Silencio a muerte/ Jorge A. González/ Tras Telón

La pandemia nos mostró a un gobierno insensible, negligente, soberbio científicamente; con toma de acciones erróneas una y otra vez.
- en Opinión
Hablar con la verdad para muchos políticos representa perder popularidad, demostrar debilidad e inmolarse.
Hay cosas que no deben quedar en silencio. Asuntos que traspasan más allá de una imagen pública.
Y es que hablar con la verdad representa mucho, en el mejor de los casos, vidas, muchas vidas.
Por lo menos así lo concibe la Canciller Alemana Ángela Merkel, quien tomó su papel con aplomo y soltó una verdad.
La funcionaria se dirigió a su pueblo antes de concluir el 2020 y fue muy clara:
 “El que concluya el año 2020 con una vacuna no quiere decir que la pandemia se termine. Vámos a seguir viviendo con dificultades y seguir cuidándonos como hasta ahora con las mismas restricciones”.
Es evidente que la mentalidad de los líderes del continente Americano privilegian su imagen por encima de las muertes.
Creo que hay que tener pensamiento positivo, pero también conciencia de lo que representa la falta de información y sinceridad.
Pocos presidentes de los países de nuestro continente hablaron con contundencia, la mayoría no tenía un punto de partida para un discurso congruente, entre los más descabellados Donald Trump (EU), Jair Bolsonaro (Brasil) y López Obrador (México).
Hay quienes hablan de popularidad y de ranking como mejores gobernantes, pero cuando hay cifras serias de las deficiencias en sus mandatos, entonces esos números son falsos.
Jamás vimos a una autoridad del gobierno federal hablar con la verdad, los escuchamos hablar mucho, casi todos los días.
Por falta de discurso o demagogia la clase política mexicana no para, se nos da el hablar por hablar, pero muy poco el hacer.
El ejemplo más grande de esta circunstancia es la pandemia. Nunca nadie habló con los pies puestos sobre la tierra.
Cuando existe una pandemia como la que experimentamos, creo que los gobiernos no están en condiciones de guardar silencio.
El silencio en cuestiones de emergencias es una ingratitud por no decir una vileza, pues mientras nos hacen creer falsas verdades, las personas se relajan y toman decisiones erróneas. 
Por ejemplo, nadie dijo que los respiradores comprados a Estados Unidos y China, casi ningún doctor del sistema de salud sabía calibrarlos a las necesidades del paciente, aunado a que venían en inglés y en chino.
Tampoco se dijo que hubo hospitales que recibían a pacientes únicamente en estado crítico para intubar, sabiendo que solo el 10% de ellos tenían posibilidad de sobrevivir.
Se ha omitido que mientras que el personal médico en la primera línea de combate se “parten el lomo”, las familias de los directivos de los hospitales se forman en la fila de vacunación.
Que los médicos de internado han pasado su peor experiencia en el campo de la medicina al ser ellos en los que más se apoyan los médicos especialistas.
Cualquiera podría decir que eso les sirve de experiencia, pero no cuando has trabajado más de tres turnos de manera continua.
Tampoco se cuenta la desoladora vida que han tenido las enfermeras y los doctores, que prefieren dormir en hoteles que llegar a sus casas por temor de contagiar a la familia.
El impacto emocional que pasa de experiencia de trabajo a trauma es otro de los temas de los que no se habla.
Todos los días retumban en la cabeza de esos médicos y enfermeras los gritos, las quejas, los ruegos, la exigencia, el llanto, la frustración de otros, el ver irse la vida de respiro en respiro cada vez menos.
Esta generación de médico verá la realidad de otra manera, de otra forma, porque la exposición excesiva a la muerte no creo que sea una situación formativa y alentadora. 
La pandemia nos mostró a un gobierno insensible, negligente, soberbio científicamente; con toma de acciones erróneas una y otra vez.
No hubo disculpas, no hubo aceptación de observaciones, tampoco de sugerencias de otros especialistas, y eso costó hoy en números oficiales 127 mil 213 defunciones.
Que de acuerdo con especialistas y diarios oficiales que fueron en busca de las actas de defunciones, ese número debe multiplicarse por tres, sólo para acercarse más a una cifra apegada a la realidad.
Todo esto sucede mientras las familias caminan por las calles sin cubrebocas, conviven en fiestas, bares, mercados, bailes y creen en que la probabilidad, está muy lejos de ellos.
El silencio de las autoridades es permisible sólo en una sociedad, conformista, despreocupada e inconsciente como la nuestra, por eso en México nunca pasa nada. 
Nos leemos hasta la próxima.

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