La carta de Trump: el rechazo a conceder

En días previos a la elección presidencial del martes 3 de noviembre, la convulsión política en Estados Unidos había alcanzado niveles preocupantes; sobre todo luego del 1er. debate, que más que confrontación de ideas y proyectos fue una lucha de sordos, colmada de intolerancia, con un moderador que acaso fue parte de la decoración. Luego de la votación de la fecha, que suponía continuar la tradición que al anochecer surgiría un ganador (no porque lo fuera formalmente sino porque su ventaja era reconocida por el contrario), el proceso quedó marcado por la incertidumbre.

El candidato Trump no aceptó su aparente derrota; no por mero capricho sino porque él y su entorno habían acopiado denuncias de irregularidades inusitadas durante la jornada. En un país que por siempre ha sido considerado el arquetipo de la democracia moderna, hablar de irregularidades parece increíble. Pero no, ahí donde se cree que reina el Estado de derecho, que las reglas se acatan y todos actúan correctamente, y que ello conforma un ambiente de confianza acerca de los resultados electorales, se desvela que todo es una ilusión.

Cual si se tratara de un sistema político como el que muchos conocemos y padecemos, ciudadanos y partidarios de Donald Trump colgaron en las redes evidencias aisladas de anomalías, como número de votantes mayor al padrón, votos de personas fallecidas, boletas adulteradas, cajas de correo conteniendo boletas tiradas a pie de carretera, fraude cibernético,… ¡Como acá, pues!

Por si eso fuera poco, quedó claro que poderosos intereses se inclinaron a favor del candidato Joe Biden, pues de inmediato se emprendió una cargada mediática que lo declaró ganador, sin el menor respeto de los tiempos legales y, por supuesto, sin hacer caso a los diversos alegatos de anormalidades. En el extremo, ante un posicionamiento público del contendiente republicano quien –cabe recordarlo–, es el actual Jefe de la Nación, al unísono las cadenas televisivas atajaron su mensaje en uno de los más deplorables y decepcionantes actos de censura quizás nunca vistos en el llamado país de las libertades. Es posible que el ansia de deshacerse de una vez por todas del indeseable haya ocasionado que los medios actuaran con las vísceras, sin ponderar que censurando la libertad de expresión de uno suprimían la de todos.

La cosa no queda ahí; la censura ejercida en Estados Unidos ha de tomarse –no se dude– como referente para que los dueños del dinero pretendan hacer lo mismo en cualquier otra geografía. No es gratuito que en México los opositores al gobierno de manera irresponsable justificaran el hecho, e insinuaran que la misma medida podría aplicarse al presidente de la República… como si no fuese algo que la mayoría de los medios convencionales practican desde tiempo atrás. Lamentablemente, el riesgo para la libertad de expresión es alto y queda sobre la mesa.

Se dice que la democracia no es el mejor de los sistemas políticos, aunque sí el menos malo. Bajo esa idea se han llevado a la práctica diferentes ejercicios de poder; por caso, mientras en nuestro país se estipula que el voto popular define quién gana una elección, en Estados Unidos el voto popular es apenas primera etapa de la toma de decisión, puesto que después pasa por un filtro constituido por una élite: el Colegio Electoral. En este contexto, la información sobre la Elección 2020 revela que Biden aventaja a Trump en número de votos electorales; sin embargo, los republicanos se dolieron de las irregularidades acontecidas en el proceso previo, y mostraron su disposición de impugnar los resultados ante la Corte Suprema. En resumen, esto aún no concluye.

Con todo, desde la noche del 3 de noviembre y hasta donde decida llegar, el candidato republicano tiene en la manga una carta fundamental, vital para el devenir de la vida pública: el discurso de concesión. Se trata de un acto sin obligatoriedad jurídica, aunque de altísimo valor político y social donde el orador, al reconocer el triunfo del adversario y por consecuencia la derrota propia, invita a sus partidarios a mostrarse conformes y sumarse al proyecto alterno. Por lo anterior, en tanto Donald Trump no salude la presunta victoria de Joe Biden, a lo largo y ancho del territorio habrá millones que le seguirán hasta donde diga. Eso es alarmante.

Los grupos de interés se han esmerado en sembrar la semilla del conflicto; la esperanza es que la justicia les corrija la plana y en el inter la ciudadanía mantenga la calma. La violencia nunca será solución.

@RicSantes

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