El día que fui dominatrix y me lamieron los pies en un lugar de Cruising en Xalapa

Por Melissa Hernández Navarro/

Xalapa, Ver. Todavía hace tres años, el Sauna Nirvana funcionaba normalmente. Ahí iban hombres y jóvenes de prácticamente todas las clases sociales a tener sexo con desconocidos, a participar en una orgía, a dar u recibir mamadas o todo lo que la gente suele hacer en ese tipo de espacios. Y el lugar, créanme, ni alguien como David Lynch lo hubiera imaginado mejor. No sé por qué, pero cuando lo recuerdo pienso en “Shadowplay” de Joy Division. Tal vez porque nunca lo he visto en su estado natural y solo me tocó participar en una suerte de simulación de todo lo que representa. Entonces lo imagino todo, las escenas y las figuras dentro de ellas, como el título de la canción: un juego de sombras. La idea del performance fue de mi amigo Fernán. La sociedad del ocio, era el título. A mí me tocó ser una versión bien light de una dominatrix. Giovanni era el dominado y lo tenía atado con una correa de perro andando a gatas por el piso de la sala principal. Los muebles estaban cubiertos de polvo –y solo Dios sabe cuántas personas habían tenido sexo sobre ellos-, una de las paredes estaba tapizada en madera y le daba un look de motel bien pinche; el resto de la casa, en remodelación y llena de muebles sucios e inservibles.

En el cuarto de a lado, Gaby estaba sentada en una cama iluminada por un foco verde, a veces se paraba y se miraba en el espejo para retocar su maquillaje. Traía una faldita y unos tacones medianamente altos. Por ese momento dejaba de ser una niña fresita xalapeña para internarse en un cuadro que se ha repetido siempre desde que existen las casas de citas. En el patio trasero, Amado estaba sentado –creo que sobre una cubeta vuelta hacia abajo- con un pasamontañas decorado con lentejuelas haciendo uno de sus slams poéticos que consiste en construir poemas tomando frases de distintos libros, los que sean, y leerlos en voz alta: “es mi gozo la santa cruz, mi gozo crucifícalo, mi gozo la liturgia de la palabra, mi gozo es la antífona primera, la continuación del terremoto, la escala de intensidad, mi gozo el licticeria grave del recién nacido, mi gozo el presupuesto de producción, mi gozo es un inventario final de preguntas…” Fernán y Raúl ocupaban las habitaciones del piso de arriba. Una de ellas era un gimnasio equipado con varios aparatos, también cubiertos de polvo, donde Raúl hacía una rutina de pesas. Todo muy serio y muy mecánico, como si él fuera un robot, haciendo abdominales sobre esos aparatos que nunca se utilizaron para hacer ejercicio sino para tener sexo. Fernán estaba en un cuarto de vapor, traía una máscara con rasgos femeninos y un vestido, casi transparente; bailaba en medio de dos velas puestas en el piso, a lado de a una jaula pequeña y un pájaro negro disecado. En la pared del cuarto de a lado —las regaderas del Nirvana, donde seguramente los clientes solían limpiarse el semen y demás secreciones—, Fernán había colgado unos vestidos como de colegialas, confeccionados por él mismo. En el muro se proyectaban GIfs acompañados de una melodía en loop que, según creo recordar, la había escuchado antes en una película de Wong Kar-Wai.

En el momento en que Amado dio un grito, comenzó el performance. Todos con la preocupación de que no llegara nadie, porque el lugar estaba perdido en una de esas colonias laberínticas tan desesperantes de Xalapa. Yo tenía una vergüenza infinitita de que mi novio llegara y me viera con ese vestido negro cortito y pegado al cuerpo, medias de red y unos tacones de diez centímetros que Giovanni chupaba felizmente como si fueran penes. Al principio, no había nadie, solo nosotros, haciendo lo que teníamos que hacer. Yo me concentraba en Giovanni cumpliera sus deberes de niño-perro sometido: pintarme las uñas, quitarme las medias, lamerme los pies, y yo, mientras tanto, en franca imitación barata del gesto de la Santa Teresa de Bernini, pero en la versión más slutty y ridícula de la que fui capaz; siempre aguantándome la risa. Nuestro espacio tenía su playlist privado, escogido por Giovanni: “Ooh la la” de Goldfrapp, “Slow” de Kylie Minogue, “I Sit On Acid” de Lords of Acid, “Justify My Love” de Madonna, “N.W.O.” y “The Land Of Rape And Honey” de Ministry, “Fuck The Pain Away” de Peaches, “POV” de Ani-d.

IMG_4585

No sé en qué momento llegó mi novio. Seguro que para ese entonces, yo no traía ni medias ni tacones, y cacheteaba a Giovanni como si ahí se me fuera la vida, imprecándolo en voz baja, mientras él se arrastraba, mostrando sus labios rojísimos que yo le había pintado con un labial súper barato. Amado seguía haciendo sus poemas: “en tu sexo está tu dureza blanda, tus ramas, el morir del redentor, y en tu tronco suavizado lo sostengas con piedad, feliz el puerto de sexo preparaste para el mundo húmedo, y el rescate presentaste para nuestra redención.” Yo solo escuchaba sus gritos, no distinguía los versos. Tampoco escuchaba el soundtrack de Giovanni. En algún momento, como buena germfreak compulsiva que soy, pensé en las bacterias que Giovanni lamía de las plantas de mis pies y de las suelas de mis zapatos, porque el piso de ahí era uno de los más sucios que había visto. De pronto se me ocurrió que marcara con su lengua una cruz en el piso, como lo solían hacer las monjas del siglo XVII a la hora de sus penitencias. Al final, obvio, no se lo pedí. En el piso de arriba, después me platicaron algunas personas que tuvieron la fortuna de hacer el recorrido completo, todo sucedió genial. El público fue escaso, máximo veinte personas. La mayoría eran los amigos de Fernán que siempre veíamos en los performances que ha realizado en la ciudad. Nunca reconocí a nadie, a todos los veía como siluetas oscuras que a veces murmuraban algo entre ellos, tosían o tomaban fotos con su celular. Tiempo después me di cuenta que el juego de sombras no éramos nosotros, jugando a que estábamos a punto de coger en el Sauna Nirvana, sino ellos, los que nos veían esperando a que algo real sucediera.

 

 

 

 

Comentarios

¡Síguenos!

A %d blogueros les gusta esto: