Salvador I. Reding Vidaña
Hablemos de las madres antes que nada. El valor de una mujer cuando es madre de familia dedicada a su familia (marido incluido) es y ha sido reconocido a través de la historia. De eso no hay duda. El mundo se ha desarrollado por sus cuidados de los hijos desde antes de nacer hasta que ellas mismas ya no puedan cuidar de hijos y nietos. Pero luego vienen los padres de familia.
Una distorsión de la vida humana y en especial de los padres de familia, es que se ha dado una indebida, injusta atención a los padres que por diversas razones descuidan o abandonan a sus familias dejándolas a la suerte en cuanto presencia y sobre todo manutención. ¿Qué hay esos malos padres de familia? Sin duda, pero no son ni han sido la mayoría. Más bien hay una mayoría de padres de familia que cumplen bien o a medias con sus deberes, es una real mayoría. Pero eso a mucha, demasiada gente no le importa ni le parece encomiable, y por tanto de inmerecida celebración o reconocimiento.
Es muy fácil apreciar el trabajo materno en el hogar y el cuidado directo de la familia, en general precisamente en casa, en el hogar. Pero el padre de familia que procura trabajando para el sustento de los suyos lo hace precisamente fuera del hogar, debe ir a trabajar por sí mismo o con otros o subordinado a una empresa u organización. Su tiempo libre para la familia es el resto de las 24 horas del día después de salir, ocuparse y regresar a casa.
Pero a los varones se les acusa de ser poco o nada cariñosos con sus hijos, a través de los siglos, en un malentendido de la hombría, a los varones se les ha inculcado que eso de manifestar sus emociones no está bien, que eso es para las mujeres. “Un hombre no llora, se aguanta” se dice a los niños. Por una deformación en su educación para la vida, muchos padres de familia no saben cómo manifestar el amor a los hijos, y luego piensan que con darles los medios de vida de hogar y educación ya cumplieron su rol de padres.
A los jóvenes no se les enseña a manifestar su cariño a sus cercanos, padres, hermanos, esposa e hijos. Luego no saben cómo dedicarles tiempo de real compañía, para dar a los hijos la forma de atención que éstos quieren. Los padres cariñosos, que acompañan a su prole, juegan, ríen y disfrutan hasta nimiedades bonitas importantes sobre todo apara los hijos pequeños, son la minoría. Por las razones expuestas.
Los buenos padres, esos que procuran educar y orientar a sus hijos en sus deberes para con Dios, con la familia, la comunidad y el mundo, muchas veces no son apreciados por sus hijos por lo que eso vale, y muchas veces las madres tampoco ayudan a los hijos a valorar lo que el padre hace por ellos y amarlos, admirarlos por ello. Hay muchas historias de cómo los hijos cuando pasan los años terminan por reconocer lo valioso de sus padres, sobre todo cuando les han dado buen ejemplo, pero en especial en sus buenos consejos para llevar bien su vida. Y eso se ve en especial cuando los hombre adultos aprenden a querer a los padres ancianos y en especial la sabiduría que iban desarrollando y transmitiendo a su familia. ¡Qué bueno, que sacrificado y sabio es (o era) mi padre! Dicen los adultos a vez padres de familia.
Hay una diferencia interesante en la prole, en general las hijas desde pequeñas instintivamente quizás (por su natural espíritu maternal) saben reconocer y querer a sus papás, a darle cariño. Los hijos varones buscan más bien el aprender de sus papás el cómo se es hombre. Si el papá es buen padre, que así sea y si es desobligado, aprenden que así no se debe de ser. Los hijos varones aprenden así “las cosas de hombres” incluyendo desde cómo hablar hasta cómo hacer deportes y cómo comportarse con las mujeres.
Un caso particular es el del padre ausente por razones de ocupación o de migración para ganar dinero a enviar a su familia. Eso incluye desde miembros de las fuerzas armadas (en especial de la marina) como los que deben trabajar forzosamente lejos de casa. No se trata así de los que abandonan a sus hijos.
En general, pues, la gente no ha aprendido a valorar la forma de amar a los suyos por los hombres convertidos en padres de familia, y pagan la gran mayoría el precio de la mala atención familiar de la minoría. Hay hombres que profesionalmente la llevan digamos fácil en cuanto a ganarse la vida, desarrollarse y poder estar con los hijos, pero muchos, muchos más, entre obreros, campesinos y migrantes que tienen poco o hasta ningún tiempo para convivir con sus hijos sufren la ausencia de sus propios padres, de su mujer e hijos dando así su vida por todos ellos ganando lo necesario para que puedan vivir.
Dios conoce muy bien la forma de amar a la familia por los buenos padres, con sus limitaciones en la manera de acompañarla, de manifestar su cariño y dar lo que pueden aparte de manutención. El mundo debe aprender a ver al buen padre de familia con el corazón y los ojos con los que Dios los ve, al menos hasta lo humanamente posible. Aunque lo pidan o no, pero el Señor bendice a esos buenos padres. Y toca a la familia reconocerlo y hacérselo saber. “papa ¡te quiero mucho!, gracias por quererme y ver por mí!”.
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