En nuestra era digital, en la que la inteligencia artificial crea rostros humanos engañosamente realistas, la aparición de la tecnología deepfake puede difuminar de manera muy peligrosa los límites entre la realidad y la ficción digital.
Los productos de la inteligencia artificial generativa, como las fotos y vídeos de personas que parecen reales, conocidos como deepfakes, son cada vez más comunes. Hasta ahora, sin embargo, no estaba claro cómo afecta el hecho de saber que un rostro puede o no ser real a la forma en que lo percibimos y respondemos a él emocionalmente.
El equipo de Anna Eiserbeck, Martin Maier, Julia Baum y Rasha Abdel Rahman, del centro SCIoI (Science of Intelligence), vinculado a la Universidad Técnica de Berlín en Alemania y a otras, exploró las repercusiones psicológicas y neuronales ligadas a la percepción de rostros generados por inteligencia artificial, centrándose especialmente en las expresiones emocionales que retratan. En otras palabras, la meta era averiguar qué efectos tiene la creencia de que un individuo retratado es real o deepfake sobre las medidas psicológicas y neuronales de la percepción facial
En el estudio participaron 30 voluntarios, con quienes se empleó electroencefalografía.
Los autores del estudio analizaron las valoraciones de la expresión facial y las respuestas cerebrales a rostros sonrientes, enfadados y neutros que los participantes suponían reales o generados por ordenador.
Los resultados muestran que una sonrisa generada por ordenador se percibe como menos intensa y provoca una respuesta emocional más débil en el cerebro, en comparación con la de una persona real.
En cambio, los rostros enfadados nos resultan igual de amenazadores tanto si creemos que son reales como generados por una inteligencia artificial. (Fuente: NCYT de Amazings)
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