La Monja de Alférez / Pedro Cruz / Crónicas de Cotaxtla

Cotaxtla.
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Por Pedro Cruz

Doña Catalina de Erauso y Pérez de Galarraga o La Monja de Alférez, decidió pasar sus últimos días en la villa de Cotaxtla, reivindicando abiertamente el lesbianismo que ocultó la mayor parte de su vida adulta; murió en este pueblo, rodeada de sus dos novias y sus burros, a los 65 en el lejano año de 1650.

Mujer fascinante. En la muerte de Catalina de Erauso existen no dos, sino tres versiones: la primera que cuenta que la monja de Alférez murió en “Quitlaxtla”.

En la segunda versión, y tan importante como la primera, señala que Catalina desapareció una noche de tormenta en el puerto de Veracruz. La tercera versión y tal vez la más cierta, precisa que fue herida en una pelea por el amor de una doncella en Cotaxtla y trasladada a Orizaba donde falleció.

Ríos de tinta se han escrito sobre Catalina de Erauso, la monja vestida de hombre que recorrió la América española. Debió de ser un personaje brutal, una asesina que contaba sus crímenes con indiferencia y un mujer-soldado que castigó con crueldad a los indios.

Su vida rayó entre la verdad y la ficción y dio pie a que se escribieran de ella muchos libros, novelas, biografías, se hicieran películas y hasta un comic.

Destaca, entre el mundo de información real y de ficción, el libro La Monja de Alférez de Thomas de Quincey (Mánchester, 15 de agosto de 1785 – Edimburgo, 8 de diciembre de 1859) periodista, crítico y escritor británico del romanticismo.

En la obra de De Quincey, Catalina se convierte en una muchacha hermosa y lozana, una heroína militar, una estrella romántica que por la fuerza de las circunstancias y cierta viveza de genio -que su autor encuentra disculpable- reparte estocadas entre los insolentes, pero mantiene siempre el sello de pureza y religión de sus años de convento.

De Quincey, que nunca salió de su oficina, fue uno de los grandes aventureros ingleses a quien una botella de láudano transportaba del silencio de su cuarto a los reinos más extraños del Perú.
Recreó duelos, persecuciones y naufragios de una muchacha, de la sombra de una muchacha, a la que dio vida no con documentos que no se ocupó en leer, sino con su propia imaginación, espléndida y atormentada.

Quiero dar algunos de los datos claves, que saqué de Google, que hicieron de esta mujer una figura muy, muy famosa en su época. Nació en 1592 y fue ingresada en un convento. Cuando contaba unos quince años (y siendo novicia, pues realmente nunca fue monja) se escapó, se cortó el pelo, se vistió como un hombre e inició su vida de prófuga.

 

Periodista Pedro Cruz.

 

Tras recalar en diversas ciudades del norte de España y en vista de que su padre la estaba buscando (llegó a encontrarse con él, pero él no la reconoció), se embarcó hacia América, y ese fue el comienzo de su leyenda.

Asesinó para robar, fue la única superviviente de un naufragio, habitó la celda de una prisión en varias ocasiones, volvió a matar (se llevó por delante a varios familiares), luchó al servicio de la corona y en la batalla de Valdivia masacró a cuantos indios mapuches pudo (fue entonces cuando recibió el título de alférez), intentaron casarla con señoritas enamoradas, se libró de la pena de muerte in extremis.

Fue una mujer valiente con un lado violento y cruel, una superviviente que hizo lo que tuvo que hacer no solo para salvar la vida sino para ocultar su sexo en un entorno de hombres.

¿Cómo es la Catalina de Thomas de Quincey? Maravillosa, una mujer simplemente maravillosa, honesta, honrada, valiente, generosa, carente de rencor y temerosa de Dios, que vivía su vida con la verdad por delante: si mataba era porque las circunstancias resultaban adversas y si hacía uso de la espada para todo era porque el mundo le había hecho así.

Una heroína de carne y hueso vista desde una perspectiva romántica y aventurera con una vida llena de hazañas, peripecias y peligros que consiguió superar y solventar uno detrás de otro escapando de la muerte con más vidas que un gato.

La propia Catalina dejó escritas unas memorias que no fueron publicadas hasta 1829. Catalina fue una auténtica celebridad en su época, volvió a España en olor de multitudes, fue recibida por Felipe IV, más tarde viajó a Roma y fue recibida por el papa Urbano VIII, recibió permiso para seguir vistiendo como hombre las ropas de soldado, se codeó con lo más granado de la época.

En uno de sus viajes se quedó en México; le gustó el pueblo de Cotaxtla que por aquellos años debió tener una población muy escasa por las epidemias pero era paso obligado en la segunda ruta del comercio entre el puerto y el altiplano vía Orizaba. Compró una cuadra de mulas, caballos y burros y se dedicó a la arriería, al traslado de mercancías.

En Cotaxtla pudo, por fin, romper las ataduras de su condición de lesbiana y con la anuncia del obispo de Puebla pudo gozar de libertad amorosa no con una, sino con dos indias con las que se amancebó, que además le ayudaban en el negocio. Aquí fue feliz, en el último tramo de su vida, gozando del sexo y el amor, junto al rio, en la exuberante naturaleza.

Su muerte fue tan misteriosa como su vida: no se sabe con exactitud cómo murió. pero la versión más extendida señala que sostuvo una pelea con un ranchero que intentó enamorar a una de sus parejas. Una calle en este pueblo lleva su nombre.

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