desde la parte física, aunque muy poco se habla de los estragos psicológicos que deja el virus.

La otra cara

Sin motivo alguno, el infectado de COVID-19 experimenta depresión, tristeza, culpa, pero sobre todo miedo. Los graves, miedo a morir, pero los que poseen síntomas leves, también lo padecen y sin justificación alguna.

Recurrentes son los episodios que el paciente experimenta emocionalmente, como un incontenible deseo de llorar que muchas veces no tiene motivo alguno.

El 8 de agosto me hice la prueba PCR, aquella que se realiza con el isopo en nariz y garganta.

El resultado fue desagradable; el examen no dice “positivo”, todo se resume en una sola palabra: “detectado”.

Desde ese momento confirmé que tenía el virus en mi cuerpo, y el protocolo clínico señala que la cuarentena comienza a partir de la fecha en que fue identificado.

Antes de visitar el laboratorio, ya sentía irritación en la garganta, escurrimiento nasal, dolor de ojos y de cabeza.

El cuerpo cortado vino después, el cansancio, el desorden estomacal; los síntomas de la infección comenzaron a ser un problema.

Para entonces, ya pensaba en los síntomas del virus, de ahí la razón de hacerme el examen.

La pesadilla apenas comenzaba, porque cuando inicié la cuarentena llegaron dos de los más extrañas síntomas: perdida del olfato y del sabor.

Los olores más comunes eran fuertes, molestos, nauseabundos; el cerebro no podía identificar qué aroma entraba por mis fosas nasales, sino es porque puedes intuir a partir de la vista.

La ingesta se vuelve irrelevante. ¿Cómo comer sino degustas el sabor, es como masticar papel o cartón?

El frío se apodera de tu cuerpo cuando estas a punto de llegar a los 40 grados de temperatura.

Para entonces habían llegado los movimientos involuntarios en manos, piernas y brazos. Mientras los parpados pretendían cerrarse por el cansancio, el cuerpo sufría espasmos involuntarios que no permitían dormir.

Era un costal de dolencias y reacciones extrañas, manchas en los brazos y puntos rojos parecidos a los piquetes de mosquitos.

El encierro, el miedo, la tristeza y las deficiencias orgánicas te colocan en una posición difícil, jamás experimentada, y entonces te preguntas:

¿Por qué a mí? ¿Qué hice mal? ¿Puedo contagiar a los míos? ¿Cuánto durará esto en mi cuerpo?

Todo este remolino de dudas y reflexiones te enganchan en una avalancha de indecisiones, hasta llegar al punto de la ansiedad y la desesperación.

Una noche, tapado con un grueso cobertor, sentí un fuerte dolor testicular, como si me hubiesen golpeado.

Paradójicamente, al día siguiente revisé mi celular y vi una nota en el diario El Universal que decía: el dolor e inflamación de los testículos es un nuevo síntoma del virus. Ahí estaba otra vez lo nuevo y lo extraño.

Quizá los varones por pena no lo dicen, y por esa razón hasta entonces no se consideraba como un síntoma, pero a mi parecer hay que contarlo para que se documente.

Los síntomas en mi organismo fueron leves en comparación con los cuadros críticos.
Mi oxigenación nunca bajó del 90 por ciento, mientras que mi frecuencia cardiaca se colocaba en los 70.

Jamás llegué a experimentar falta de aire, por lo que tampoco fui intubado, ni necesité hospitalización urgente. Sólo cuarenta en casa.

Todavía sufro de cansancios cuando hago esfuerzos, episodios de sueños, algunas veces de espasmos; aún permanecen algunas manchas blancas en mis brazos.

La tomografía de tórax refleja pequeñas manchas blancas en los pulmones como parte de los episodios de tos, esos daños son irreversibles.

El virus pasa destruyendo lo que puede, y sólo te queda la preocupación de no caer en una reinfección que ya se está dando en algunas partes del mundo.

Hoy puedo decir que fui afortunado porque no morí; la razón, no la sé, ni la ciencia tampoco lo sabe; aunque afirma que los varones son más proclives a la enfermedad.

Nadie hasta ahora puede explicar cómo una persona que se ejercita, que se alimenta sano, que no tiene ninguna enfermedad crónica, que no tiene ninguna afección; y que para la ciencia es prácticamente una persona sana puede morir por este virus, capaz de arrebatarle la vida a corto o largo plazo.

Existen muchas interrogantes que los científicos no han podido explicar, existen más restricciones que soluciones para convivir con el virus.

La vacuna (Vacuna de AstraZeneca y Oxford) más cercana que estaba a punto de colocarse en el mercado y que para México sería gratuita, se ha detenido en su fase tres, luego de que un voluntario sufrió reacciones adversas.

Con esa noticia se esfuma la esperanza de prevenir al resto de la población del virus, la espera significa más contagios y muertes a la estrategia fallida del gobierno federal.

A más de 60 mil muertos en México, ex secretarios de salud proponen plan de 8 semanas para frenar pandemia.

Ante la propuesta el Dr. López Gatell, con su altísima soberbia, lo que hizo fue “pitorrearse” de lo declarado por los exfuncionarios de salud, al decir textualmente: “los invito a patentar la formula para controla el COVID-19”.

Quienes ya vivimos esta indeseable experiencia, no estamos exentos a una reinfección que pueda acabar con nuestras vidas, porque, aunque hayamos hecho anticuerpos ya existen casos documentados en donde el virus regresa con una nueva sepa y es como volver a empezar.

El COVID-19 te hace replantarte como persona tus objetivos, tu futuro, tu circunstancia, tus alcances, debilidades, tus fortalezas, tu autoestima, la familia, la pareja y hasta tus sueños.

El infectado representa para el sistema de salud un alto foco de infección, un apestado, no eres visto como cualquier persona, y cómo no verlo así, si traes la muerte contigo.

Lamentablemente las prevenciones tomadas son correctas, el protocolo de atención médica- si es que la tienes- es de doble traje, lentes especiales, careta, gorro, cubrebocas y pies doblemente envueltos con tela.

Hoy en este testimonio, puedo decirles que el virus simbra tu cuerpo y tu mente. Es como un intruso con capucha que te tira al suelo con facilidad, pasa sobre ti y busca acabar contigo, te asfixiarte hasta quitarte el último aliento, mientras tu mente delira buscando un motivo.

A pesar de las heridas hechas por la enfermedad, me aferro a la vida, despierto como el último día de mi existencia, veo los días de otro color y escucho mi respiración, que me reafirma que sigo aquí.
De lo único que sí estoy seguro es que no dejaré de ser yo. Quienes me conocen seguirán viendo al mismo de siempre.

Identificarán en mi las cualidades y características que me hacen único -no porque sea más o menos que alguien- sino porque todos los seres humanos somos diferentes.

Este mortal virus me ha llevado a la introspección, a buscar en mi interior.

Y en esa búsqueda encontré cosas que tenía empolvadas como la bondad, la fe y la esperanza.

Revalorizar el amor a la pareja, a la familia y a los amigos, fue otra de las experiencias.

Hoy aprendí a valorar lo que tengo, a darle oportunidad al desapego, a no darle importancia a lo banal, a que lo material viene y va, a priorizar lo que me gusta y me hace sentir bien, a reencontrarme con mis seres queridos, a ser solidario, paciente, consciente, constante y responsable.

Hoy desperté con ganas de vivir, y abrí los ojos pensando en compartir mi experiencia para que otros, valoren lo afortunado que es respirar y redescubrir tu vida misma. Gracias.

PD. Cualquier duda o pregunta, estoy a sus órdenes vía Messenger.

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