Cilantro o perejil

Ni liberal ni conservador, es neopopulista
- en Foro libre

Por Roberto Hurtado Barba

“Porque la realidad es cosa mía, es decir, lo que usted nunca verá.” – Carlos Pellicer

¿Es Andrés Manuel liberal o conservador? Aunque nunca lo ha dicho literalmente, él se asumiría como liberal, como heredero de la tradición triunfante en la historia de México desde la república restaurada hasta la actual autoproclamada cuarta transformación. Pero mas que definirse como liberal (ya sea como vanguardista o progresista u otra vertiente), por sus dichos y discursos, el presidente sería un “no conservador”. Hace unos meses sugirió incluso que en México solo debería haber dos partidos, el liberal y el conservador, en donde en este último debería estar aglutinada toda la oposición. O, dicho de otro modo, la otredad es la conservadora.

La insistencia del presidente en utilizar la etiqueta “conservador” para denostar a sus rivales y críticos, parte ya su modus operandi, ha producido molestia en algunos aludidos y curiosos (opositores, críticos, periodistas, etc.). Y como a cada acción hay una reacción, algunos de aquellos han hecho sesudos análisis para deconstruir la idiosincrasia de Andrés Manuel y con ello aclarar si en realidad es liberal o conservador (como Sergio Sarmiento, Enrique Krauze, Edmundo Riva Palacio, Denise Dresser, etc.). Todos ellos concluyen que el pensamiento del presidente y sus puntos de vista sobre como deben funcionar las cosas coincide principalmente con las concepciones que se tenían en los años sesenta y setenta en México, época en la que AMLO creció y de la que quizá sienta nostalgia. Por tanto, sus posturas serían anacrónicas y conservadores.

AMLO es admirador de Benito Juárez y de los liberales del siglo XIX, de Madero y su sufragio efectivo, de Lázaro Cárdenas y su nacionalismo. Se sabe que su legado es más simbólico que otra cosa porque todo o parte de los elementos del pensamiento de los movimientos que encabezaron fueron rebasados posteriormente y algunas de sus acciones paradigmáticas fueron revertidas con el vaivén del péndulo de la historia. Los liberales del siglo XIX desamortizaron los bienes de la iglesia y las propiedades comunales para promover la pequeña propiedad, lo que a la postre facilitó el latifundismo del porfirismo el cual fue desbaratado a partir de la Revolución para dar paso al reparto agrario y al ejido. Madero luchó por la democracia electoral y por mayor justicia social, pero sin cambiar en lo fundamental el sistema económico vigente. Cárdenas favoreció el reparto agrario, el nacionalismo, la economía de estado y el paternalismo corporativista. En todas estas concepciones hay elementos que hoy se considerarían posiciones de los conservadores. El favor de los liberales y de Madero por el libre mercado sería hoy neoliberalismo pueril. El corporativismo y la economía de estado son parientes del fascismo y el comunismo, modelos sociales no muy democráticos y, hoy por hoy, anacrónicos y por ende conservadores. ¿Fueron entonces, los movimientos impulsados por dichos personajes y desde el punto de vista historicista, al menos disruptivos? Sin duda. Y esta sería la única acepción dentro la cual se les pudiera considerar como “no conservadores”. ¿Es, entonces, la llamada cuarta transformación un movimiento “no conservador”? En cuanto a posiciones políticas, económicos, sociales no lo es, ya que voltea al menos 50 años atrás en busca de modelos y soluciones. Solamente lo sería en cuanto a la acepción historicista, y solo el tiempo y la historia misma le dará o no esa reivindicación. Y no necesariamente el quiebre del sistema, de lo establecido tiene un resultado positivo y duradero.

Los historiadores y pensadores suelen, al describir los finales de una era turbulenta y conflictiva que augura la llegada de una pacífica y de certidumbre, caer en la trampa del “final de la historia” de Fukuyama. Se les olvida el poder de la nostalgia, las reacciones revisionistas y las decepciones que pueden derivar en perversiones o regresiones. Y de eso hay muchos ejemplos. Decía Enrique Krauze, en un artículo que escribió en el 2015, que la presidencia imperial acabó en el sexenio de Ernesto Zedillo para dar paso a la deseada y saludable alternancia democrática como modo de convivencia política nacional. Hasta ahora, ha habido alternancia, pero en el futuro se ven nubarrones de regresión autoritaria. Decía Andrés Oppenheimer (2016) que el ciclo del populismo estaba por terminar. El ascenso de Donald Trump, por ejemplo, le ha dado nuevos bríos a ese modo de hacer política y de gobernar. Nadie hubiera pronosticado, hace pocos años, que en Estados Unidos un demagogo secuestraría un partido político y llegaría a ser presidente. Dicho país era considerado inmune a la llegada al poder de extremistas (como Huey Long, George Wallace, Joseph McCarthy y otros que han tenido voz y resonancia) por la fortaleza de sus instituciones sociales y políticas que los aislaban y les bloqueaban el camino al poder. Aunque todo parece indicar que Trump perdió la reelección, si el gobierno de Biden no da resultados tangibles puede solo ser un interludio para el retorno, reforzado, de la demagogia y el populismo.

El neopopulismo es una versión suavizada de la del tiempo de entreguerras en Europa y de la posguerra en el tercer mundo. Sus métodos son menos violentos (hacia el exterior y el interior), es menos ideológico y tiene menos posiciones irreductibles. Puede ser de izquierda o de derecha, lo cual en realidad no tiene importancia y pasa a segundo término. Sus líderes son autócratas y creen y dicen saber que es lo que necesita el pueblo para su felicidad, por lo que no se requieren intermediarios entre la gente y ellos. El nativismo y el nacionalismo están en la parte mas alta de su escala de valores. Las redes sociales han sido un canal abierto y poderoso para trasmitir mentiras y “fake news” (¿qué no habría publicado Goebbels si hubiera tenido Twitter?) con el fin de llamar la atención y polarizar a la sociedad y a los votantes (¿cómo hubieran tratado a Dreyfus las redes sociales?). Estos neocaudillos suelen ser carismáticos, descarados y pendencieros. Desacreditan a los adversarios de cualquier forma posible. Por lo general son auténticos narcisistas patológicos. Sus seguidores, por lo general -aunque también tienen votantes por tradición e inercia-, son personas decepcionadas y descontentas con el sistema a las que los mensajes del líder les mueven las profundas fibras antropológicas que a los nos hace admirar y seguir a los hombres fuertes (ver el documental “#Unfit: The Psycology of Donald Trup”). Ya en el gobierno, buscan acumular poder y no dudan, para ello, en debilitar las instituciones establecidas y los contrapesos del poder.

Hay otra respuesta a la pregunta de si AMLO es conservador o liberal. No es ni uno ni otro, ni cilantro ni perejil: es llanamente neopopulista. La apropiación unilateral del uso del adjetivo “conservador”, así como del de “corrupto” y “fifí” (entre otros), en sus significaciones más negativas no sirve para describir fidedignamente sino simplemente para distinguir y desacreditar a sus adversarios, críticos y opositores.

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