CDMX.- Simón Levy,.- Por primera vez desde la firma del T-MEC, algo profundo e irreversible ha ocurrido entre Washington y Ciudad de México.
Aunque las formas diplomáticas se mantendrán y las instituciones seguirán cooperando en temas fronterizos y comerciales, la relación entre el presidente Donald J. Trump y el régimen mexicano entró en una fase crítica tras la llamada “insurrección de California”, y que se percibe en Washington como un ataque coordinado a la soberanía estadounidense.
El detonante: la insurrección californiana y la respuesta republicana
Las recientes protestas en California, que incluyeron tomas simbólicas de oficinas federales, fueron vistas por la administración Trump no como simples manifestaciones migratorias, sino como parte de una operación de desestabilización articulada desde fuera. En palabras de un asesor de seguridad del Capitolio: “Ya no estamos ante activismo político; estamos ante una guerra de guerrillas transnacional con respaldo de actores hostiles”.
La gota que derramó el vaso fue la supuesta complicidad discursiva de hace unos días al incitar protestas contra políticas de las remesas estadounidenses.
A pesar de que Claudia Sheinbaum intentaba originalmente proyectar una imagen moderada, en Washington ya no se distingue entre ella y el aparato que heredó.
El nuevo frente: remesas y sanciones económicas
La primera represalia ha sido clara y brutal. Marjorie Taylor Greene, una de las voces más duras del Congreso, publicó el 8 de junio un llamado directo: “Raise the remittances!!”. Poco después, el comentarista George (@BehizyTweets) citó al senador Eric Schmitt anunciando legislación para elevar el impuesto a las remesas a México de 3.5% a 15%:
“America is not the world’s piggy bank. And we don’t take kindly to threats.”
– Sen. Eric Schmitt
Ese impuesto cuadruplicado —ahora en debate en comités económicos— busca presionar al régimen mexicano desde uno de sus pilares financieros: los más de 60 mil millones de dólares anuales que millones de migrantes mexicanos envían a sus familias, constituyendo la principal fuente de divisas para el país por encima del petróleo o el turismo.
La reforma judicial: alerta roja en Washington
Pero el punto de inflexión geopolítico llegó con la imposición de una reforma judicial radical en México, impulsada por el ala dura morenista para permitir la elección popular de jueces y magistrados.
Desde la perspectiva estadounidense, esta iniciativa desmantela la independencia judicial, entregando el poder judicial a las mayorías políticas y eliminando cualquier contrapeso al poder ejecutivo mexicano.
En informes reservados del Departamento de Estado y del Consejo de Seguridad Nacional, se afirma que esta reforma convierte a México en un Estado capturado por el crimen organizado, ya que los nuevos jueces populares estarían vulnerables a
ser cooptados por grupos narcopolíticos. La conclusión en Washington es directa: México ya no tiene garantías institucionales, y por tanto, se transforma en una amenaza sistémica a la seguridad nacional.
Trump y la nueva doctrina de seguridad nacional: México ya no está solo
La administración Trump ha iniciado una reorganización de sus agencias de inteligencia con un objetivo específico: desmantelar lo que denomina el “régimen narco-político de México”. Fuentes en el Departamento de Seguridad Nacional aseguran que Trump ha aprobado un plan de vigilancia e infiltración profunda que considera al narcoestado mexicano como una amenaza directa a la seguridad nacional.
Pero México ya no es un caso aislado. Según reportes de inteligencia interna, Cuba, Venezuela e Irán han establecido canales de colaboración, entrenamiento y financiamiento con facciones radicales dentro de Estados Unidos, especialmente en la frontera sur y zonas como Los Ángeles, San Bernardino y San Diego. Lo que parecía improbable hace unos años, hoy se configura como una “coalición informal de insurrección hemisférica”.
Geopolítica de una ruptura silenciosa
A diferencia de las guerras convencionales del siglo XX, lo que está ocurriendo entre Estados Unidos y México es una ruptura silenciosa, multidimensional. Washington ya no ve a México como un aliado inestable, sino como una plataforma enemiga infiltrada. Y aunque Sheinbaum insista en un tono técnico y conciliador, la narrativa dominante en la Casa Blanca es que la amenaza no es ella, sino el sistema que representa.
Esta ruptura tiene consecuencias para toda la región: inversiones detenidas, cooperación militar limitada, y un endurecimiento migratorio sin precedentes. De aprobarse el nuevo impuesto del 15% a las remesas, México enfrentaría un colapso económico parcial, especialmente en estados como Michoacán, Zacatecas o Guerrero, donde las remesas representan más del 20% del PIB local.
Un cierre inapelable: si no es ahora, será demasiado tarde
Trump ha llegado a una conclusión estratégica: si no se detiene ahora esta coalición entre narco, populismo, y potencias antiamericanas, el daño será irreversible.
En sus propias palabras, filtradas por un funcionario del Consejo de Seguridad Nacional: “México no es el enemigo, pero lo han secuestrado. Y si no liberamos a nuestro vecino hoy, será nuestro verdugo mañana.”
En este contexto, la guerra ya no es de balas, sino de bancos, algoritmos, tribunales y fronteras invisibles. La reforma judicial ha encendido todas las alertas. El impuesto a las remesas es solo el comienzo de una nueva era.
Y como dijo un influyente senador republicano esta semana:
“No es contra México. Es contra el cáncer del narcoestado que está matando a América desde el sur”.
Comentarios