De cómo Breaking Bad inauguró la epoca del amor por el streaming

Por Mónica Maristain/

Ciudad de México,.(SinEmbargo).– Trato de recordar pero creo que todo empezó con Breaking Bad, esa manera de ver series compulsivamente, sin recreo, sin a veces salir de la casa, sin teléfono.

¿Cómo veíamos la televisión antes? Un banco al lado del padre, la televisión al centro, la vida que se hacía en blanco y negro desde un aparato que tenía antena y a moverla para que se viera, todo eso cuando llegó el aparato a la casa.

No teníamos dinero y la televisión no era algo importante, aunque para nosotros, los niños, sabíamos que algo se cocinaba allí.

Una vez leí que en un pueblo de Alemania se había sacado la televisión por una semana: los matrimonios se divorciaban, los hijos se iban de casa, la gente se acordaba de las cuentas que debía, las que le debían…todo era un desastre.

Íbamos a la casa de mi tía que tenía televisión y a veces un agujero en la pared nos permitía mirar, pero las peleas entre los primos se medía por el hoyo abierto o cerrado: ¡Éramos tan pobres! Lo digo con ironía –digo, en verdad lo éramos, pero la existencia no se valoraba por el dinero que había en el bolsillo-.

Una vez, ya en casa con la televisión, era chica y estaba sola. Mis hermanos dormían y mis padres trabajaban. Vi una película que me hizo reír hasta hoy: “La copa, el copón, Buster Keaton”. Fue darme cuenta de que esa caja pequeña, en blanco y negro, con una antena que era una papa y que había que moverla para que se viera, daba consuelo.

No puedo hoy saber qué película de Buster Keaton era, pero recuerdo claramente mis carcajadas y a partir de ahí hacerme una devota de la televisión.

Digo devota, pero la realidad es que crecí con muchas más cosas que esos rayos catódicos: los libros, la música, las charlas con la gente grande, pero poco a poco la televisión comenzó a ser una escuela de aprendizaje, un sitio para saber de qué lugar era y muchas veces la oportunidad para encontrar consuelo.
Supongo que las cosas cambiaron con la compra de la televisión a color. Allí vi el entierro de Lady Di y me hice fanática de Ayrton Senna (miraba la Fórmula Uno), disfrutaba muchísimo con Cha Cha Cha (un programa de humor del hombre que entonces era cómico: Alfredo Casero) y cuando había series –o principios de serie- buenas, a verlas una vez por semana.

PERO LAS COSAS CAMBIARON DE GRANDE

Quiero decir: la televisión cambió a nuestro antojo, a nuestra necesidad. Quiero decir: se fue elegantemente sin que nosotros nos diéramos cuenta y ahora vemos las cosas por streaming. La pantalla está, pero ya no está la tele.

Hace dos años fui a Argentina y cuando regresaba me compré en el aeropuerto el Chromecast, para ver Netflix y ahora por el Mundial de Rusia 2018 tengo Total Play, pero no resultó: veo los partidos por la tele abierta y mi televisión por cable tiene basura: no muestra los partidos que no se ven, no tiene CNN, no pasa Wimbledon ni Roland Garros, tengo que pagar más que los 500 pesos que pago por mes y no es negocio.

Sí, todo empezó con Breaking Bad. La gente a mi alrededor hablaba de esas series y de alguna otra, pero no alcanzaba todavía a vislumbrar lo mucho que cambiaría mi vida en poco tiempo.

Creo que no empecé a ver la serie por Netflix. La empecé a ver por Internet, en forma pirata y a veces me olvidaba de por qué capítulo iba y tenía que volver a hacer todo el trámite, incluida esas publicidades que agregan virus.

Hasta que tuve Netflix. Soy nativa de Netflix. Comencé a verla cuando comenzó y ahora a pesar de que tengo otras fuentes (estoy ahora conmovida por FOX, me asocié por Telmex y las series que tiene son espectaculares. No así HBO, muy decepcionante), siempre vuelvo a Netflix. Está ahí como base, igual que YouTube, donde prácticamente veo a Andreu Buenafuente, a Berto Romero y a todos esos cómicos catalanes que veo desde hace mucho tiempo.

Algunos pensarán que mi aclamada libertad televisiva es otra trampa más del capitalismo y que soy una esclava más de este sistema que nos está mandando a pique, a la disolución prácticamente de la humanidad. Es probable, pero al menos los estoy haciendo sudar, a tener que levantarse de la silla y a moverse para ver cómo tienen mi atención.
LAS ENCERRONAS PARA CUANDO LLUEVEN
Tengo para mí las encerronas cuando llueve, cuando está todo confuso afuera, cuando en lugar de deprimirme o de enojarme porque no he ganado el Melate ni sé hacer tartas que tan ricas me resultan en Argentina, me echo a ver en la cama (está el colchón hundido de mi parte, como si me dijera: esta es la prueba de tu deporte) una serie de cabo a rabo.

Empecé con Breaking Bad, esa serie donde el actor Bryan Cranston pasa de ser un hombre bueno a ser el principal asesino de la cuadra, de cómo su gesto va cambiando y sobre todo nuestra simpatía. A veces lo queríamos en nuestra tribu, otras nos hacíamos desconocidos y le deseábamos todo el mal del mundo.

Seguí con Sons of Anarchy, un poco culposa porque mi hermana desde Barcelona me decía que Charlie Hunnam era mimado por su madre y que le llegó a pegar a una de las chicas de la banda, pero la vi en tres fines de semana y morí con el guión de  ‎Kurt Sutter.

Luego vi House of cards y ahora no quiero ver la continuación porque no está Kevin Spacey. Me parece que las acusaciones del Me Too fueron necesarias y valientes, pero que otro paso será la madurez para castigar proporcionalmente a los victimarios y compensar a las víctimas.

“Ahora es el turno de Claire”, me decían en la junta de trabajo el otro día, pero no lo sé, no me interesa tanto ella y a veces me pasa como en todo: mirar a mi alrededor y darme cuenta, en una habitación llena de libros, que “no tengo nada para leer”.

Ahora veo This is us, una serie con la que descubrí a Milo Ventimiglia y su sonrisa torcida (tiene el mismo defecto que Sylvester Stallone). Los dramas comunes serie me hacen llorar porque es cierto: son como nosotros, aunque no económicamente (pareciera ser que nunca tienen problemas de dinero), pero para encerronas no.

Vi una serie donde las dos actrices, Susan Sarandon y Jessica Lange, encarnaron a Bette Davis y a Joan Crawford de manera excelsa. Un drama biográfico donde Hollywood era totalmente ME TOO y para las mujeres un paso tremendo.

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