Tribulaciones y anhelos de un abuelo

- en Foro libre

Jorge Lara de la Fraga/ Espacio Ciudadano

“Para los que viven en el lujo y en la extravagancia, la riqueza nunca es suficiente…” Expresión oriental.-

Hace 35 años, en 1980, cuando nace de manera anticipada mi hijo menor Héctor Ariel experimenté con mi esposa momentos difíciles y angustiantes; en la clínica principal del IMSS en Xalapa, mi vástago tercero ve la primera luz a los 8 meses, con una serie de carencias bioquímicas y en medio de una insuficiencia respiratoria. A los primeros días dan de alta a mi consorte, pero el infante tiene que permanecer varios momentos más en cuidados intensivos. Al principio me indicaban los médicos que era muy difícil el asunto; otros facultativos me expresaban que si superaba las 48 horas siguientes había una posibilidad de sobrevivir. Así transcurrieron 12 hojas más del almanaque, entre diagnósticos pesimistas y entre evaluaciones de mejoría relativa. Cuando me entregaron a mi retoño pesaba a lo mucho 2 kilogramos y nos recomendaron cuidados especiales para evitar situaciones futuras de emergencia. Retorne a mi casa y entregué a mi mujer tan apreciado ser que se adicionaba entrañablemente a nuestra familia. Para ese entonces tenía 38 años de existencia y aguanté a pie firme esos infaustos lapsos de incertidumbre.

abuelos (1)_thumbLa historia tiende a repetirse, eso se dice en términos generales; en mi caso particular parece que así fue. En este 2015, ya con 73 años a cuestas, viví nuevamente periodos de zozobra y de angustia constante. Ahora, ese hijo ochomesino que sobrevivió en el pasado, procreó con su esposa un niño prematuro que se debatió entre la vida y la muerte a lo largo de 15 días en un sanatorio de la localidad. Ver sufrir a mi vástago y a mi nuera me aniquilaba emocionalmente. Aunque situaciones de tal índole me dobleguen internamente trato de no proyectarlas para evitar más desazón. Entiendo que soy producto de una formación premilitar y de una manera singular de comportamiento: mi padre me reiteraba que no debía llorar, que debía ser el apoyo y la persona fuerte ante los infortunios. A estas alturas de mi existencia terrena ya no me siento tan vigoroso y estable psicológicamente como en el pasado. Afortunadamente, después de dos semanas de atención medica esmerada y eficiente, tanto los jóvenes padres, mi esposa Rosa Aurora, un servidor, así como los respectivos consuegros, contamos con un nuevo nieto, con un elemento más de la familia Lara Vázquez y un miembro adicional de la generación Lara de la Fraga Torres.

Hago referencia a mi edad en este comentario porque al rebasar las siete décadas he entendido que los años no pasan en balde y que los achaques, lesiones, dolores, limitaciones físicas, olvidos y conductas obcecadas se hacen evidentes con más frecuencia. Así como estoy más endeble para enfrentar las adversidades diversas, tengo que entender que no puedo responder con la celeridad debida a la que estaba acostumbrado. En meses pasados tuve la audacia de llevar un nieto a una tienda de autoservicio y mientras me disponía a pagar unas mercancías, en cuestiones de instantes, ese inquieto párvulo “se perdió” de mi vista. De inmediato, lo más rápido que pude, me transladé a las puertas de salida y avisé a los auxiliares para que “lo vocearan”. Pocos minutos pasaron de angustia pero a mi me parecieron horas. Cuando retorné al lugar inicial donde se me escapó el dinámico ser, una señora me gritó que ya tenía al extraviado tomado de la mano. Agradecí a la gentil dama su gesto y el pequeño transgresor sólo me indicó que fue a ver los juguetes y que quería uno de ellos.

En un comentario pasado resaltaba que ya no corro maratones, que ahora cuido nietos. Bien puedo decir ahora que ni siquiera preservo adecuadamente a mis parientes menores. Serán ahora ellos quienes empiecen a cuidarme, aunque espero que todavía no sea muy pronto. Sin embargo entiendo y asimilo que mi protagonismo físico atlético quedó para la historia; seguiré caminando, trotando y conviviendo con la naturaleza, pero para nada entraré en las competencias o me sujetaré a entrenamientos desgastantes a los que era adicto en el pasado. Trataré de guiar a mis nietos hacia una existencia saludable donde el ejercicio recreativo y el deporte de conjunto los proteja de prácticas inapropiadas y logren así un equilibrio físico-mental contra las enfermedades diversas y contra esa amenazante obesidad de los momentos presentes adicionales.

Por cierto que ese último nieto a que hago referencia, quien sorteó dificultades respiratorias y una infección pasajera, se llama Jorge Rodrigo. Ahora sí puedo decir que mi nombre, gracias a la decisión de sus padres, seguirá prevaleciendo en la familia, esperando que tal infante sea bastante mejor, más cauteloso y productivo que su controvertido y vetusto abuelo.  Habrá que guardar en la vitrina de los recuerdos los trofeos, diplomas y medallas de eventos deportivos donde se dejó constancia de tenacidad. Pondré en lugar especial los álbumes donde congregué fotos, recortes y reconocimientos, para que los descendientes tengan una idea de los que hizo su antepasado, como ese agotador maratón de 1988 en la Ciudad de México, donde después de casi 5 horas alcancé la anhelada meta de los 42 kilómetros y metros

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