Veamos, ¿opinar sobre asuntos de otros países desde el gobierno de una nación, es violar su soberanía? Primero hay que conceptuar la soberanía, pues este término se ha usado bien y mal en la política del mundo, incluyendo, por supuesto, en México.
Para la Real Academia Española (de la lengua) soberanía se define como: “Poder político supremo que corresponde a un Estado independiente”. En lenguaje común, por soberanía se entiende la facultad de un gobierno nacional de tomar sus propias decisiones sin que se las imponga un poder extranjero. Es la capacidad de autogobierno nacional libre de una nación o estado.
Las potencias político-económico-militares (las que sean, juntas o separadas) a través de la historia, incluyendo la vida actual de la comunidad internacional, se han impuesto sobre naciones más débiles, o sobre las que tienen capacidad de digamos chantaje o extorsión. La imposición de decisiones extranjeras es la violación a la soberanía. Se incluyen las dominaciones directas de una nación sobre otra, por ocupación o control militares y a veces económica. También puede haber violación de soberanía cuando una organización supranacional, como la de las Naciones Unidas, impone una decisión a alguno o algunos de sus países miembros fuera de las facultades que la carta de organización permite a quienes tengan el mando de la misma.
Pero no es lo mismo imponerse políticamente que opinar sobre la situación política de otra nación. La práctica de la política internacional, incluyendo la que se reconoce como diplomacia formal, siempre ha incluido externar opiniones sobre lo que sucede en una nación extranjera. Y opinar no es sinónimo de imponer decisiones, de entrometerse.
En el caso de México, los gobiernos mexicanos han manifestado, a lo largo de la historia, opiniones sobre política extranjera (en particular sobre Estados Unidos). Las opiniones internacionales expresadas por gobernantes o sus voceros, son normales, y muchas de las veces, legítimas, otras lo son simplemente por diferencias de intereses o ideologías, Si un ejército invade a otra nación, opinan, y con más que legítimo derecho. Si en un país se violan los derechos humanos (en particular los formalmente reconocidos), terceros países y organizaciones políticas internacionales dan legítimamente su opinión. Y eso no significa que se viole la soberanía de esas naciones.
Pero al actual presidente todo eso se le olvida. Casi sistemáticamente se ha dedicado, desde la presidencia y no a título personal, a criticar, a opinar, y hasta denostar e insultar a políticos de otras naciones. Ha faltado al respeto con sus diatribas (que eso han sido casi siempre) tanto a políticos extranjeros, como a sus partidos políticos y hasta los países como tales. Y muchas veces lo ha hecho tratando de imponer sus opiniones, lo cual sí es un intento de violar la soberanía extranjera. Pensemos en Argentina, en Bolivia, en Chile, en Ecuador, en Perú, en Colombia y hasta en Venezuela, alegando en contra de la oposición política. No digamos sobre los políticos estadounidenses, atacar de palabra a Trump por ejemplo, es práctica normal para Andrés Manuel.
Ahora, López Obrador se ha rasgado las vestiduras por las opiniones expresadas sobre la política mexicana, en particular sobre las iniciativas de reformas a la Constitución y algunas leyes secundarias. No le gustan esas críticas para nada, pero no puede rebatirlas, en vez de ello él y sus corifeos atacan de palabra a quienes las han expuesto. Según él, opinar sobre la política mexicana es una intromisión extranjera, pero cuando él ha vociferado en contra de otros políticos y gobiernos extranjeros, ni siquiera cuidando el lenguaje, entonces eso no es para él intromisión ni violación de la soberanía.
Pero en el caso de las observaciones (opiniones) sobre los efectos que una reforma legal en México tendría para los derechos de los mexicanos así como de intereses y derechos de terceros, sean particulares, empresariales o institucionales, a Andrés Manuel, a Claudia y a sus seguidores les molesta que se digan, no importando si los voceros de esos gobiernos extranjeros tengan o no razón. Los argumentos se han dado y con los cuidados que la diplomacia exige. Y en vez de al menos intentar rebatirlos, Andrés Manuel clama que se viola (o intenta violar) la soberanía de México. La única consecuencia es que el propio presidente y México como nación, quedan muy mal parados ante el mundo.
No, opinar directamente o por vía diplomática sobre los efectos adversos (léase dañinos) que una decisión política mexicana tenga sobre su población y las relaciones o acuerdos entre naciones, o sobre los legítimos intereses económicos de personas y empresas de sus países, no puede verse como intromisión en la soberanía de una nación, como es el caso de los dichos de gobiernos de Estados Unidos y de Canadá. Y esas opiniones, expresadas con el debido respeto, de afectación de intereses legítimos de terceros, y a la misma población mexicana, han sido también manifestados por expertos y organizaciones civiles de México y del extranjero, incluyendo medios de prensa de alto prestigio. No, no se está violando la soberanía nacional de México.
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