Tiene la lengua inglesa, superior en precisión y exactitud a nuestra hermosamente eufónica, poética e imprecisa “castilla”, dos palabras cuyo significado aparente podría ser el mismo, pero es diferente.
Escribir “an story”, en el sentido de relato, novedad, noticia, reportaje no es igual a la redacción pesada, monumental, interminable de presentarse frente a “the History”.
Una cosa es el enorme continente de la vida –LA historia– y otra darle a cada episodio de la existencia la histórica y casi siempre inexistente condición de trascendencia necesaria para considerarla en los anales del tiempo, o sea aquello ocurrido para conformar (y confirmar) el rostro de los años.
Los hechos (y no ellos en verdad, sino quienes aspiran a relatarlos) deben esperar el fermento del tiempo para determinar si contribuyeron a darle el rostro definitivo a la existencia humana.
Distinguir un asunto anecdótico de uno histórico es labor simple y para ello contribuye de manera notable una óptica cultural, una ponderación minuciosa, asuntos ambos ausentes en el vocabulario cotidiano de merolicos y parlanchines profesionales de la radio y la TV, para quienes resultan asuntos con la misma carga histórica el baile de tango de Obama en Buenos Aires, como el concierto de los Rolling Stones en La Habana o la explosión de una bomba atómica.
–Ya supe, dijo el cínico, para qué sirvieron 50 años de Revolución en Cuba.
– ¿Para qué?
–Para escuchar gratis a Mick Jagger.
Pero, en fin, no es lo mismo un episodio insignificante, al cual el entusiasmo parlante eleva en los micrófonos a condición de asunto definitivo y definitorio, a un hecho o un conjunto de hechos cuya ocurrencia marca para siempre el destino de miles de personas.
Pero la llamada “cultura del espectáculo”, necesita siempre exponer las cosas como si fueran al mismo tiempo nuevas y definitivas, como si no hubiera mañana. Así los bombazos terroristas belgas son históricos, de a de veras, como lo fueron en otro tiempo los cañones napoleónicos atascados en el lodazal de Waterloo.
A fin de cuentas todo es un recurso para sostener la atención de los espectadores y radioescuchas a quienes se desea capturar con cualquier recurso. Hay un pobre locutor estridente cuya forma de dirigirse a la audiencia cuando presenta una noticia feble y sin sustancia, es mediante el imperativo sonoro de “súbale a su radio”, como si el volumen de la bocina determinara la importancia del tema.
Y otro cuya dictatorial sentencia es “prohibido cambiarle”. Así pues la atención no es consecuencia de la materia atendida sino de la flamígera palabra del conductor de la TV quien prohíbe o autoriza a los insumisos, dóciles y silenciosos borregos de esa grey llamada “público” su quehacer o su decisión.
Pero en esos casos, como en otros, la calificación de histórico para cualquier cosa, es asunto de todos los días.
En eso pensaba cuando mis distraídos ojos se posaron por acaso en un texto de mi respetada María Luisa Mendoza, “La china” Mendoza, quien ha escrito por segunda o tercera vez los hechos aquellos de una noche de cine frustrado, en la cual Mario Vargas Llosa derribó a Gabriel García Márquez con un certero cuanto alevoso derechazo, mientras el “cácaro” terminaba de enrollar la cinta La odisea de Los Andes, del cineasta chileno Álvaro Covacevich, la cual ya ni siquiera pudo ser exhibida.
María Luisa presenta el reflexivo y memorioso relato como su “verdad histórica” y tiene razón, sobre todo por el juguetón paralelismo con los dichos de Murillo Karam en cuanto a los sucesos terribles de Iguala y Cocula. Todos tenemos, cuando hablamos de nuestras cosas, nuestra verdad histórica.
Aquella noche yo estuve presente no sólo cuando los hechos ocurrieron sino cuando la función fue organizada, Álvaro me pidió ayuda para convocar a muchos periodistas y algunos fueron por nuestra expresa invitación.
No voy a contar de nuevo los hechos desde mi experiencia ni voy a decir con quién estaba Mario al momento de levantarse para ir a recibir el putazo más famoso en los registros de la literatura iberoamericana, mucho mayor de aquellos propinados por el maestro Juárez a Roberto Bolaño el día cuando los presentaron.
Sólo quiero, en abono del rompecabezas, precisar un dato inexacto en el relato de María Luisa. Dice ella:
“…la Gaba se enfureció como heroína de tragedia griega y se dirigió a donde estaba el villano en cuestión… esto no lo vi, pero la alarma cundió y a mí se me vinieron mis lecturas de las historietas “los monitos” y la leyenda de que los golpes se curan con un bistec, yo me acordé que junto al cinito, en la calle de Oaxaca, había un restaurante de tortas y comida rápida…
“Junto a mí estaban Elena Poniatowska y María Idalia y les dije a ambas que me acompañaran… fuimos y el vendedor sorprendido se negó tras el mostrador a vendernos carne sin freír… imposible convencerlo… Aquí vienen muchas situaciones en común o diferidas en el tiempo: Wong me contó que nos sentamos ambos en la banqueta para diseñar el plan a seguir, La Gaba enojadísima calmaba a Gabo, quien estaba totalmente conmocionado; yo decidí irnos a nuestro departamento por la carne que se había vuelto esencial… ”
Aquí, y sin emprender una disputa por la hamburguesa cruda, quiero decir algo: en primer lugar no había un “cinito”. Era la Cámara de la Industria Cinematográfica cuya sala de proyecciones se le había prestado a Covacevich y Vargas quien, por cierto, había escrito el libro cinematográfico de la andina odisea de náufragos y antropófagos montañeses.
Segundo, no había un restaurante de tortas y comida rápida, sino el expendio de las celebérrimas (y ahora desaparecidas) hamburguesas “Heaven-Cielo”, superiores en altura y calidad a todas las Mc Donalds, Burger King y similares a lo largo y lo ancho del mundo.
Y si a ella y a Elenita y María Idalia (a quien yo le había conseguido la entrevista con Mario antes, obviamente, del madrazo famoso) no les quisieron vender cruda la cárnica molienda, yo sí le llevé el paquete a Gabriel quien, en efecto, estaba sentado en la banqueta (o el caño, como dicen en Colombia) confortado por las ya mencionadas señoras, enfundado en una chamarra (nótese esta frase tan literaria), roja como la sangre derramada por la ofensa y el golpe.
Todo cuanto María Luisa dice es verdad, pero nada más desde su punto de vista. Es el “Complejo Rashomon”. Un hecho tiene tantas versiones como testigos (ya no digamos protagonistas) hubo.
Por eso nunca dos diarios jamás relatan lo mismo con los mismos datos.
Sí ocurrieron las cosas así y cuando ella dice no haber estado atenta cuando “La Gaba”, cual trágica griega montó en cólera convertida en una erinia barranquillera, yo sí la escuché decirle a Vargas Llosa frases injuriosas como “…cadete de mierda” y otras más cuya repetición el decoro me impide publicar de nuevo.
En fin, todo esto es para reflexionar en sábado de Gloria cuando escribo entre cubetazos y mojazones, sobre si las cosas ocurridas en nuestra vida son de todos modos parte de la historia o si somos tan pequeños y tan insignificantes, con nuestras breves anécdotas como para no ser sino gotas de tinta en el océano tempestuoso de la vida.
Total, ¿quién se acordará de nosotros cuando el tiempo se haya ido y nosotros con él?
Lee el esto el cínico de los Rolling Stones, antes de enviarlo a Crónica, y me dice admonitorio:
–Eso está muy cursi, güey.
–Pues sí.
BECARIOS. Los “expertos” internacionales designados por la OEA para supervisar (no coadyuvar) las investigaciones sobre la desaparición de los 43 de Iguala, ya fuerzan la prolongación de su estancia y su beca en México con cargo al erario.
“…A 18 meses de la desaparición forzada de los 43 estudiantes de Ayotzinapa (Proceso), agrupaciones de mexicanos radicados en Europa (¿?) apoyaron la permanencia del Grupo Interdisciplinario de Expertos Independientes (GIEI) “indefinidamente o hasta que se alcancen la verdad y la justicia”.
“En un comunicado firmado por 21 organizaciones radicadas en Reino Unido, Dinamarca, España, Alemania, Francia, Holanda, Suiza y Polonia, mexicanos y europeos solidarios con el movimiento por el esclarecimiento de la desaparición forzada de 43 estudiantes de Ayotzinapa, expresaron su respaldo a los integrantes del GIEI ante las campañas de desprestigio alentadas por algunos medios de comunicación”.
Quizá sea esa la misma razón por la cual los abogados rechazan las indemnizaciones a quienes se les quieren reparar integralmente los daños. Mientras se mantenga vivo el asunto de los muertos, habrá rentabilidad.
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