Por Rodrigo Chillitupa/ Desde la Tierra de los Incas
La semana pasada analizamos lo que deberían ser las prioridades del presidente Joe Biden. Los ejes mencionados fueron la salud, la economía y lo social en un país golpeado por la pandemia de la Covid-19 y la polarización política de las últimas elecciones generales. Quedó pendiente lo referente a la política exterior. Este campo es mucho más amplio por lo que representa Estados Unidos como un actor a nivel global. “Vamos a retomar nuestras alianzas y volveremos a comprometernos con el mundo”, dijo Biden en su discurso en el Capitolio el pasado 20 de enero.
Para nadie es un secreto que los cuatro años de Donald Trump en política exterior fueron un desastre. El republicano enarbolo un discurso proteccionista y antiinmigrante que provocó un grave daño al multilateralismo y perjudicó a Estados Unidos como el gran garante de este sistema que colaboró a edificar después de la Segunda Guerra Mundial.
Trump cargó contra la Organización Mundial de la Salud (OMS), se distanció de las Naciones Unidas (ONU), la UNESCO, la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y se salió del Acuerdo de París. A la guerra que les declaró a los organismos internacionales, también se abrió un innecesario enfriamiento de la cooperación bilateral con aliados de América Latina y la Unión Europea; así como atizar conflictos con China, Rusia, Corea del Norte y el Medio Oriente.
En medio de este complejo panorama, Biden ya hizo un control de daños. Reintegró a Estados Unidos al Acuerdo de París y retomó la colaboración con la OMS. Dos decisiones que forman parte de la agenda de Biden, en el sentido de su firme compromiso en la lucha contra el cambio climático y los estragos sanitarios de la pandemia. Lo que siguiente sería que retomen el liderazgo en la ONU, la UNESCO y la OTAN, donde se debería aumentar el gasto militar para reforzar la seguridad internacional.
Ahora bien, lo otro es descongelar las relaciones con América Latina y la Unión Europea. Para empezar, EE UU debería reforzar sus lazos con México y Canadá. Principalmente con el primero que, a lo largo de la era Trump, fue satanizado. Los mexicanos resultaron el blanco de las expresiones más atroces del republicano. Incluso, como una muestra de su desprecio, mandó a construir un muro infame en la frontera que, finalmente, terminó por suspenderse.
Los primeros pasos de Biden con México se han dado con diferentes matices. El demócrata prometió que el programa DACA seguirá lo que libra de la deportación a miles de migrantes que llegaron a suelo norteamericano. Sin embargo, anunció que suspendería las inscripciones en el Remain in México. ¿Contradicción en el discurso? Por otro lado, hay otros temas que sí podrían causar algún conflicto con la administración de Andrés Manuel López Obrador como lo es la seguridad, donde, precisamente, el caso del general Salvador Cienfuegos, exministro de Defensa arrestado por supuestos vínculos con narcotráfico, es un punto medular.
Estados Unidos exigiría a su vecino país que comparta información confidencial cuyo fin le permita rastrear a personajes con serios cuestionamientos como Cienfuegos. Pero, tal parece que México no desea un intervencionismo de Washington en sus asuntos internos y, por eso, se entiende la aprobación de la reciente ley que limita las facultades de entidades extranjeras en su territorio, esto en clara referencia a la Agencia Antidrogas (DEA). Sea como fuese el asunto, EE UU y México son importantes aliados y tendrán que superar los baches, como decíamos, en los temas de inmigración y seguridad.
Siguiendo por el Caribe, Biden tiene que restablecer la relación con Cuba. Durante la gestión Trump, la Isla volvió a ser aislada comercialmente lo que supuso un grave retroceso en la cruzada que hizo el expresidente Barack Obama antes de dejar el poder en 2016. El nuevo acercamiento entre Washington y La Habana supondría una oportunidad para que ambos puedan explotar al máximo los terrenos que más les interesa, respectivamente, como lo es el comercio y el turismo.
Ya instalado en Sudamérica, el presidente Biden se encontrará con un escenario polarizado. En Perú, Chile y Ecuador habrá elecciones presidenciales. Con estos países deberá esperar a los que resulten ganadores para fijar una agenda bilateral. De otro lado, la fragmentación sudamericana será otro punto que observará el demócrata. En estos momentos podríamos decir que hay dos bloques: los alineados a la derecha y a la izquierda.
En el primer grupo se encuentran Brasil, Colombia, Paraguay y Uruguay. La mayoría ha saludado la llegada de Biden a la Casa Blanca a pesar de la resistencia de Jair Bolsonaro, quien al perder a su mentor político Donald Trump, se queda solo. Sin embargo, los intereses brasileños están en juego como potencia y Bolsonaro cometería un error si no se apoya en EE UU tomando en cuenta que la pandemia lo está golpeando bastante en lo económico.
En el segundo grupo, claramente, Biden necesitará una muñeca política para lidiar con Argentina, Bolivia y Venezuela. Con este último más porque durante la era Trump se exigió sin éxito la salida del chavista Nicolás Maduro del poder. Ya se ha dicho que la postura de Washington con Caracas no cambiará y estimo que la mejor vía, más allá de las sanciones económicas, debe ser el diálogo que permita el restablecimiento de la democracia en Venezuela. Es la única vía antes de seguir con el aislamiento comercial.
Con la Unión Europea también es otro escenario. La relación de Trump con Bruselas siempre fue hostil. En reiteradas oportunidades desacreditaba el papel del bloque de los 27. Con Biden debería seguirse la línea de Obama en el sentido que la cooperación con países como Alemania, España y Francia -los tres tigres de la UE- resulta clave en un contexto en que el multilateralismo como sistema se encuentra debilitado. Y en ese campo entraría a sortear el impacto del Brexit y la relación bilateral con el Reino Unido.
Finalmente, Biden tendrá el difícil reto de solucionar conflictos con algunas potencias. En el radar, el más inmediato está con China y Rusia. Con ambos, Trump tuvo un comportamiento diferente: por un lado, provocó una guerra comercial con Pekín; mientras por el otro existió una cercanía con Moscú. La presidencia de Biden provocaría que tanto China como Rusia consoliden su alianza para hacerle frente a la intención de Estados Unidos para recobrar su liderazgo exterior, lo cual les supondría un peligro para su seguridad nacional. Por ello, será complicado tranzar con las dos naciones.
Lo mismo pasaría con Corea del Norte, que no ve con buenos ojos a Biden debido a que el demócrata ha dicho que impulsará su desnuclearización y su apoyo abierto a Corea del Sur. Y esto es importante porque no se puede permitir una posición tibia, como la expresada por Trump, con un dictador como Kim Jong Un, quien hace alarde de su arsenal de armas nucleares y misiles.
El Medio Oriente es otra zona de conflicto. Allí, Biden tendrá que contener a Irán que, al igual que Pyongyang, sigue reforzando su capacidad nuclear. El demócrata ha dicho que su país volverá al acuerdo nuclear de 2015. El objetivo es que Teherán no siga con sus proyectos en el campo militar para no generar zozobra en la región. Sin embargo, está por verse si el ayatolá Ali Khamenei, el líder supremo de Irán, aceptará la posición de Biden. Este mismo flanco se repetirá con Emiratos Árabes Unidos, Bahréin y Arabia Saudita, quienes son un bloque contrario a Irán.
En síntesis, la presidencia de Biden buscará recobrar el sitio de Estados Unidos en la geopolítica global. Eso se llevará a cabo si consolida alianzas en América Latina y Europa, así como resolver las tensiones con potencias que, sin duda, aprovecharon la figura proteccionista de Trump, quien buscó dinamitar el multilateralismo y la cooperación internacional. Los resultados se verán en el 2025.
@RodrigoCT_94
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