2020: el año de la peste y la ciencia

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Rodrigo Chillitupa/ Desde la tierra de los Incas 

Estamos a pocas horas de que acabe el 2020. Un año muy diferente porque estuvo marcado por la pandemia de la Covid-19 que, hasta el momento, reporta 82.3 millones de contagiados y 1.8 millones de fallecidos. Nadie preveía que esta nueva enfermedad, rara, contagiosa y letal, que apareció en la ciudad de Wuhan, en China, podría paralizar el mundo con las cifras antes mencionadas. Y, por consiguiente, además desatará graves consecuencias como lo hemos visto en lo sanitario, lo económico y lo social. Estos tres puntos lo observamos a diario en las noticias en radio, televisión e internet. Ahora bien, más allá de este diagnóstico, también es necesario evaluar el papel de los organismos y/o líderes mundiales y la ciencia durante estos meses.

Desde que se informó sobre la aparición del virus, la Organización Mundial de la Salud (OMS) ha tenido una actuación muy cuestionable. Mientras la Covid-19 se expandía con velocidad, la OMS se resistía a considerar su peligrosidad. De hecho, un mensaje en su cuenta oficial de Twitter, fechado el 14 de enero, señalaba lo siguiente: “Las investigaciones preliminares de las autoridades chinas no han hallado evidencia clara de transmisión humano-humano del nuevo coronavirus identificado en Wuhan, China”. Sin embargo, este estudio fue totalmente desmentido ocho días después. Entonces, la pregunta cae de madura: ¿la OMS subestimó la gravedad de lo que se vendría en estos meses? 

Recién cuando habían más de 118.000 casos en 114 países y 4.291 muertes, declaró oficialmente la pandemia. No es la primera vez que tiene esta reacción tardía. En 2014, la OMS también actuó con lentitud con la epidemia del ébola en África que le quitó la vida a más de 11.000 personas. A esta reacción tardía, además, hay que sumarle que el organismo -dirigido por Tedros Adhanom- tiene una permisividad con China a la hora de exigirle explicaciones de cómo se originó la enfermedad.  Solo la presión internacional de América Latina y Europa ha hecho, ciertamente, retroceder a la OMS para que sea más frontal, y no ser un aliado previsible, con Pekín en la cruzada de indagar el real origen de la Covid-19.

Cuando acabe la pandemia, se tendría que discutir la importancia de la existencia o una reorganización de la OMS dentro del tablero geopolítico. En julio pasado, Estados Unidos decidió retirarse de la entidad debido a que “no habría realizado las reformas solicitadas y muy necesarias” para enfrentar una crisis sanitaria originada por la Covid-19. Lo cierto es que, en los últimos años, varios de los países adscritos a la OMS han apostado por otros centros de poder más relevantes –como el Fondo Monetario Internacional, la Organización Mundial del Comercio o la Organización del Tratado del Atlántico Norte-, lo cual ha provocado que pierda relevancia operativa y, por consiguiente, se mantenga con un menguante presupuesto que oscila los 4.422 mil millones de dólares.

Por otro lado, la actuación de los líderes mundiales ha sido igual de discutible. Empezando por China, el régimen de Xi Jinping ha limitado la información sobre la Covid-19. Además, ha censurado y perseguido a todo aquel que desafíe la narrativa oficial que pregonan. Los casos de la viróloga Li-Meng Yan y la periodista Zhang Zhan son ejemplos claros. En el primero, Yan tuvo que exiliarse en Estados Unidos debido a que denunció que China había creado la Covid-19 en un laboratorio, cuyos nexos llevaba al Partido Comunista. Mientras que Zhan fue condenada a cuatro años de prisión por «buscar altercados y provocar problemas», cuando, en realidad, ella informaba vía redes sociales lo que estaba sucediendo en las calles y los hospitales de Pekín. El último plan del gigante de Asia, tal como lo viene haciendo hace meses, es evadir su responsabilidad y culpar a otras naciones de haber creado el mortal virus.

Esta reprochable posición compite con la deficiente gestión de Estados Unidos. El presidente Donald Trump siempre subestimo la magnitud de la Covid-19. Sus primeras acciones no estuvieron asociadas a guardar el distanciamiento social y usar las mascarillas. Al contrario: el inquilino de la Casa Blanca estuvo más preocupado por la situación económica. Cuando las cifras de contagios y fallecidos comenzaron a ser alarmantes, el republicano reaccionó y convocó al doctor Anthony Fauci como su consejero de salud. Sin embargo, a pesar de las recomendaciones de este importante epidemiólogo, el magnate republicano no lo escuchaba. Una prueba de ello es que Trump realizaba mítines multitudinarios en la pasada campaña electoral, donde se infringía todas las normas sanitarias. El punto fulminante para él fue su contagio que, sin duda, lo debilitó políticamente. Ahora, a 20 días de abandonar el poder, Trump muestra su inoperancia al no distribuir con celeridad las vacunas en su país.

Hay otros casos de líderes de América Latina y Europa que, además, deseo mencionar. En Brasil, Jair Bolsonaro -siguiendo a su mentor Trump ya que también se infectó- también desacreditó la letalidad de la Covid-19 a tal punto de considerarla como “una gripecita”. Este político ultraderechista jamás quiso recapacitar en su manejo -considerado criminal e inhumano- de la pandemia en su país. Y es que, en esta crisis sanitaria, tuvo tres ministros de Salud, autorizó que establecimientos comerciales sigan operando a pesar del riesgo de las aglomeraciones, alentó el uso de tratamientos sin comprobación científica, como la hidroxicloroquina, y, finalmente, se ha mostrado reacio a la aplicación de la vacuna. «Yo tuve la mejor vacuna: fue el virus. Y sin efecto colateral», declaró hace poco.

En México, el presidente Andrés Manuel López Obrador también restó importancia al Covid-19. «Salgan a comer, sigan con su vida normal», fue una de las frases más criticadas hacia él en marzo pasado. Pero, ante la evidente ola de contagios y muertes, lanzó un plan para contratar a 6600 médicos y 12.300 enfermeras para enfrentar la crisis. Además, López Obrador se redujo el sueldo junto a sus funcionarios para paliar los estragos económicos de la pandemia, que tiene en territorio mexicano a 1.41 millones de contagios y 125 mil fallecidos.

El primer ministro británico Boris Johnson es otro caso. El 3 de marzo fue a un hospital donde había pacientes con coronavirus y, al salir, se jactó de haberle «dado la mano todo el mundo». Dijo que seguiría haciéndolo y que para la gran mayoría del país la vida debía continuar «como siempre». Su gobierno apostó primero a la estrategia de la «inmunidad de rebaño», es decir, aislar solo a los grupos de riesgo y mantener la libertad para el resto de la población para que se contagien y desarrollen anticuerpos. Este plan se dejó de lado tras un estudio científico que pronosticaba 250.000 muertes en el país si no se tomaban medidas de distanciamiento social. Johnson terminó infectado e internado en un hospital. Hasta ahora se le crítica que no haya invertido en el sistema sanitario británico y, por eso, ya padecen la nueva cepa de la Covid-19 que se propaga rápidamente.

Ahora bien, dentro de la ineficacia de los lideres políticos más reconocidos, vale la pena destacar a los que sí han controlado la pandemia como lo son, según proyecciones de la agencia Bloomberg, Nueva Zelanda, Japón, Taiwán, Corea del Sur y Finlandia. Estas naciones cerraron sus fronteras a tiempo para evitar casos importados, pusieron en marcha planes agresivos de prueba, rastreo y una estrategia de comunicación clara y efectiva a sus poblaciones. Asimismo, se tiene que resaltar y elogiar el gran trabajo de los científicos en el mundo para descifrar la secuencia genética de la Covid-19. A lo largo de estos meses, revistas especializadas como The Lancet, New England Journal Medicine, JAMA Network, OXFORD University Press, han sido muy consultadas por los periodistas e investigadores para tratar de informar sobre los estudios que se hacían del virus, las indicaciones para protegerse y las potenciales vacunas que ya se comienzan aplicar para frenar a un virus que ha provocado mucho desconcierto y dolor en el mundo. Ojalá que el 2021 sea un mejor año que este.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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