Perú, entre la protesta y la polarización/ Rodrigo Chillitupa/ Desde Perú

Este día en Perú se define al próximo presidente entre el izquierdista radical Pedro Castillo y la conservadora Keiko Fujimori. Como en México, están perdidos con estas dos opciones.
- en Foro libre

Este domingo se elegirá a un nuevo presidente en Perú. Un total de 25 287 954 de ciudadanos acudirán a las urnas para depositar su voto entre el izquierdista radical Pedro Castillo y la conservadora Keiko Fujimori. Entre ambos, al cierre del cómputo de la autoridad electoral, sumaron solo el 23% del electorado de la primera vuelta del pasado 11 de abril. Un porcentaje que refleja que tanto Castillo como Fujimori resultaron ser las últimas opciones de una baraja de 20 candidatos que postularon al Poder Ejecutivo. ¿Qué pasó para que lleguen a esta instancia decisiva? ¿Y cómo se ha pintado el escenario de la campaña de segunda vuelta en Perú?

Empezamos por Pedro Castillo. Este maestro es oriundo de la provincia de Chota, en la región Cajamarca. Entre 2005 y 2017 fue dirigente de la desaparecida agrupación Perú Posible, del expresidente Alejandro Toledo. Se hizo conocido por haber liderado una serie de protestas contra ley de evaluación periódica de los docentes propuesta por la entonces Administración de Pedro Pablo Kuczynski en 2017. Este hecho provocó posteriormente la caída del gabinete ministerial de Fernando Zavala, quien defendió a la ministra de Educación, Marilú Martens, de un intento de censura por parte de la oposición del Congreso.

Después de este episodio, Castillo desapareció. Volvió a la exhibición pública cuando, en noviembre de 2020, fue oficializado como candidato presidencial del partido izquierdista Perú Libre, cuya base principal es la región centrista Junín. Su símbolo es un lápiz que representa el compromiso político con los maestros del país. En los primeros meses de la campaña electoral, Castillo se ubicaba entre los últimos lugares de los sondeos con apenas 1%. En tanto, los excongresistas Yonhy Lescano (Acción Popular) y Verónika Mendoza (Juntos por el Perú) estaban en mejores posiciones y luchaban, precisamente, por el voto de la izquierda.

En la quincena de marzo, Castillo ya evidenciaba un avance progresivo en las regiones. Específicamente en el sur —donde se encuentran Apurímac, Arequipa, Moquegua, Huancavelica, Puno, Cusco, Tacna y Ayacucho— siempre considerado como una zona antisistema o antiestablishment. Esta tendencia se trasladaría, además, al centro (Junín, Huánuco y Amazonas) y el norte (Cajamarca y Áncash).  Una realidad diferente, sin embargo, era Lima donde no hizo campaña hasta la última semana previa a las elecciones.

La estrategia de Castillo fue clara: del campo a la ciudad. Este sindicalista radical hizo una campaña política tradicional en plena pandemia de la Covid-19. Es decir, se trasladó de región en región para difundir sus propuestas. En esa cruzada, también, contó con el apoyo de un sector del magisterio educativo para conectar con organizaciones y sindicatos sociales. Además, aprovechó los errores políticos de sus rivales Lescano y Mendoza. Y ello tuvo como consecuencia el resultado en las urnas: por ejemplo, Castillo se impuso en 46 distritos con mayor pobreza monetaria en Perú identificados por el Instituto Nacional de Estadística e Informática (INEI).

En buena parte, la victoria de este maestro sindicalista representa un voto contra el establishment tradicional. En esto ha contribuido bastante, además, el manejo frente a la pandemia. El Estado peruano cometió errores, desde que se conociera la Covid-19, que desencadenó graves consecuencias sanitarias y económicas. En las regiones se percibió que el milagro de la economía social de mercado de la Constitución de 1993 solo tuvo un efecto positivo para Lima. Y allí entró a tallar el aspecto emocional en los electores que protestaron, a través del voto, contra el centralismo.

La otra cara de la moneda es Keiko Fujimori. Es hija del expresidente Alberto Fujimori (1990-2000) y candidata por tercera vez a la presidencia. A diferencia de las campañas de 2011 y 2016, Keiko entró con menos fuerza política en esta elección. La lideresa de Fuerza Popular afronta un proceso judicial por lavado de activos. La Fiscalía ha pedido 30 años de prisión porque tiene pruebas contundentes en 15.000 folios. A esto se le agrega los cuestionamientos por su comportamiento en los últimos cinco años. En concreto, su papel en el enfrentamiento constante entre el Ejecutivo y el Congreso.  Interpelaciones y censuras de ministros; así como dos vacancias a los expresidentes de la república Pedro Pablo Kuczynski y Martín Vizcarra.

Con esos pasivos, Fujimori apeló a la consolidación de su voto duro. Y una clara variable que usó fue la reivindicación del gobierno de su padre. No tenía mayor margen para salirse de ese discurso porque le salieron dos competidores como el empresario Rafael López Aliaga y el economista Hernando de Soto. Sin embargo, ellos cometieron graves errores. Fujimori aprovechó que fueron incapaces de captar a los indecisos y sus votos volvieron hacia ella. Así pasó a la segunda vuelta como la carta de la derecha. Fujimori ganó en ocho regiones. Su bastión histórico es el norte, donde se ubican Lambayeque, Tumbes y Piura. Y quedó tercera en Lima y segunda en el extranjero. Con estos indicadores le bastaron a la excongresista.

La segunda vuelta siempre es una historia aparte en Perú. Comienza a resaltarse la política de los gestos y analizarse las propuestas con mayor profundidad. Además, las acusaciones contra los finalistas del balotaje saltan a la vista. Inicialmente, Castillo y Fujimori se llevaban una diferencia entre 15 a 20 puntos en los sondeos. Ahora están, prácticamente, empatados. Eso se debe a una serie de factores.

En el caso de Castillo no se conocía demasiado sus propuestas y su entorno. Sobre el primer punto, su plan de gobierno presentado ante la autoridad electoral predicaba una ideología marxista, leninista, maoísta y mariateguista. Además, impulsaban medidas inviables y extremistas como destinar el 10% del Producto Interno Bruto (PIB) a los sectores de educación y salud. En lo económico proponía un nuevo modelo con la consolidación de una nueva Constitución realizada a través de una Asamblea Constituyente. Tenían en mente eliminar el Tribunal Constitucional (TC) y salirse de la Corte Interamericana de Derechos Humanos (CIDH).

En relación al segundo punto, Castillo ha tenido que lidiar con el pasivo de Vladimir Cerrón, quien es el líder de Perú Libre. En 2019 Cerrón fue sentenciado por corrupción. Además, tiene posiciones homofóbicas, xenofóbicas y antisemitas. En más de una oportunidad se presentó como vocero de la campaña y ello le ha generado problemas a Castillo. Pero no es el único. En su virtual bancada congresal hay varios personajes con vínculos al movimiento terrorista Sendero Luminoso (SL). De hecho, Castillo es objeto de este cuestionamiento porque dirigentes del Movimiento para la Amnistía por los Derechos Fundamentales (MOVADEF), filial de SL, le apoyaron en las huelgas de 2017.

Otro punto que también se evidenció en Castillo es que no tenía un equipo técnico. Por esa razón, concretó alianzas con otras agrupaciones de izquierda como la liderada por la excandidata Verónika Mendoza. La mayoría de sus colaboradores ahora están con Castillo, quien, además, convocó a otros profesionales independientes con el objetivo de mostrar que tiene cuadros para gobernar y elaborar una nueva versión de su plan en caso resulte elegido. Sin embargo, estas iniciativas se diluyen si el mismo Castillo se muestra como una persona llena de contradicciones y algunos de sus colaboradores no lo ayudan en ese propósito al revelar intenciones de imitar el modelo socialista del Siglo XXI –fundado por el exdictador venezolano Hugo Chávez– en Perú.

Por otra parte, en el caso de Fujimori ya resulta conocida. Como decíamos: buscó la presidencia en 2011 y 2016. Ahora bien, Fujimori entró a este balotaje con un gran pasivo: su actuación política de este quinquenio que se va. Ella firmó un documento donde respetaría diversos puntos relacionados a preservar la institucionalidad del país. Sin embargo, nunca dejó de liderar un obstruccionismo contra el gobierno elegido de Pedro Pablo Kuczynski. A esto se agrega un blindaje a personajes involucrados en una red criminal como los Cuellos Blancos del Puerto y persecución a sus opositores políticos a través de una parcializada comisión investigadora del caso Lava Jato.

Al analizar su plan de gobierno, Fujimori propone regresar a los programas que impulsó su padre en la década de los noventa. Es decir, volver a los orígenes del fujimorismo para recapturar a esa masa social que siempre le ha mostrado respaldo. Para ello, además, se ha rodeado de políticos de extrema derecha cuestionados por graves actos de corrupción y tener posturas ultraconservadoras como el mandatario brasileño Jair Bolsonaro o el partido español VOX de Santiago Abascal. Esto muestra que Fujimori no ha logrado reclutar a personas más calificadas y, por el contrario, se encasillo como la apuesta el establishment tradicional en Perú.

La polarización se vive en la calle y las redes sociales. Discursos como ‘no al comunismo’ o ‘no a Keiko’ han acaparado los foros, donde los peruanos muestran sus posiciones a favor o en contra de Pedro Castillo y Keiko Fujimori, quienes no fueron apoyados por un sector de la población en la primera vuelta.

En conclusión, más allá de las preferencias, quien salga como nuevo presidente tendrá varios retos: enfrentarse ante una eventual tercera ola de la Covid-19, repotenciar la economía que ya se hizo notar –a través del Instituto Nacional de Estadística e Informática (INEI) – en que hubo un incremento de la pobreza en 10% al cierre del 2020, equivalente a que más de tres millones de peruanos, y contar con la estabilidad necesaria para realizar las reformas en el marco del bicentenario de Perú. Cinco años que se espera avanzar y no retroceder.

 

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