También a 87 años muere el escritor alemán Günter Grass

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Foto: biografiasyvidas.com
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Ciudad de México. (La Silla Rota).- El escritor alemán y ganador del Premio Nobel de Literatura 1999, que enfrentó en carne propia los horrores de la Segunda Guerra Mundial, Günter Grass, murió a los 87 años en un hospital de la ciudad de Lübeck, Alemania.

Günter Grass nació el 16 de octubre de 1927 en la ciudad de Dázing, hijo de Willy Gras, un tendero de la ciudad, y Helene Grass. En 1944, cuando era un adolescente sirvió en las Waffen-SS, el brazo armado de la organización paramilitar de Adolfo Hitler, en la décima división de tanques Frundsberg. Fue herido en la toma de toma de Berlín. Nunca ocultó su paso por la Juventudes Hitlerianas e incluso dijo que fue seducido: «creer en él no cansaba, era facilísimo», confesó en su libro autobiográfico “Pelando la cebolla”.

En 1940 la revista hitleriana “¡Zusammenarbeitet!” (¡Colabora!) lanzó un concurso de narradores que prometía premios. Grass comenzó a escribir en un diario personal, tituló su obra “Los cachubos”, una historia que se desarrollaba en el siglo XIII, una época sin emperador y espantosa, en la que los salteadores de caminos y bandoleros dominaban las carreteras y los puentes, y los campesinos sólo podían recurrir a su propia justicia.

Desde niño fue un lector obsesivo, que incluso su madre Helene quien le jugaba bromas para demostrar cómo se mantenía absorto en su libro:

“…para probar a una vecina la distracción total de su hijo, me cambió un pan con mantequilla que yo tenía junto al libro y al que daba un mordisco de cuando en cuando por una pastilla de jabón – supongo que Palmolive – con lo que ambas mujeres – mi madre, no sin cierto orgullo -, fueron testigo de cómo, sin levantar la vista del papel, agarraba el jabón, lo mordía y, masticando, necesitaba un minuto largo para ser arrancado a la historia impresa”, contó.

Empezó con libros de Dostoievsky, Tolstoi, Hamsun, Raabe y Vicki Baum, Selma Lagerlöf, entre otros.

Sobre su episodios armados y su fascinación por el arte, el escritor alemán narró que “a los 15, me puse el uniforme, a los 16 aprendí a tener miedo, a los 17 fui hecho prisionero de guerra americano, a los 18 estaba libre y me dedicaba al estraperlo y, finalmente, aprendí la profesión de cantero y escultor, me ejercité en academias artísticas, escribía y dibujaba, dibujaba y escribía versos de pie ligero, hinchados por el viento y piezas de teatro grotescas. Y así siguió la cosa, hasta que a mí, en quien el placer estético era algo innato, me resultó demasiado voluminoso aquel cúmulo de material”.

Un hombre honesto y congruente, “yo fui seducido (por las Juventudes Hitllerianas), pero ahora mismo no puedo entender cómo fuimos tan estúpidos cuando todo apuntaba en contra”.

A la pregunta de cómo se convirtió en escritor, Günter Grass respondió alguna vez: “la capacidad de soñar despierto durante largos ratos, el gusto por el chiste verbal y los juegos de palabras, la pasión por mentir sin ganar nada con ello, porque describir la verdad hubiera sido demasiado aburrido…, en pocas palabras, lo que de forma bastante vaga se llama talento, existía ya sin duda, pero fue la brusca irrupción de la política en el idilio familiar lo que dio a aquel talento que navegaba demasiado ligero un lastre permanente y cierto calado”.

Otro libro que parece narrar un episodio de su vida de Günter Grass es “El el gato y el ratón” (1961) que cuenta la vida de unos adolescentes que en Dázing, durante la Segunda Guerra Mundial, se ven absorbidos por el aparato bélico de los nazis y contar la otra cara del hecho armado.

Su primera novela “El tambor de hojalata” (1959) es quizá el libro con el que más se le recuerda, con el que obtuvo reconocimiento internacional y se le consideró por un tiempo la “conciencia moral” de Alemania. Esta obra junto a “Años de perro” (1963) y a “El gato y el ratón” forman la Trilogía del Dázing. Reveló que de estos textos aprendió que los “libros causan escándalo y pueden provocar cólera y odio; lo que, por amor, no le había ahorrado a mi país, fue leído como si ensuciara mi propio nido.”.

En 1978 el libro “El tambor de hojalata” fue llevado al cine por Volker Schlöndorff y se hizo acreedora al Premio Oscar; por su parte, Günter Grass fue acusado de pornografía y se defendió en tribunales.

Durante la recepción del Premio Nobel de Literatura 1999, Günter Grass señaló:

“…Sí, amo mi profesión. Me proporciona una compañía que se expresa con muchas voces y quiere ser llevada lo más fielmente posible a mis manuscritos. Lo que más me gusta es encontrarme con mis libros, hace años extraviados o expropiados por el lector, cuando leo en público lo que, escrito e impreso, encontró su reposo. Entonces, frente a un público joven, destetado pronto del lenguaje, o ante un público anciano, pero no harto todavía, la palabra escrita y expresada se convierte de nuevo en palabra hablada. Y ese hechizo se produce una y otra vez. De esa forma se gana el sustento el chamán que hay en todo escritor. A él, que escribe contra el tiempo que pasa, a él, que miente reuniendo verdades durables, a él le creen su promesa tácita: continuará…”.

Era un escritor controvertido, él lo sabía y lo aceptaba, vivía con ello por eso aseguró que “deberíamos considerar estimulante ser permanentemente controvertidos y adecuado también al riesgo de la profesión que hemos elegido. Lo que ocurre es que los autores del simple acontecer verbal escupen de buena gana y con premeditación en la sopa de los poderosos que afirman constantemente su derecho a sentarse en el banco de los vencedores, por lo que la historia de la literatura se comporta de forma análoga al desarrollo y refinamiento de los métodos de censura”.

También Günter Grass fue un escritor combativo y de compromiso político, algunas veces contra el modelo económico, por lo que sus letras y sus discursos eran comprometidos:

“…los poderosos, vestidos con un traje de época u otro, no tienen nada, en general, contra la literatura. Incluso les gusta tener una como adorno en su casa y están dispuestos a fomentarla. Actualmente la prefieren entretenida y útil para la cultura de la diversión, es decir, que no debe no ver sólo lo negativo sino dar al ser humano, en su miseria, una lucecita de esperanza. En el fondo, aunque no se pida tan explícitamente como en los tiempos del comunismo, se quiere un ‘héroe positivo’. Hoy en día, ese héroe puede llegar a la jungla sin fronteras de la economía de mercado libre, como un Rambo y, riéndose, pavimentar de cadáveres su camino hacia el éxito; es un tronera que, entre tiroteo y tiroteo, está dispuesto a echar un polvo rápido, un triunfador que deja atrás a los simples perdedores, en resumen, un héroe que deja sus marcas de olor positivas en nuestro mundo gobalizado. Y el deseo de ese tentetieso empedernido se ve también satisfecho por esos medios de información siempre disponibles: James Bond ha empollado muchos hijos que se le parecen como ovejas dolly. A su estilo – cool – el Bien puede seguir triunfando sobre el Mal”, señaló.

lrc

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