Salvador I. Reding V./ Testimonios
El concepto de soberanía de los Estados nacionales, se ha prestado tanto a auténticas posiciones de defensa, como a demagogia oratoria. Las naciones poderosas no parecen tener problema con la soberanía, al menos la propia, lo que sí es su problema a resolver es el control de la soberanía de las naciones menos fuertes, no digamos de las muy débiles. En cambio, son éstas últimas las que buscan siempre cómo trabar y evitar los intentos de dominación hegemónica de los grandes (los “imperialistas”, dirán algunos).
Pero vale la pena aclarar algo: se ha utilizado equivocadamente el término soberanía, para confundirlo con independencia. Así se habla mal dicho de soberanía alimentaria, por ejemplo, cuando la soberanía es la facultad de tomar decisiones, tomar acciones de gobierno. Sí, ser soberano es poder decidir.
Un Estado nacional puede “ceder soberanía” por diversas razones y en distintas formas. Los gobiernos, por más patriotas que puedan ser, se encuentran a veces puestos entre la espada y la pared por los poderosos y deben hacer concesiones en el decidir y comprometer políticos. Un caso extremo de pérdida de soberanía es cuando terceros deciden sobre soberanías nacionales. Corea lo sufrió cuando los poderosos decidieron partir el país en dos en el Paralelo 38 (“fue una decisión de… amigos”, declaró entonces el presidente coreano).
En ocasiones menos graves, los gobernantes y sus pueblos descubren que están perdiendo poder soberano, sin que puedan hacer nada efectivo para evitarlo. Es el caso de las grandes empresas transnacionales (en mucho coludidas con sus gobiernos), cuyo poder en la economía de los países pequeños, permite que sus decisiones afecten tanto sus negocios como la nación que los hospeda; o decisiones extranjeras supranacionales, o de aplicación extraterritorial de leyes nacionales, como se acusa a los Estados Unidos.
Hay otros casos, los de imposiciones de poder o chantaje de organismos internacionales, que pública o subrepticiamente, obligan a las soberanías nacionales a aceptar y seguir programas políticos, como los que llegan a imponer el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial (a pesar de los baños de pureza que se dan ante acusaciones de esta especie).
La casuística es interminable, y llevando una discusión del tema hasta el campo de la Teoría del Estado, sería también perpetua. En todos esos casos, la soberanía, más que cedida, es arrebatada. Pero hay otros casos en que ceder soberanía es en realidad una acción libre y voluntaria, sin que sea una traición a los intereses nacionales: estos son los compromisos que las naciones adquieren para mejorar la vida comunitaria internacional.
Los gobiernos, podemos decir, comparten soberanía, al comprometerse con otros a respetar determinados convenios o tratados. En estos casos, “ceden” soberanía en cuanto al compromiso de no decidir individualmente, sino conjuntamente, ciertos asuntos convenidos. Podemos citar el ejemplo de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, y la sujeción al arbitraje de tribunales internacionales, como el de La Haya. Los Estados firmantes se comprometen a considerar los tratados con el carácter de legislación nacional.
Cada vez más, los Estados nacionales, en la nueva “aldea global” irreversible de la comunidad internacional, hacen compromisos de acciones comunes para beneficio de todos, aunque ello signifique limitar su poder nacional de decisión. La original Comunidad Económica Europea es mucho más que “económica”, y ha llevado a las naciones integrantes a una nueva especie de supra-nación, refiriéndose a ella como “Europa”, con denominación oficial de Unión Europea. El Parlamento Europeo es ejemplo ideal de soberanía compartida.
Las naciones están conduciendo a nuevas dimensiones el equivalente del Pacto Federal, que une en una sola nación, las soberanías de los estados o provincias federados firmantes. Éstos se unen por una Constitución General, supraestatal, que subordina a las Constituciones estatales o provinciales.
México y otras naciones han firmado y firmarán tratados de libre comercio con numerosos países, y no por ello acusaremos a los gobiernos de “vender la Patria” o “sacrificar” la soberanía nacional. En la misma forma, México se ha incorporado a organismos supranacionales que toman decisiones por votación, como la ONU o la Organización de Estados Americanos, o aún el Fondo Monetario Internacional, o los bancos Mundial e Interamericano de Desarrollo.
Los acuerdos, convenios o tratados supranacionales, más que dejar en otras manos decisiones soberanas, comparten las mismas para decidir juntos el bienestar de los ciudadanos y sus comunidades, y por eso podemos hablar no estrictamente de CEDER soberanía, sino de compartir la soberanía.
En resumen, cuando “ceder soberanía” implica comprometerse con otras naciones también soberanas, para decidir juntas el bienestar común, como los estados federados en el Pacto Federal, aunque sea en compromisos particulares, se puede hablar de compartir soberanía, no de dejársela arrebatar o cederla a otros (venderla, sacrificarla o traicionarla). Es una auténtica forma de ejercer la soberanía nacional. Como la libertad individual, la soberanía sólo sirve para tomar decisiones, compromisos; en otro concepto, sería solamente un idealismo quimérico.
Comentarios