Un caos llamado Trump

Donald Trump presidente saliente de Estados Unidos resultó ser un peligro para su país y el mundo está lleno de odio y ambición...
- en Foro libre

Por Rodrigo Chillitupa/ Desde la Tierra de los Incas

Quiero confesar que me sorprendió observar lo ocurrido el último 6 de enero en los Estados Unidos. Una persona sentada en la presidencia del Senado, otro apoderado de la oficina de la titular de la Cámara de Representantes, legisladores evacuados de emergencia ante posibles agresiones, policías tratando de recuperar el control sin éxito ante una muchedumbre. Lo que describo se vivió en el Capitolio.

Nunca se había visto un ataque de esta magnitud a ese templo que representa la democracia de la máxima potencia del mundo. Pero, contra todo pronóstico, había una ligera posibilidad de que ocurra si se tiene como presidente a alguien como Donald Trump, quien no iba a cerrar su gestión sin emplear el estilo con el que se ha manejado en la Casa Blanca. Es decir, con pura demagogia, violencia y un profundo desprecio a la democracia.

Lo hecho por el republicano, al incentivar que una turba delincuencial y fascista se apodere insólitamente las instalaciones del Capitolio para evitar la certificación de la victoria del demócrata Joe Biden, no es propio de un líder mundial. Es todo lo contrario: es de un autócrata simplón que, lamentablemente, jamás debió llegar al máximo cargo de una nación como Estados Unidos. Porque, además, su comportamiento ha sido lamentable en las últimas semanas.

Desde noviembre pasado, cuando perdió las elecciones, Trump comenzó a cuestionar la legitimidad  el sistema electoral estadounidense. Ese que le sonrió, hace cuatro años, cuando venció a Hillary Clinton. Empezó por cuestionar los votos por correo que, después, el ex fiscal general William Barr se encargó de manifestar que no tenían ninguna irregularidad que pudiera afectar el procesamiento de las boletas.

Después, el estudio de abogados de Rudy Giuliani plantó una inédita cifra de 62 demandas en las cortes federales que no tenían pruebas sólidas y sin sustento. Incluso, cuando llegaron a la Corte Suprema, donde habían magistrados que Trump  nombró, tampoco le dieron la razón. Finalmente, presionó a secretarios de estados para buscar votos de los delegados electorales que terminarán por revertir la victoria de Biden. Pero no lo consiguió porque una conversación con el secretario de Estado de Georgia, Brad Raffensperger, se filtró a la prensa y terminó por sepultar su coartada.

Entonces, derrotado en el ámbito legal y puesto en evidencia su maniobra fraudulenta ante la opinión pública, la última carta de la baraja de Trump fue promover un autogolpe de Estado, tan presentes en la historia de América Latina con diferentes matices, en el sin prever las terribles consecuencias que, por los cables informativos, terminaron dándose: cinco fallecidos y 14 policías heridos.

Un precio muy caro que ha provocado dos cosas: Trump esté aislado al borde de una destitución, merecida si otra fuera las circunstancias por la pandemia de la Covid-19, y Estados Unidos esté profundamente dividido.

Los demócratas lograron iniciar el proceso de destitución contra Trump en la Cámara de Representantes. Allí contaron con el apoyo de diez republicanos. Esto podría dar el indicativo que el divorcio con el actual inquilino de la Casa Blanca ya está en marcha. Un sector dentro del partido de Abraham Lincoln ya no quiere defender las posiciones demagógicas y violentas que Trump ha profanado en las últimas semanas y, más bien, buscan desmarcarse de él por el enorme costo político que dejaría para el futuro.

No sorprendería que los republicanos tomen dos decisiones en el Senado cuando llegue el pedido de destitución contra Trump, quien afrontaría este proceso ya fuera de la presidencia. Lo primero es que se alineen en bloque con la solicitud de los demócratas para castigar al magnate que, con su actuación, ha mellado la imagen del partido. Y lo segundo es que, con el fin de evitar una posible postulación en las elecciones del 2024, se vuelquen a la posibilidad de inhabilitarlo para ejercer cualquier cargo público de por vida.

Estas dos ideas serían bien vistas por el líder republicano Mitch McConell, quien fuera el operador de Trump en los últimos cuatro años. Sin embargo, podría ocurrir también otro escenario: una división dentro del partido. Es decir, que un grupo de senadores sigan con su lealtad al presidente y lo defiendan de los ataques y/o investigaciones que reciba en adelante.

Aquí entraría a tallar el problema de supervivencia institucional del Partido Republicano que lidiaría entre recuperar su identidad conservadora; vale continuar con sus políticas a favor de los sectores sociales privilegiados que acumulen su riqueza en ellos; o sucumbir al supremacismo blanco impulsado por Trump, quien con su autoritarismo ha creado a su propia legión de seguidores encarnado en ese musculo llamado Trumpismo que profesa los mismos discursos racistas y xenófobos contra diversas minorías satanizadas durante su mandato.

Ahora bien, en medio de esta crisis, también se abre una arista más: la polarización. Si Trump le gana la puja al establishment de los republicanos, tendría en su poder a una gran masa de ciudadanos que seguirían con la retórica que empleó, desde su derrota en las elecciones del pasado 3 de noviembre, de no reconocerlo como presidente. Así, Biden estaría por delante con el gran desafío de gobernar sobre un territorio en el cual una parte importante de la población no le reconoce su autoridad ni su legitimidad. Y, por consiguiente, le sería más complicado aterrizar sus propuestas para enfrentar la pandemia de la Covid-19.

La consultora Eurasia Group ya había hecho referencia al escenario que se le vendría a Biden. «Mientras una parte significativa de los votantes de Trump le sigan siendo leales, él proyectará una larga sombra, impulsando a los líderes republicanos a apoyarle para evitar perder el respaldo de sus bases. Para ellos, Biden será #Noesmipresidente y lo considerarán ilegítimo», apunta en su análisis.

En los últimos días, el FBI ha dado la alerta de graves disturbios armados con el fin de afectar la toma de posesión de Biden el 20 de enero. Estos actos de violencia se realizarían en Washington y en los capitolios de los 50 Estados. Sería un inicio complicado para el demócrata en un país como Estados Unidos, donde una grave crisis sanitaria y económica que requiere no solamente del trabajo conjunto de los dos principales partidos políticos sino de la colaboración activa de los ciudadanos.

Históricamente, Estados Unidos se ha caracterizado como uno de los países que mejor ha realizado la transición pacífica y ordenada del poder. Los derrotados asumían con hidalguía y con la reverencia a la institucionalidad que no recibieron la confianza en las urnas. Y los ganadores transmitían un mensaje de unidad y reconciliación tras la intensa tormenta electoral. Nada de eso ocurrirá.

@RodrigoCT_94

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