El crimen, inexplicable sin el poder político/ Ricardo Ravelo/ Desde el Altiplano

Carlos Antonio Flores Pérez es autor de Negocios de sombras. Dice que en México se vive una mafiocracia en la que participan políticos de alto nivel, empresarios y militares.
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Desde principios del siglo XX –e incluso antes– en México se establecieron las redes de poder político y de la delincuencia organizada que, hasta la fecha, prevalecen y a lo largo de décadas se han repartido el poder generacionalmente: territorios, negocios, todo, a la sombra del poder en turno. Ningún Presidente de la República ha sido ajeno a esta influencia poderosa que emerge de lo que hoy suele llamarse la delincuencia construida desde el poder político.

Desde entonces, existe una red de actores que van desde políticos y militares hasta empresarios que se han dedicado al contrabando y, posteriormente, se incorporaron al tráfico de drogas, uno de los negocios más boyantes que hasta la fecha siguen operando igual que antaño.

Además, en esta investigación histórica, una de las más completas, emergen personajes como Juan Nepomuceno Guerra, tío de Juan García Ábrego –fundador y jefe del cártel del Golfo, respectivamente– quien fue uno de los financieros de la campaña de Miguel Alemán Velasco, de acuerdo con fichas consultadas por el autor en el Archivo General de la Nación, una de las fuentes indispensables para la construcción de esta investigación criminal histórica.

Todo esto y más lo cuenta Carlos Antonio Flores Pérez en su más reciente libro Negocios de sombras. Red de poder hegemónica, contrabando, tráfico de drogas y lavado de dinero en Nuevo León, que próximamente pondrá en circulación  el Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología (2020), una investigación profusa y amplia sobre los orígenes de la delincuencia organizada que, a mi ver, explica la evolución del Estado criminal de nuestros días.

Se trata de un volumen de 688 páginas –producto de una larga investigación de cinco años– en la que Carlos Flores explica cómo se construyeron los cimientos del llamado narco-Estado, el cual ha sido objeto de estudio y crítica del investigador Edgardo Buscaglia, amigo de Flores, quien reiteradamente ha dicho –y no me copio sus frases– que en México se vive una mafiocracia.

En entrevista con el autor, Carlos Flores repasa algunos pasajes importantes de su investigación y de su libro: Dice, por ejemplo, que Juan N. Guerra –el llamado padrino de la mafia en Tamaulipas– asesinó a su esposa, pero fue cobijado por la impunidad del poder político en turno.

Flores hurgó en los cientos de miles de expedientes del Archivo General de la Nación y halló, por ejemplo, una ficha del año 1947 en la que se da cuenta del hecho. Se lo dirigen al Presidente Miguel Alemán. El Gobernador de Tamaulipas era Pedro González.

Lo que ocurrió –cuenta el investigador Carlos Flores– es que Juan Nepomuceno Guerra fue detenido, pero posteriormente lo liberan gracias a sus influencias políticas en esa época.

El investigador se refiere a otro personaje tan leal al poder como al crimen: el General Bonifacio Salinas Leal, quien cargó con la fama de brindar protección de grupos de contrabandistas. Siempre estuvo impune porque era amigo personal de Miguel Alemán.

A lo largo de sus investigaciones de cinco años Carlos Flores obtuvo datos, evidencias y fichas históricas para sostener que el centro del contrabando en el siglo XX era el estado de Tamaulipas, aunque este negocio –dice el investigador– se manejaba también y era bastante exitoso desde el estado de Nuevo León.

Ahí en Nuevo León –cuenta– había un grupo de militares encabezados por Anacleto Guerrero Guajardo y Bonifacio Salinas Guajardo que operaban el negocio a principios del siglo veinte. Luego surgió Tiburcio Garza Zamora, quien construyó una red de empresas en apoyo de Juan Andrew Almazán, quien fue apoyado para ser Presidente de México en 1940. Era el candidato de la mafia.

Lo que Carlos Flores descubrió en sus investigaciones fue que la Secretaría de Hacienda tenía un área de inteligencia que controlaba el tráfico de armas. Mucho armamento entró a México y provenían entonces de la Star Oil Company, empresa que introducía armamento a México a través del estado de Baja California.

Luego, Flores halló datos y evidencias documentales respecto a un plan para derrocar al Presidente Lázaro Cárdenas. El golpe lo planeaba en los años treinta –según documentos históricos– la fábrica de cartón Titán, propiedad de la familia Garza Sada.

En aquella época –cuenta otro pasaje– la zona militar abarcaba los estados de Nuevo León y Tamaulipas. Cuenta el investigador Flores que Tiburcio Garza protegió el contrabando. Cuando Juan Andrew Almazán renunció al levantamiento ya comentado, Bonifacio Salinas comenzó a la organización del contrabando. Armó toda una industria para introducir al país armamento, ropa, alcohol, drogas, lo que actualmente sigue ocurriendo a través de las aduanas.

A través de sus diversas zambullidas a los archivos, Carlos Flores descubrió en diversas fichas históricas que Juan N. Guerra –el fundador del cártel del Golfo– y Tiburcio Garza Zamora controlaban la Cervercería Cuauhtémoc, un gran negocio alcoholero.

Bonifacio Salinas Leal, dice el investigador, era el dueño real de “Molinas Azteca”, lo que más tarde se convirtió en MASECA, otra concesión otorgada desde el poder, en el sexenio de Alemán, que terminó beneficiando hasta la fecha a la familia Hank González, dueños de Banorte y socios importantes de la empresa que durante el Gobierno de Carlos Salinas dirigió el señor González Barrera, “El Maseco”.

Con base en su investigación, Carlos Flores no duda que la historia de los grandes negocios y de las redes criminales se tejieron antes y después de la Revolución Mexicana, etapa en la que, dice, se sentaron las bases del poder político y criminal.

No se pueden explicar estas bases sin la participación de políticos, militares y empresarios. La delincuencia organizada –dice Carlos Flores–sólo se explica con la confabulación de estos tres poderes, vigentes hasta la fecha, y que explican el nivel de violencia que vive el país.

En su opinión, el problema de la violencia no se va a atenuar al no combatir al crimen. Para frenar al crimen se necesita una acción que sea producto de una mezcla de investigación, inteligencia financiera y social, mecanismos concretos para desmantelar la amplia madeja de las redes criminales.

Carlos Flores es un investigador de altos vuelos: Es autor de varios libros de gran valía para comprender la evolución del crimen organizado –y sus ligas con el poder–, entre otros: El estado en crisis: crimen organizado y política (2009), Historias de polvo y sangre: Génesis y evolución del tráfico de drogas en el estado de Tamaulipas (2013), el cual es amplio en historia, abarca desde los años treinta hasta el 2012.

El investigador fue titular del área de análisis del Cisen, lugar a donde llegó de manera fortuita. Flores se ha desarrollado más en el área académica. Es, desde mi punto de vista, un extraordinario investigador en el tema del crimen organizado, un talento fuera de serie, a mi ver.

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