Encuentros de Mané con la Lola/La ciencia desde el Macuiltépetl

- en Opinión

Se llama Lola, y tiene historia,

que mas que historia es un poema.

Su vida entera pasó buscando

noches de gloria como alma en pena.

Hace unos días fui a buscar a Mané a su cuarto en la vecindad ubicada en el número 7 de la calle 3, en el barrio del Tejocote. Como siempre deja la puerta abierta entré sin mayor problema a su vivienda, y lo encontré en el rincón donde guarda cajas repletas de hojas sueltas y libretas con notas y apuntes que mi alter clon  ha escrito a lo largo de su agitada vida.

Con una amplia sonrisa en su rostro,  con emoción, de entre esos polvorientos legajos extrajo una vetusta libreta, que abrió y con gusto comenzó a leerla, abriéndola al azar.

Mira clonpadre, me dijo, esta libreta contiene apuntes desordenados sobre un período de mi vida, el cual te entrego con la petición de que, por favor, lo reconstruyas como quien arma un rompecabezas. Para mi es importante pues ese texto será un capítulo de mis memorias, las cuales pienso escribir un año de estos. Por cierto, si el payaso me carga antes de concluirlas te designo heredero de todo este archivo, para que tú seas quien continúe mi obra.

Para que mejor te orientes en cómo descifrar estos desordenados apuntes, te haré un resumen del contenido de esta libreta mientras tú lees el texto fragmentado, que conectarás mas tarde para dar claridad y coherencia al relato. Se trata de mis encuentros con la Lola, la de la canción del mismo nombre, interpretada por Café Quijano. (https://www.youtube.com/watch?v=puNVKr0l-Po)

Mi primer encuentro con Lola fue en una de las bacanales que se realizaban casi todos los sábados por la noche en la casona que habitábamos seis amigos universitarios; pagábamos la renta entre todos y auto gestionábamos el funcionamiento de la misma. Deseábamos total libertad, huyendo de las restricciones impuestas en las casas de pupilos.

Así que esas pachangas sabatinas eran parte de las actividades habituales de quienes habitamos aquella casa, actividades regidas por ciertas normas acordadas por nosotros mismos.

Una de esas noches llegó un amigo nuestro acompañado por Lola, quien fue debidamente presentada a la concurrencia, circulando inmediatamente la información de que ella era un ama de casa que ofrecía servicios sexuales, no en la calle, sino discretamente a domicilio, con la finalidad de obtener recursos para sostener a sus hijos.

Óyeme mi Lola/ mi linda Lola/ tu triste vida/ es tu triste historia.

En efecto, Lola tenía la apariencia de ama de casa, vestía con sencillez, limpia y maquillada discretamente. De tez blanca, ojos claros, esbelta y un poco alta. Una mujer madura atractiva y educada.

Pero qué  manera de caminar/ mira que soberbia en su mirar.

No usaba palabras soeces ni groseras, se mostraba sonriente y amable, era fácil entablar una conversación con ella.

Detrás de su manto/ de fría dama/ llevaba escondidas tremendas armas/ para las batallas del cara a cara/ siempre con ventaja/ muy bien  libraba.

A cambio exigía respeto y no ser acosada, reservándose el derecho de elegir a quién ofrecerle compañía e imponerle sus condiciones, por veinte pesos de entonces, equivalentes a unos cien de hoy en día.

Le fue muy mal/ de mano en mano/ de cama en cama/ de  boca en boca.

Si bien no era muy frecuente que un estudiante de nuestra condición trajera veinte pesos en el bolsillo, tampoco era imposible, así que el trato nos parecía justo y a nuestro alcance.

Lola era el premio que podía ganarse jugando a la ruleta que ella misma hacía girar. Alguna vez fui el ganador y disfruté de sus favores por un rato. Lola fue amable y paciente, cómo si estuviera enseñándome secretos del arte amatorio. Y así fue.

Óyeme mi Lola/ mi linda Lola/ tu triste vida/ es tu triste historia./ como una muñeca que se desgasta/ se vuelve vieja y la pena arrastra.

Ella pronto se hizo amiga de todos nosotros, pues además de participar de vez en cuando en las francachelas sabatinas,  solía visitarnos durante el día. Tocaba la puerta y si alguno estaba en casa, le abría la puerta y ella de inmediato entraba.

Entablábamos conversación con ella, -invitándole un café- sobre chismes y temas intrascendentes, no sin que antes preguntara: ¿Cómo están muchachos? ¿Se les ofrece algo?

Y si alguno traía gusto y veinte pesos, se lo hacía saber y entraban a la habitación del compañero. Luego de lo cual proseguía la amistosa charla por un rato más. Creándose así, un lazo amistoso entre ella y nosotros.

Una mañana estaba yo solo, estudiando en mi habitación, cuando escuché que golpeaban la puerta y presto bajé a abrir. Era Lola y una acompañante, quienes de inmediato ingresaron a casa.

Lola me dice: ella es Rosita y quería conocerte. Si algo se te ofrece, ella puede atenderte bajo las mismas condiciones en que yo lo hago.

Rosita, al igual que Lola, vestía modestamente pero limpia y discretamente maquillada. Era de tez blanca y de cara bonita, atractiva. Además de amable y risueña. Después de las presentaciones y verificando que en mi bolsillo tenia veinte pesos, con entusiasmo dije sí a la propuesta. Lola se despidió y conduje a Rosita a mi habitación

Nos sentamos en la cama e impulsivamente la abracé y comenzamos a besarnos como adolescentes ansiosos. El aroma del perfume barato que la impregnaba me excitó aún mas. En unos minutos nos desvestimos y recostándonos dio comienzo un apasionado abrazo amoroso. Lo hicimos con entrega, como dos amantes que se reencuentran. Al terminar, un poco agotados nos quedamos en la cama, desnudos y abrazados. Después nos incorporamos lentamente y nos vestimos.

Ella dijo: tengo que irme, te buscaré después. La acompañé a la puerta y al despedirnos me abrazó por el cuello plantándome un cariñoso beso en la mejilla.

Tienes el consuelo, de saberte llena/ de cariño limpio y amor sincero.

Agradablemente pasmado subí a mi habitación y me percaté que Rosita había olvidado su mascada. La tomé para guardarla y entregársela en el próximo prometido encuentro. Percibí en la mascada el aroma del perfume barato que de su piel se desprendía, lo cual me despertó un sentimiento de cariño y ternura hacia ella.

Durante los días siguientes estuve en espera de la visita de Rosita, enterándome por mis compañeros que sí fue a buscarme en varias ocasiones con  la mala suerte de que yo me encontraba en la escuela. Cómo, al igual que Lola, no daba información acerca de su domicilio ni donde localizarla, yo permanecía en casa el mayor tiempo posible en espera de su visita. Nunca más volví a verla. Ni a Lola, pues por razones que no recuerdo dejamos la casa y cada uno de nosotros se fue a vivir por su cuenta.

Luego, recordando mis encuentros con Lola y Rosita, cobré conciencia de la infinita tristeza reflejada en su mirar; intentando comprenderlas, desde la perspectiva del análisis poético literario, instrumento metodológico indispensable para la comprensión científica del mundo y la vida.

Entonces vinieron a mi memoria las prostitutas y sus trágicas vidas, protagonistas de los cuentos y novelas  de Fedor Dostoyevski y José Revueltas, así como de muchos poemas de Charles Bukovski.

Comprendí entonces la profunda tristeza de Lola y Rosita: se veían obligadas por las circunstancias a convertir sus sagrados cuerpos en mercancías que se venden y compran en el mercado de la carne. Miserable condición que conduce al lado más oscuro de la condición humana. La degradación profunda del ser humano; se deshumaniza al ser. Al convertirse en mercancía se pierde lo propiamente humano de hombres y mujeres. Se deshumaniza no solamente quien vende su cuerpo, también quien lo compra.

Entonces, me compadecí de Lola y Rosita, así como de mí  mismo. Extrañamente comprendí que esa compasión brotaba del amor a nuestros semejantes, a todo lo existente y a nosotros mismos.

Es el tiempo de la arruga, que no perdona/ es el tiempo de la fruta y la pintura/ tarambanbán..

Reflexionar para comprender lo que se ve y lo que no se ve.

 

 

 

 

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