Hace unos 12.800 años, cuando la Tierra se calentaba tras el final de la última era glacial, se desencadenó una catástrofe anómala que abruptamente revirtió las condiciones climáticas de una extensa región del hemisferio norte hasta casi el estado glacial típico. Este enfriamiento súbito coincidió con la desaparición de la antigua cultura Clovis en América y marcó el inicio en el hemisferio norte de una pequeña edad de hielo, conocida como Younger Dryas (o Dryas Reciente).
La causa de esa catástrofe y del enfriamiento que trajo consigo ha sido objeto de muchos debates en años recientes, aunque la hipótesis de que se trató de la explosión en la atmósfera terrestre de un cometa ha ido ganando peso.
Ahora, un nuevo estudio, a cargo de un equipo integrado, entre otros, por Christopher R. Moore, del Instituto de Arqueología y Antropología de Carolina del Sur, adscrito a la Universidad de Carolina del Sur, y James Kennett, de la Universidad de California en Santa Bárbara, de Estados Unidos todas estas instituciones, ha permitido encontrar nuevas evidencias de aquella explosión aérea.
Las huellas ahora descubiertas están esparcidas por varios lugares distintos del este de Estados Unidos (Nueva Jersey, Maryland y Carolina del Sur). Las huellas consisten en materiales delatadores que solo se forman en las condiciones extremas impuestas por la explosión aérea de un cometa. Entre estos materiales, figuran cuarzo fracturado de una manera peculiar, vidrio derivado del derretimiento de materia pétrea, así como microesférulas (pequeñas esferas formadas como consecuencia de temperaturas muy altas que fundieron rocas y tierra, y que luego se enfriaron con rapidez en la atmósfera).
Las huellas descubiertas en el nuevo estudio denotan que las presiones y temperaturas de aquella explosión no son las típicas de los impactos contra la superficie que excavan cráteres, sino que encajan con lo que cabe esperar de un impacto solo contra la atmósfera, con una explosión que tiene lugar en el aire y que no genera un cráter de impacto en la superficie.
La Tierra es bombardeada cada día por toneladas de desechos celestes, en forma de diminutas partículas de polvo. En el otro extremo de la escala se encuentran los impactos extremadamente raros y cataclísmicos, como el de Chicxulub, que hace 65 millones de años provocó la extinción de los dinosaurios y otras especies. Su cráter de impacto de 150 kilómetros de diámetro se encuentra en la península de Yucatán, en México.
Sin embargo, también hay grandes impactos que no dejan cráteres en la superficie terrestre, pero que son destructivos. La onda expansiva de la catástrofe de Tunguska de 1908 derribó árboles en 2.150 kilómetros cuadrados de bosque, cuando una gran roca cósmica de unos 40 metros de diámetro estalló en la atmósfera, justo encima de la taiga siberiana, a una altitud de casi 10 kilómetros sobre la superficie.
Se calcula que el cometa responsable del enfriamiento del Younger Dryas tenía 100 kilómetros de ancho, mucho más que el objeto de Tunguska, y que se fragmentó en miles de pedazos.
El estudio se titula “Platinum, shock-fractured quartz, microspherules, and meltglass widely distributed in Eastern USA at the Younger Dryas onset (12.8 ka)”. Y se ha publicado en la revista académica Airbursts and Cratering Impacts. (Fuente: NCYT de Amazings)
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