Deshumanización

La pandemia Covid 19 nos llevó a vivir una deshumanización muy grande

Por Ricardo V. Santes Álvarez 

En mi contribución anterior rememoraba que desde el año 2020 el virus SARS-CoV-2, causante de la enfermedad COVID-19 que devino en pandemia, nos llevó a vivir en un estado de zozobra terrible que aún no superamos; asimismo, que en su insaciable ambición de poder, los señores de la guerra habían decidido protagonizar un nuevo conflicto de dimensiones impredecibles, como resultado de la invasión rusa al vecino Ucrania. Ambos sucesos tan lamentables han dejado al desnudo un grave proceso de deshumanización en el mundo. Diversos actos dan evidencias del alejamiento de referentes elementales de convivencia, como el protagonizado por un energúmeno que golpeó y tiró al piso a una anciana asiática, culpándole de la pandemia “porque se originó en China”; la agresión y hasta asesinato de trabajadores de la salud por el hecho de que atendían enfermos de COVID-19 y podrían ser focos de contagio; la presunta violación de los derechos humanos de ciudadanos ucranianos por parte de fuerzas rusas, pero también de rusos (bailarines, escritores, empresarios) por parte de países occidentales por la simple razón de que “son rusos”.
La vivencia traumática de la crisis sanitaria (el aislamiento, la toma de distancia interpersonal, la preocupación de que una ida al mercado signifique peligro, en el extremo el fallecimiento de un ser querido) parece dejar marca en algunos de que los demás representan un desafío para su seguridad, y que por tanto es mejor no tenerlos cerca. Tal sentimiento parece exacerbarse cuando un sujeto se halla frente a otro que es “diferente”, sea por color de piel, posición económica, lengua, nacionalidad, o pensamiento político inclusive; igualmente el choque ruso-ucraniano da muestra clara de esta circunstancia. Cualquiera de esos factores se torna en pretexto para desear excluir o de plano acabar con “el otro”. El fenómeno deshumanizante ha llegado al punto en que la vida de los demás es lo de menos.
En México podría decirse que, de cara a la COVID-19, vamos mejorando toda vez que ésta va cediendo y paulatinamente retornamos a la actividad cotidiana, y que por otro lado el conflicto en la región de Donbass no ha desestabilizado la situación socioeconómica nacional. No obstante, es difícil negar que la amenaza a la vida en comunidad también toca nuestra puerta; diga usted si no cuando asistir con la familia a un evento deportivo implica el riesgo de ser golpeado por quien sabe quién por simpatizar con un equipo que no es del agrado del agresor… ¡nada más por eso! Los acontecimientos ocurridos el pasado sábado 5 en el estadio La Corregidora de Querétaro, muestran que la barbarie sin límite permea en la sociedad y que es urgente ponerle un alto.
Es muy cómodo culpar al gobierno de todos los males, pues de esa manera nos desligamos del papel que nos toca como ciudadanos. Los amantes de sacar raja política de la desgracia de inmediato exhiben su inmoralidad e ignorancia, como aquella legisladora que achacó los sucesos de Querétaro a la directora de la CONADE, obviando que hay autoridades locales con la obligación inmediata de rendir cuentas de sus acciones u omisiones en el asunto. Por el contrario, es incómodo cuestionar en qué estamos fallando al grado de ser parte de los problemas que enfrentamos diariamente, pero sobre todo qué podemos hacer para que las cosas mejoren y podamos vivir con seguridad y tranquilidad.
Mi apuesta es que la deshumanización que percibimos puede revertirse; porque somos más los que anhelamos un país mejor, y estamos decididos a lograrlo mediante nuestro comportamiento cotidiano. Dolorosa decisión tomó la madre de uno de las vándalos del acontecimiento queretano, cuando lo presentó ante las autoridades para que diera cuenta de sus actos. Un paso difícil a la vez que una lección ejemplar: la mejor demostración de amor a los nuestros es enseñándoles a ser responsables y hacer lo correcto.

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@RicSantes

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