En el nunca satisfecho catálogo de las peticiones en torno de los derechos humanos y la secuela de sus violaciones, México enfrenta hoy la posibilidad de una nueva ley. ¿Cuántas leyes hacemos ante la evidencia del incumplimiento de las ya existentes?
Nadie lo sabe, pero cuando todo se quiere resolver mediante leyes, fiscalías, aparatos especializados, observadores, expertos internacionales, forenses de fama mundial y demás, es prueba de cómo las cosas no funcionan.
Es la vieja tendencia de supervisar a los supervisores y controlar a los contralores. Cuando en la burocracia, por ejemplo, se instalaron los “Órganos Internos de Control”, la inquisición volvió por sus fueros. Nadie quiere hacer nada por miedo a observaciones y hasta inhabilitaciones, a veces por normatividades inexistentes.
Eso cuando no se enfrentan a acusaciones por imaginarios o inducidos “acosos” de diversa naturaleza.
Pero en fin.
La nueva legislación, presionada para su elaboración por los sucesos de Iguala y prometida por el Ejecutivo más como un escape ante la presión, ante la cual no es posible asomarse sin sentir el horror funerario, se llama Ley General sobre Desaparición de Personas y no trata de cómo hacerlas desaparecer, sino —supuestamente— cómo hacer para localizarlas.
Como todos sabemos, las personas pueden desaparecer por muchos motivos. Desde el marido harto cuyo destino de comercio tabacalero termina 20 años después (‘orita regreso, voy por cigarros), el secuestrado a quien sus captores asesinan, destazan y reparten en piezas, el indígena atropellado en la ciudad sin documentos de identidad, el migrante olvidado en cualquier esquina de la montaña o la ruta y —el verdaderamente importante para las ONG de derechos humanos—, el forzado por manos estatales o paraestatales, militares o paramilitares, policiacas o clandestinas.
En México hay cerca de 20 mil casos de desaparición. Pero como si dijéramos un millón y mil. Nadie lo puede comprobar con precisión. A los vigilantes de los derechos humanos les interesa abultar la cifra. Mientras más desaparecidos haya, más importante se vuelven sus gestiones, trabajos, estudios, análisis, indagaciones y búsqueda de patrocinios, sobre todo de las múltiples fundaciones extranjeras. A más desaparecidos, más necesarios somos nosotros.
Por eso se necesita —dicen— una ley en la cual se contemplen muchas cosas, entre ellas, por ejemplo y de acuerdo con la iniciativa relatada por los diarios recientemente, un Registro Nacional Forense y un Registro Nacional de Fosas Clandestinas, cuya clandestinidad desaparecerá, obviamente, cuando se les enliste, catalogue y declare, ¿cómo?
Eso de registrar las fosas clandestinas es un milagro surrealista.
—Perdone usted las molestias que esta fosa clandestina le causa, podría decir un letrero junto al hoy macabro.
—Venga usted a Guerrero, conozca el Triángulo del Sol, disfrute de Acapulco, Taxco, Zihuatanejo y de paso recorra palmo a palmo nuestra gran variedad de fosas clandestinas, diría el guía de los azorados turistas japoneses cámara en mano.
Por lo pronto los restos de las personas no identificadas, se encuentren donde sea, no podrán ser incinerados. Obviamente esto es reducir los cuerpos humanos a evidencias de una investigación. A todos se les tomarán muestras genéticas, las cuales pronto deberán ser tan necesarias como el tipo de sangre o las huellas digitales.
Y la información genética ahí lograda deberá ser parte de un Registro Nacional Forense con lo cual hallamos una nueva veta para la expansión de la burocracia. Registros de todo lo registrable.
Obviamente, los autores de esta iniciativa nos dirán lo avanzado de la legislación en la materia y cómo cumple con los dictados de las organizaciones internacionales, especialmente la H. Comisión Interamericana de Derechos Humanos. Y por ahí va la cosa.
SEBASTIÁN
Le preguntan al escultor Sebastián el significado del Premio Nacional de Artes con el cual desde esta semana profetiza en su tierra.
—¿Es esta la culminación de su carrera?
—No, de ninguna manera. Mi obra no está terminada. Este premio confirma, no culmina. Me falta mucho por hacer. El arte es un camino infinito.
“La escultura se acabará cuando se acaben las manos y los ojos del hombre, cuando desaparezca el asombro por la forma, por la complejidad del universo, por la ambición de repetir el cosmos en una simple esfera, un cubo, una forma geométrica”.
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